Ignacio Trejo Fuentes
(Primera de dos partes)

El poeta Guillermo Fernández fue asesinado en días pasados en su casa de Metepec, Estado de México: nadie se suicida o perece de muerte natural o se da golpes contundentes en la cabeza si está maniatado y amordazado. Las circunstancias del homicidio son aún confusas, porque según las averiguaciones preliminares no se trató de un robo: piezas valiosas propiedad del hoy occiso permanecieron intactas. Debo decir que la información que poseo proviene de amigos mutuos que estuvieron y están al tanto de los hechos.

Guillermo (Guadalajara, 1932) vivió por muchos años en la Ciudad de México, con distintas estancias en Italia, principalmente en Florencia; hace dos décadas se instaló en Metepec, municipio pegado a Toluca, donde se dedicó a conducir talleres de creación y traducción literarias y a su infatigable labor de traductor de autores italianos. Se le conoce, sobre todo, por esa labor, y se le distingue como el mayor en su especialidad. Tradujo a Dino Campana, Umberto Saba, Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, Mario Luzi, Valerio Magrelli, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Cesare Pavese, Alberto Moravia, Natalia Ginzburg, Leonardo Sciascia, Antonio Tabucchi y muchísimos más.

Celebro —cómo no hacerlo— esa parte de su labor literaria; sin embargo, estoy seguro de que tales méritos han dejado en segundo plano su propia producción poética, que me parece una de las más brillantes de México en la segunda mitad del siglo xx. Sí, la poesía de Guillermo es de altísimo nivel, y está a la altura de poetas como Eduardo Lizardi, Tomás Segovia o Francisco Hernández, y por supuesto muy por arriba de otros tan laureados. Libros suyos como Visitaciones, La palabra a solas, Bajo llave, La hora y el sitio, Imágenes por una piedad y La flor avara, entre otros, publicados entre 1964 y 1991 son un compendio de bellísimas imágenes para exponer asuntos de la mayor trascendencia, como los peligrosos por recurrentes el amor, la muerte, la soledad y la desdicha. Guillermo fue muy serio en sus cosas, y cuidó siempre, con rigor, el esplendor de la palabra y la fortaleza de las formas.

El maestro de varias generaciones devino un poeta de culto, leído por muy pocos. ¿Por qué? Porque se mantuvo al margen de los reflectores, de los apapachos públicos. Prueba de ello es que publicó la mayor parte de su obra en editoriales “de segunda”, casi desconocidas, y sólo hasta 2003 aceptó que el Fondo de Cultura Económica reuniera la mayor parte de su producción en Exutorio. (Tengo idea de que en Jalisco se hizo una edición similar, que incluye poemas hasta entonces inéditos.) Como suele ocurrir, sólo su desaparición física propiciará su reconocimiento como Poeta: los lectores ordinarios y los críticos especializados habrán de volver sus ojos hacia esa obra magnífica.

(Preparó varias antologías de poesía y narrativa de autores italianos.)

¿Pero cómo era Guillermo Fernández?