David Alejandro Boyás Gómez

 

…poco importa burlar brazos y pecho

si te labra prisión mi fantasía.

Sor Juana Inés de la Cruz

 

En la primera línea de su estudio sobre los dos grandes maestros de la literatura rusa  ̶ Tolstoi y Dostoievski ̶ , el gran crítico francés George Steiner (1929) apuntala la razón fundamental del trabajo del estudioso de las letras: “La crítica literaria debería surgir de una deuda de amor[i]”. Inspirado en esta frase he seleccionado uno de mis poemas favoritos de Pablo Neruda (1904-1973), que aunque estoy seguro de que es uno de los poemas más populares del mundo, no por eso pierde el poder del arte cuando es verdaderamente susceptible de volverse clásico, el poder de seguir revelándonos nuevos misterios del mismo arte y de nosotros mismos.

A los 17 años Ricardo Neftalí Reyes, chileno, comenzó a firmar sus poemas bajo el seudónimo de Pablo Neruda. Tras Crepusculario (1923) y El hondero entusiasta (1923-1924) publica con tan sólo 20 años de edad el libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) donde se incluye el PoemaXX:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

A pesar de su juventud, el poeta ostenta una gran sensibilidad poética y un estilo arriesgado y definido, con ímpetu en la emoción, efectivo nivel de metaforización y gran cadencia y ritmo.

En la métrica observamos que es una composición de arte mayor y que casi todos los versos son alejandrinos o tetradecasílabos, es decir, que se encuentran acentuados en la decimotercera sílaba, incluso en el verso 15, donde las sílabas suman 13, pero el autor se da la licencia tras el acento de la palabra Qué de hacer una dialefa[ii] para conservar el ritmo y en el verso 21, que tiene una sílaba más pero que al ser esdrújula la última palabra se le resta una sílaba al conteo final. En el verso 28, también hay una dialefa entre las palabras corto y el que ayuda a conservar el alejandrino. La excepción es el verso 25, donde al hacer dialefa en los pares de palabras de y otro y conservar la sinalefa[iii]entre las palabras como y antes, resulta un pentadecasílabo.

Tiene 17 estrofas y la rima está encadenada entre ellas. La estructura de la rima es la siguiente: A, B C, B, A D, E D, F D, A D, G D, H D, I D, J D, A D, K D, C D, C D, E D, L D. Es asonante en su mayoría pero también hay muchas rimas consonantes. Esta manera de conformar su creación, revela a un Neruda conocedor de la esencia de la poesía, la música, la cual parece llevar por dentro. Juega con los ritmos, cada sílaba cuenta y su acomodamiento no es casual. Depende siempre del sentimiento al que quiere acompañar.

La primera etapa de la poesía de Neruda, antes deResidencia en la Tierra, es de un cariz muy adolescente, con toda la pasión que inspiran los amores perdidos de la juventud, vividos de forma intensa y arrojada. El poeta usa su ingenio para construir relaciones objetivas con los ambientes, posee una claridad emanada de su afán de encontrar detrás de cada objeto su propia sensibilidad. Pero las mezcla con un estado emocional ensimismado, profundo, para no proyectar sus emociones en los objetos, sino los objetos en sus emociones. Es en este sentido un poeta expresionista, pues nos entrega a cada verso una dramática ejecución de su pensamiento. Pensamiento que, por otro lado, es de un carácter romántico: el poema trata no tanto de lo que siente un yo poético escrito en primera persona, sino de cómo siente el yo poético esa pérdida. Si en otros poemas de Neruda la melancolía, eterno recuerdo de lo que ya hemos perdido, persistente herida, convive con la vida misma, la hace melancólica y hasta le permite tener destellos de felicidad en medio de una perenne amargura, en el Poema XX no hay tal convivencia. La resignación nunca llega. Sólo hay lamento, en un vaivén de recuerdos y corajes. Es ese doble carácter romántico y expresionista el que encontramos en este texto.

Desde el primer verso el poeta se reafirma como yo y como poeta, en una doble configuración de la persona. Es un poeta el que va a hablar. Y al mismo tiempo o quizás más pronto, comienza a anunciar la especial tristeza que será el punto de partida del poema. Lo importante, será tan sólo la expresión de esos motivos. Y juega con el lector el poeta, abre comillas en el segundo verso y utiliza una forma ya conocida, desea emplear el simbolismo popular como primer intento de expresar su amor. Llena de aliteración el verso con la fricativa sorda, la s, que da un sentimiento de sorna, como si cada palabra costara trabajo ser pronunciada. Cada vocablo tiene mucho peso. Introduce una imagen tan falsa como cierta, y es que los astros no son azules, pero a todo el mundo le evoca el mismo sentimiento escuchar esas palabras. En nuestra mente tiene todo sentido.

Para el cuarto verso, el protagonista termina por lanzarse al cielo, acción que empezó desde que, lleno de añoranza, volteara a verlo. Ahora el viento, vuelve ese movimiento verdad.

Sin embargo, para el quinto verso el poeta ya ha abandonado esa figura retórica del cielo y las estrellas lastimeramente, se ha dado cuenta de que su sentimiento no puede enmascarase bajo el mismo simbolismo típico. Regresa a sus profundidades, para darnos su sentimiento más subjetivamente.

En el verso seis hace Neruda la primera gran declaración. Describe el primer momento de una relación de enamoramiento en el que, hablando en pretérito, asegura el sentimiento de él hacia ella. El sentimiento de ella hacia él, no es correspondido con la misma fuerza. Ha empezado a recordar (versos 7 y 8) destellos, momentos que seguramente duraron eternidades, cuando el ser amado era por el poeta poseído. Llora la melancolía de lo que ya no es. El pretérito determinante nos da cuenta de que se ha terminado. El infinito del cielo no es más que una imagen aplastante que recuerda lo vacío de la realidad sin el objeto del amor. Y de ese vacío, surge en el verso 9 la primera contradicción: el poeta se voltea, quizás ante el enojo por visualizar la nada y ahora es él el que a veces la quiso, es ella la que seguro lo quiso. Otra vez el pretérito determinante, dirían los gramáticos, perfecto.

En el verso 10, completamente continuo de los anteriores, se aprecia la resistencia al olvido, la justificación del amante ante el destino, que lo culpa y lo señala, lo hace sufrir, para pagar el pecado de haberse enamorado.

Los grandes ojos fijos. Pudieron haber sido de otras características, evocar otras emociones. Pero el poeta quiere que sean grandes y fijos. Grandes, como el epítome de belleza femenina para la occidentalidad, pero fijos, como una imagen de terror, como una fuerza que permanece quieta. Como si en vez de reflejar el alma, escaparan a la mirada.

Hasta aquí hemos visto dos vaivenes: de su profunda melancolía parte a la descripción de un exterior idealizado, regresa, vuelve a partir a la realidad objetiva y para el verso 11 decide volver a retornar, incluso retomando la frase inicial del poema. Esa frase es en sí misma una unidad sintáctica tan completa y cerrada, que el poeta no encuentra cómo seguir desarrollando esa idea hacia su interior personal y prefiere volver a emigrar hacia afuera (verso 12) para detallarnos una realidad objetiva. Y se explica con dos pares mínimos: el razonamiento sufre por la falta de posesión; el sentimiento en cambio sufre por haberla perdido, o sea por haberla tenido. Es el amor en su más grande expresión: la conjunción entre razón y sentimiento pues las dos partes la añoran, y aunque el sentimiento es más recalcitrante, más culpígeno, el raciocinio también ha perdido en la misma apuesta. Los dos han caído, pero la naturaleza del sentimiento les permite caer más hondo.

Para el verso 13 parece que el poeta ha vuelto a iniciar el poema. Las imágenes son retomadas en su secuencia original pero con una diferencia: la melancolía gana terreno y ahora la noche del principio se ha vuelto doblemente inmensa, doblemente aplastante y la razón es el viejo tópico de la ausencia de la amada.

Remacha este cuarteto de versos con una imagen hermosa, acogiéndose al canon de belleza de la poesía, a la poesía como salvadora pues convierte el sentimiento inaguantable en una imagen preciosa. La poesía vuelve como en los primeros versos a ser el instrumento dentro del propio poema para expresar la melancolía. El verso 14 es un verso metapoético, como lo son también los primeros y cada verso donde se menciona el poeta a sí mismo como tal.

En el verso 15 el poeta ya luce desesperado, y sin signos de admiración, le grita a la Nada, supuesta tercera persona que podría querer hacerlo desistir de su pasión, de la melancolía que en Neruda es intento de recuerdo; parece que el destino le dijera: “deja ya, no puedes tenerla, no puedes cobijarla, no puedes guardarla, así que deja esa idea”. Tras soltar ese grito pueril, altanero, sufre otra vez el aplastamiento de la noche (verso 16). Por tercera vez ha reconfigurado la imagen. Esta es una característica fundamental del poema, que se va escribiendo retomando sus propias palabras y reconfigurando imágenes y metáforas para volverlas más y más desgarradoras.

Con el “eso es todo” en el verso 17, vuelve a abandonar el mundo objetivo, pero esta vez con más fuerza. Desde su nuevo ensimismamiento crea la imagen de alejamiento, reforzando el sentimiento de ausencia. Incluso parece un final, una especie de despedida.

Pero nos recuerda que no se resigna. Como volviendo a contestarle a la Nada del verso 15, en el 18 deja bien en claro que no piensa abandonar el sentimiento de melancolía por la pérdida de la amada.

Jadeante, entra en un estado de embriaguez, ahora no se conforma con justificarse sino que emprende la búsqueda de lo perdido (versos 19 y 20). Ha girado 180º y frente al estatismo de sus imágenes nocturnas, el afán de nostalgia lo ha llevado a la locura dinámica. Es la misma melancolía pero ahora, rabiosa, se mueve. Un par mínimo se encargará de la búsqueda, la mirada primero como la pasión adolescente, el corazón después como el amor más maduro. Y la frase tremenda reiterada “ella no está conmigo”, exactamente igual porque no hay otra forma más terrible de enunciar la ausencia que simplemente diciéndola, aún cuando ha construido otras imágenes muy hondas para expresarla.

Luego viene el sentimiento del amante como un actor que incluso tiene escenografía. Los árboles, el escenario, siguen ahí puestos para la representación. Pero son los actores los que han cambiado. Aquí se observa una idea que es secundaria por el tiempo de su aparición, pero fundamental en la poética del autor; diríamos que es reflejo de la evolución poética de Neruda. Se trata de ese segundo momento, tras el derroche de melancolía, donde la reflexión fue hecha y el poeta se da cuenta de que el mundo vive una sempiterna dialéctica de la desintegración, de que cada minuto de vida es un paso más cerca de la muerte. Es el sentimiento de que poco a poco, en el transcurrir de la vida, nuestro ser se va disgregando. Son estos versos (21 y 22) recuerdo también del sentimiento inicial de tristeza, de la razón de ser del poema. Incluso podría ser una especie de resumen, pues estas dos líneas contienen el carácter dual del poema: digo la nostalgia que siento y explico que es por su ausencia.

Una vez más en el verso 23, como en el 6 y el 9, vemos la metáfora de la vida en pareja. Recordemos que era en un pasado perfecto, ya terminado, y que primero era él el seguro y ella la ocasional y luego viceversa. Ahora es sólo él, sin ella. La nostalgia por el amor es tan grande que ya se mantiene viva por sí misma, ha ido más allá del ser amado. Y nos dice una frase que se antoja realista, que ya no la quiere, pero cuánto la quiso. Y en el 24 vuelve a buscarla, sólo que ya no con el corazón o la mirada, sino con la voz, el instrumento más útil que tiene un poeta. Ya no es sólo por ella, es por la poesía, es por la nostalgia y por el amor. Poco a poco se desprende de la tristeza inicial, va evolucionando hacia una conciencia más etérea. Renueva el sentido, se vuelve más radical, más loco, más perdido.

En el verso 25 habla con recelo y resentimiento. Después de añorarla, su recuerdo ha penetrado en su alma y se ha vuelto algo místico, pues al no tenerla ya, la idealiza. Y tras la idealización ‒lo ideal es por definición inalcanzable‒ lo único que queda es ver al porvenir, a uno no prometedor. Escribe Neruda en tiempo futuro por única vez en el poema. Atisbo del renovado sentido de su nostalgia (verso 26).

Completa el poeta una mencionada imagen descrita en los versos 6, 9 y 23 en el verso 27. Otra vez sólo él como sujeto de las acciones acompañado del duro golpe de los dos verbos en presente, en medio de una composición mayoritariamente en pasado. Y la contradicción, la más fuerte de todas, la que bastaría para anular todo el poema anterior y que al mismo tiempo lo explica. Es otra vez la nostalgia, el recuerdo que nunca se va, el amor que parece que se queda para siempre. Con el verso 28 se queja de algo más cercano al presente del yo poético, que es ya desesperanzado. ¿Por qué ha de ser tan doloroso algo que causó tan poca dicha? Es lo que se pregunta toda persona aquejada por el mal de amores.

Y retoma en el verso 29 el recuerdo pueril, casi materno, de las primeras caricias cuando la tenía entre los brazos y le daba tiempo de observar la noche al mismo tiempo. Y agrega en el 30, repitiendo una frase anterior, que no habrá en su alma resignación para tan grande sentimiento, AUNQUE, y así empieza el último par de versos (31 y 32), por fin se ha dado cuenta el yo poético cuya labor es la de poeta, que su amor ya está más allá de ella, de su correspondencia y de su respuesta y que es una fuerza que actúa por sí misma y se explica por sí misma. AUNQUE, dice el poeta, o sea que a pesar de todo mantendrá vivo el amor o cuando menos su reminiscencia que es la melancolía, porque no aceptará la derrota del amor. Y une a su compromiso de independizar al amor del sujeto, de ella, aseverando, como al principio aseveraba su intención de escribir de su tristeza, que ahora el poeta callará y no le escribirá más a ella.

Este poema, como a mí, ha cautivado a millones de personas alrededor del mundo. La explicación es más sencilla de lo que parece. El poder del Poema XX de Pablo Neruda radica en la sinceridad y transparencia con la que crea un mundo dinámico y ardiente de pasiones, donde el romanticismo puro ataca de una forma existencial, vivaz, cada expresión del lenguaje. Toda persona que haya sentido la pérdida de un ser amado es capaz de identificarse con estos versos. Eso sería común y corriente si no se diera en varios niveles, en la profundidad y en la superficie, en el pasado y en el futuro, en la seguridad y en la duda, en la rabia y en la añoranza. Y más aún: toda persona cuyo motor y cuya razón de vida sean el amor, cuyo espacio sea ocupado en su mayoría o totalmente por este sentimiento, sabrá ver en este poema, reducido a 32 versos, la luz cegadora e inmortal, infinita que uno descubre que crea, mueve y quema al mundo cuando se ama.

México, 2013.

Bibliografía directa:

Neruda, Pablo, Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Santiago de Chile, Editorial Nascimiento, 1924.

Bibliografía consultada:

Alonso, Amado, Poesía y estilo de Pablo Neruda. Buenos Aires. Editorial Sudamericana, 1954.

Beristáin, Helena, Diccionario de retórica y poética. México, Porrúa, 1988.

Bloom, Harold,El canon occidental. Barcelona, Anagrama, 2005.



[i] George Steiner, Tolstói o Dostoievski. Traducción de Agustí Bartra. México: ERA, 1968. Pág. 1.

[ii] Término retórico que se refiere a la licencia poética de romper con la sinalefa.

[iii] Unión en una sola emisión de voz del final vocálico de una palabra con el inicio vocálico o con h de otra palabra.