Jaime Septién

Ignoro en qué acabó el ciclón desatado por la conductora de origen peruano Laura Bozzo quién exigió, a gritos, derecho de réplica en el noticiario de MVS, que conduce Carmen Aristegui (por cierto, quien de forma consistente aparece en el primer sitio de credibilidad en los sondeos de opinión de revistas especializadas en medios).
La polémica provino cuando, en el noticiario de Aristegui, un camarógrafo y una corresponsal de la revista Proceso relataron el montaje de Bozzo, con un helicóptero prestado por el Estado de México, para llevar ayuda a Guerrero. Laura Bozzo retó a Carmen a acudir a los lugares devastados por los fenómenos meteorológicos “Manuel” e “Ingrid”. Y la acusó de “mentirosa” y de que la que montaba, cada mañana, “un circo” era la propia Aristegui.
Con tono destemplado, Bozzo dijo amar a México, jugársela por la gente, ser rescatista desde hace años, andar con los topos de un lado a otro y estar “inyectada” en sus brazos tras haber ayudado en lugares como La Pintada o Coyuca de Benítez. Recordó el tema de la anciana supuestamente violada por los militares en Zongolica que, según ella, fue un cuento de Aristegui.
“Si la televisora (Televisa) quiere un pleito en estas condiciones, no lo va a tener”, dijo Aristegui, quien agregó que el tema principal del caso es el presunto uso de recursos públicos por una televisora en una emergencia. Lo demás, afirmó, es un “distractor morboso”.
No es la primera vez que pasa una cosa así. Ni será la última. La televisión está hecha para dar espectáculo, para mantener audiencia, para vender minutos al mejor postor. Es parte de un gran engaño que consiste en contar historias paralelas. Nunca, como ahora, hemos estado tan absolutamente claros que hay dos historias: una, la que se cuenta en la pequeña pantalla y otra, la de la realidad-real.
Desde luego, el tema presentado por Carmen nada tiene que ver con la respuesta de Bozzo y su enojo. Menos con sus insultos. Es un tema serio. No se puede desviar recursos oficiales para grabar un reality-show, por más que la señora Bozzo sea una amante de los pobres. Hay que recordar lo que sucedió con el montaje de la señora Cassez para saber qué implica jugar a contar dos historias. Hay que ver cómo se las gastan los virreyes-gobernadores del país en temas de uso de recursos públicos para fiestas privadas.
En un país en las condiciones en que se encuentra México, el debate parecería pleito “de lavadero”. No lo es. Como en el temblor del 19 de septiembre de 1985, la solidaridad está rebasando los cauces oficiales y las mediaciones institucionales. Aquél entonces hizo surgir “otro” México. De “Ingrid” y “Manuel” podría suceder lo mismo. Si nos adecuamos al único valor que lo construiría: el valor de la verdad. Los espectáculos —por cierto—no conducen a la verdad. Tampoco los protagonismos en el seno de la tragedia.