David Alejandro Boyás Gómez

 Era un medio día lluvioso el del viernes 21 de junio del año en curso. El edifico anexo de la Facultad de Filosofía y Letras estaba desierto de no ser por el aula “Eduardo Nicol”, abarrotada por un público ansioso por escuchar al maestro José Luis Ibáñez. La sala se llenó antes de las 12:00 por estudiantes, maestros y colegas para una sesión de entrevista colectiva al director y dramaturgo con motivo de uno más de sus aniversarios.

José Luis Ibáñez nació en Córdova, Veracruz. Fue alumno de la primera generación de la carrera de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM. Desde entonces ha desarrollado una prolífica carrera como director, adaptador, guionista y profesor que lo ha llevado a trabajar en televisión, cine y principalmente, en las tablas de los escenarios.

“No le tengo miedo a la cuenta de los años; tengo miedo de verlo como un logro”, aseguró el director tras recibir cálidas palabras del crítico de cine y productor de teatro Luis Terán. “Prefiero repasar lo que no he logrado” comentó. Prosiguió con el recuerdo del montaje de Las criadas, de Jean Genet  en 1959, que fue la primera que dirigió. De esa experiencia afirma haber aprendido a sobrevivir al rechazo que sufrió por parte de sus compañeros de gremio: “Siempre estoy de acuerdo con los que me rechazan. El antagonista lo primero que sabe es dónde está la debilidad del contrincante”.

Recordó también una nota escrita en el periódico Novedades por una futura amiga, Carmen Galindo, crítica que le hizo rememorar los tiempos en que el medio cultural era tan álgido que se presentaban verdaderas polémicas. Juan García Ponce le dijo un día “Carmen te puso como te mereces”. Al respecto Galindo recordó que recién comenzaba a escribir y fue la primera nota que le comentaron, ni más ni menos que José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis. La llamaron para felicitarla por escribir “en contra” del grupo de García Ponce e Ibáñez. Con los años se estrecharon esas rivalidades hasta convertirse en verdaderas amistades; los últimos dos libros de Monsiváis fueron dedicados a Ibáñez.

Otra de sus primeras críticas, continuó el maestro Ibáñez, provino de Carlos Valdés, que estaba en Difusión Cultural de la UNAM. Valdés criticó su manera de escribir. Ibáñez dice haber reaccionado con soberbia. Soberbia que se convirtió en “impotencia crónica” pues sentía que ya no podía escribir, que no era un verdadero escritor. Sin embargo siguió intentándolo, incluso recibió correcciones de Augusto Monterroso “Él corregía a todos, incluso a Octavio Paz”. Narró para los asistentes el día en que llegó García Ponce, junto con el cual colaboraba en la revista donde se publicó el microrrelato más célebre de Monterroso, y les leyó por primera vez en el mundo el cuento de “El dinosaurio”.

Durante el homenaje, Ibáñez invitó a los asistentes a compartir las experiencias vividas con él durante todos estos años. Algunos hablaron de la época en que hacía Poesía en voz alta (1956-1960) célebre e innovador grupo que tenía presencia en la Casa del Lago y contaba con la participación de grandes artistas como Juan Soriano, Leonora Carrington, Octavio Paz y Elena Garro. Otros recordaron el montaje de Tartufo (1955) representado por Manuel González Casanova y con escenografía del todavía arquitecto Fernando García Ponce.

También habló sobre la labor de producir obras teatrales. “El productor se convierte en el villano de la obra” le dijo una vez Angélica Ortiz, lo cual es injusto, aseguró Ibáñez, pues ellos arriesgan el dinero. Mencionó cuánto le ayudó Robert Lerner, fundador de la industria del doblaje en México, cuando tradujeron, adaptaron y montaron My fair lady, en 1973, “un voto de confianza te hace funcionar de un modo óptimo” y describió como un milagro la aparición de Silvia Pinal en su carrera, a quien catalogó de una actriz verdaderamente profesional y con muchas tablas.

En ese año, controlando un presupuesto grande, se dio cuenta de la magnitud de lo que tenía a cargo y en una gira de teatro, en el hotel, incluso vomitó de nervios, algo que nunca le pasaba. Eso lo hizo saber qué era él como director, qué significado tenía tener tal puesto. Asegura que esa experiencia fue como su doctorado en teatro.

Para Ibáñez era importante desarrollar un lenguaje propio para ser director de teatro, lo que no lograba por escrito, pues la práctica contradecía a la teoría aprendida. La lección de confianza que le dio Bob Lerner, “no se aprende en la escuela”, dijo, “hay algo intuitivo en la gente de teatro, no tiene nada que ver con el conocimiento, es intuición”. Comparó la función del director teatral con la de Moisés guiando al pueblo hebreo a través del mar rojo abierto en la cinta Los diez mandamientos de Cecil B. de Mille. El director resuelve con su vara y guía a todos en el teatro. Citó a Peter Brook: “Un director abre caminos”.

Cuando el periodista, escritor y productor Carlos Landeros lo cuestionó sobre el montaje que hizo en 1968 de Fuenteovejuna, Ibáñez prefirió hacer sólo un breve comentario: “Fuenteovejuna fue mi Titanic… pero yo fui como Kate Winslet” con lo que hizo reír a toda la concurrencia.

Carmen Galindo habló también de Ibáñez como hombre de teatro y como lector. Comentó que Ibáñez ha estado presente en dos teatros, el llamado cultural y el teatro comercial. Pero su faceta como lector también ha sido admirada por cuantos lo han oído. No es la primera vez que se escucha decir, ya sea frente a él o no, que es el que mejor lee en México. Es tan bueno al momento de leer, que Monsiváis no se presentaba si Ibáñez no leía sus textos. Hasta se lo llevó a Londres para leer poesía mexicana, mientras Monsiváis la explicaba, según contó el maestro. Su espléndida lectura puede ser oída en la serie de discos literarios de la UNAM, Voz viva de México y en el portal de la Universidad Descarga cultura.

Varias veces pareció quebrársele la voz a José Luis Ibáñez al repasar tantos años llenos de cariño y trabajo, pero el momento más conmovedor fue sin duda al referirse a Carlos Monsiváis. “Nadie confió más en mí que Carlos y hoy me hace más falta que nunca” afirmó desencajado y casi llorando. “Bienes impagables en la vida, la confianza que alguien te ha dado”, dijo sobre su amigo, para luego agradecer la presencia de la familia de Monsiváis en este homenaje y culminar con el acto.

Todos los presentes nos sentimos contagiados de esa visión emotiva de la que está llena el teatro, no sólo el de la dramaturgia, sino también el de nuestras vidas. Ese algo intuitivo, que quizá se llame amor, es lo que el maestro Ibáñez ha puesto en cada obra, en su labor en TV UNAM, en el cine adaptando un texto de su amigo Carlos Fuentes e incluso en una teleserie de Televisa. Ese amor y sus ganas de reconocer “a los demás” como ha dicho Sigfrido en La vida es sueño (“¿No nacieron los demás?”), esa generosidad filosófica, son los dos actores principales en esta maravillosa puesta en escena que hemos disfrutado por décadas llamada José Luis Ibáñez.