Eusebio Ruvalcaba

Género predilecto del romanticismo alemán, la sonata para violín y piano no ha tenido, sin embargo, la misma acogida entre los compositores mexicanos. Contados maestros le han dedicado su atención.
Pero no nada más por eso vale la pena destacar la homóloga de Hermilio Hernández, el músico jalisciense —por cierto, nacido en Autlán de Navarro, también terruño de Antonio Alatorre y de Carlos Santana.
Se trata, pues, de una sonata (1954) que ha corrido con buena fortuna. Por principio de cuentas, el violonchelista Arturo Xavier González —otro músico egregio de Jalisco— realizó una transcripción para su instrumento. El éxito fue asombroso. De la noche a la mañana, la sonata para violonchelo y piano se colocó en un nicho envidiable, al punto de que desplazó a la versión original, como si originalmente hubiese sido compuesta para chelo y piano (ojo, no confundir con la sonata para violonchelo y piano del mismo autor pero de 1962). Mas no termina ahí la suerte —¿es suerte?— de esta sonata. Años más tarde, en 1968, el director de la Sinfónica del Noroeste, Luis Ximénez Caballero, le encarga a Hermilio Hernández la transcripción de su sonata pero ahora para el formato de concierto para violín. Cosa que el compositor lleva a cabo y que el violinista Higinio Ruvalcaba estrenaría en el Teatro Degollado de Guadalajara en aquel año.
Regresemos a la sonata.
Dotada de un fino lirismo, fluye de principio a fin con una gran frescura. Desde las primeras notas, todo parece transcurrir como el agua de un río que buscara su cauce sin toparse en el camino con obstáculo alguno. Aunque haya tramos salpicados por la vertiginosidad y cierto delirio. Compuesta y estrenada en 1954 con Manuel Enríquez al violín y el propio Hernández al piano, constituye un alarde de buen gusto. No es común toparse con ese dominio de los instrumentos, en que el autor se da el lujo de jugar con el equilibrio —incluso hay pasajes en que todo el peso recae en el piano—, sin perder de vista encanto y refinamiento. ¿Será esto lo que ha llevado a esta sonata a su total aceptación? Puede ser. Pero si se le atiza al fogón, habría más cosas. De golpe, que se trata de una obra melódica en extremo. Y de melodías frescas y convencionalmente novedosas. Se escucha la sonata, y su canto melódico sobrepasa cualquier expectativa. Pero también hay que tener en cuenta que el público se harta de la experimentación. Sin que sea tampoco una obra conservadora, su parcela es profundamente lírica. Digna obra para el encuentro de dos músicos con su público. Se identifica de inmediato su lozanía. Parece originalmente compuesta por algún post-romántico.
Muy recomendable, por cierto, la versión de Savva Latsanich, al volín, y Patricia García Torres al piano en el sello Quindecim. Que además incluye la Suite para violín y piano de Manuel Enríquez, y la Sonata de José Pablo Moncayo.

Dotación: violín y piano. Movimientos: Andantino quasi
allegretto / Andante mesto / Allegro ma non troppo. Duración aproximada: 18’.