Carmen Galindo

Sobra decir que en muchas ocasiones yo había observado, como todo mundo, algunos aspectos de la cultura de Monsiváis. Él no gozaba el arte en los límites de la alta cultura, claro que disfrutaba de las obras maestras de la literatura universal, como Joyce, Lezama Lima, Rulfo o Dickens, pero le sumaba a sus aficiones, de modo desafiante y divertido, el comic y la caricatura, intentaba hacer caber en la alta cultura la ciencia ficción o la novela policíaca, géneros, entonces, desdeñados por otros intelectuales (de otros tiempos) como subliteratura. No se desvivía por la ópera, sino dedicaba ensayos a Agustín Lara o a Isela Vega. Las fotos le interesaban, y no sólo las fotos de los Álvarez Bravo o Tina Modotti o Edward Weston, sino una imagen de Cantinflas. No digamos su afición por el cine que no sólo llegó a formar su portentosa colección donada a la cineteca nacional, sino su afición desmedida por algunas escenas de los hermanos Marx o de Sara García jalando de la oreja a Pedro Infante. Me he referido muchas veces y admirativamente a su gusto por gozar y escribir sobre la cultura popular y lo que resulta más atrevido, la cultura de masas.

Pero, y sólo ahora me doy cuenta, limitaciones que tiene uno, siempre leí a Carlos Monsiváis como escritor, y mientras más atención prestaba al texto, menos me preocupaba lo que acompañaba su talento incomparable.

El otro día fui a su museo, El Estanquillo, para asistir a un aniversario de su muerte, el quinto. Y que empiezan a hablar Saborit y El Fisgón y Alfonso Morales sobre la obra de Carlos y a mí, que me considero súper experta en su obra, me descubren la verdadera riqueza de su literatura. La resumiré en la frase de Rafael Barajas, el Fisgón: “los textos de Carlos tienen siempre soundtrack”. Alfonso Morales añadió que parten de o sugieren un encuadre, un close-up o una escena completa, vale decir una fotografía.

En las palabras de Saborit, del Fisgón, de Morales vi los textos de Carlos Monsiváis escapando de los limites estrechos de la página para hacerse acompañar con imágenes fotográficas, sugerir la música de fondo o no tan de fondo, sino protagónica. Me recordó algún cuadro de Frida u otro de Van Gogh que desbordan la tela y se escapan hacia los márgenes, se van al marco y si se deja se siguen por la pared. Así son los textos de Monsiváis, formas literarias que provienen o se completan con la imagen, la foto o la obra pictórica de un Toledo, de ahí ese su peculiar juego tipográfico, con admiraciones, con las altas y las bajas, sus signos de admiración, en fin, las muchas formas del subrayado y, por supuesto, la caricatura al centro.

Alfonso Morales fue clarísimo, afirmó que la lectura de la literatura de Monsiváis no está completa si no incluye la imagen de donde proviene el texto o la imagen que con la escritura revela el texto. Es una forma literaria que no es la visual de algunos escritores del siglo XX, como, por ejemplo, los versos en forma de botín de mujer de Tablada o de mariposa de Salvador Novo. Esto va más allá, se va hacia el siglo XXI, es por decirlo de alguna manera una literatura multimedia.

Otro aspecto que destacaron, unos más que otros, pero en el que todos coincidieron, fue la intención deliberada del propio Monsiváis de convertirse a sí mismo en una figura pública. Y aquí también debo reconocer que andaba equivocada; muchas veces le comenté que su personalidad estaba a punto de comerse a su literatura y yo lo advertía como un peligro. Los ponentes, todos, como yo, amigos muy cercanos de Carlos, defendieron el propósito deliberado de Monsiváis de convertirse, no sólo en un escritor, sino en un personaje, más que una celebridad, un ícono. Naturalmente se habló largo y tendido del maestro Novo y se opinó si era o no su modelo.

Alguno de ellos, creo que fue Morales, llamó la atención sobre las fotografías que se le habían tomado y en las que se observa, dijo, un significado que va de acuerdo con su obra literaria y que podría ser (no sé si lo dijeron ellos o lo discurrí yo) la frase que titula su largo ensayo en torno a Salvador Novo: “lo marginal en el centro”. Esta frase no ampara únicamente a las minorías sexuales, sino a todas las causas perdidas por las que lucha su literatura. El Museo del Estanquillo, porque reúne sus obsesiones, es parte, así, de su literatura multimedia.