Veinte años estuvo detenido el mexicano Evelio Vadillo Martínez

 

 

Humberto Guzmán

Una cosa fue visitar el Paraíso soviético, como lo hizo el Nobel André Gide y otra, muy distinta, la “beca” forzada que sufrió el comunista mexicano Evelio Vadillo Martínez en 1935. Gide escribió su Regreso de la URSS (1936) donde relató su decepción de haber encontrado al pueblo ruso sometido a un sanguinario dictador, Josef Stalin, peor que los zares. El ataque de sus correligionarios de Partido no se hicieron esperar.

Profundicé en el fatal destino de Evelio Vadillo (1904-1958) por la lectura de Un comunista mexicano en el Gulag, de Enrique Montes García. “No se conoce un caso” como éste, “un hombre que se pasó veinte años (…) preso en las cárceles stalinistas, en el Gulag, el órgano penitenciario y de trabajos forzados desde Lenin…”.

Destacado miembro del Partido Comunista Mexicano, lanzó una perorata desde los micrófonos de la XEW, donde se introdujo como un terrorista, acerca de los éxitos económicos y sociales de la URSS. Así, Vadillo fue premiado por el PCM con un pasaporte y nombre falsos, para que ingresara a una “escuela clandestina de la Internacional Comunista” y se capacitara en economía, política y sociedad. Como para tales estudios no requería esconderse, se ha deducido que fue a aprender “técnicas de subversión y sabotaje”. Legalmente, Vadillo nunca estuvo en la URSS. ¿Por qué aceptó tales anomalías? La respuesta se encontraba en su fe comunista.

Le dijeron que era por un año y lo creyó. Sin embargo, no quería ir, tal vez prefería hacer la “revolución” en México y, además, acababa de tener un hijo con su mujer. A propósito, durante su larguísimo secuestro, el PCM que lo entregó no hizo nada por su mujer y su hijo de meses que quedaron desamparados, tampoco por buscarlo y menos por regresarlo. Como si hubieran estado de acuerdo.

El ambiente era de los Procesos de Moscú de 1936-1938, que se basaron en una cacería de brujas. El problema mayor surgió al final de ese año de “estudios”, la URSS no autorizó la salida de Vadillo. ¿Por qué? Apareció en los baños de la “escuela clandestina” la frase “¡viva Trotsky!” en español. Un compatriota suyo (no se da el nombre) lo señaló en una asamblea entre insultos como “renegado, perro”. Luego, hombres del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) aprehendieron a Vadillo. Según la investigación de Montes, lo condenaron sin mayor trámite a cinco años en un campo de concentración (para que aprenda a respetar) y cinco más “de relegación en Alma Atá”, al oriente de Rusia. Le faltaban otros tantos con ese fino trato.

Margarita Gutiérrez y Anselmo Sánchez, esposa y amigo de Vadillo, declararon que durante el primer año recibieron correspondencia suya, pero, repentinamente, lo envolvió el silencio, la nada. Se había convertido en un fantasma del más allá. La señora informó que cuando se enteraba que regresaba alguien de la URSS se acercaba a él para preguntarle por Vadillo. Hernán Laborde, David Alfaro Siqueiros, Valentín Campa, entre otros del PCM, le contestaron que no sabían nada de él. Como si se lo hubiera tragado la tierra, pero la de abajo del hielo de Siberia.

Anselmo informó que Vadillo compartía una habitación con un compañero—no aparece el nombre—, sólo había dos camas con un buró en medio. Una noche se dispusieron a dormir y apagaron la luz. Al otro día, el compañero despertó y Vadillo se había esfumado, sin dejar huella, allí estaba su maleta y una foto de su hijo. Preguntó a los otros de la casa por él, pero le contestaron que mejor no averiguara nada.

La fiesta de Moscú. En agosto de 1935 se organizó el VII Congreso de la Internacional Comunista, en donde los mexicanos de esa fe no podían faltar. Antes se expulsaron a Kazajstán 12 mil mendigos, que eran el resultado del fracaso económico soviético. Allí estuvieron, en un Moscú de escenografía, Hernán Laborde, secretario general del PCM, los entusiastas camaradas Miguel A. Velasco y José Revueltas. A Vadillo le costó trabajo escaparse, pero asistió un momento. Éste y Revueltas habían pasado una temporada en las Islas Marías. Vadillo regresó a su cárcel-escuela clandestina. Revueltas se quedó hasta noviembre, disfrutando de sus anfitriones rusos, en especial unas rusitas. Pero no trató con los obreros ni supo del terror, ni las “purgas”, ni la hambruna, ni los campos de concentración, todo lo que Vadillo viviría en carne propia.

De pronto, en junio de 1947 apareció en la embajada mexicana en Moscú un fantasma, vestido como un miserable y sucio mujik ruso, de pelo y ojos claros, hablando en perfecto ruso. ¿Quién es este loco? Un espía soviético. La persona que abrió la puerta no lo dejó pasar. Al final gritó en español que quería ver al embajador, un asunto de vida o muerte. Era Evelio Vadillo Martínez que se había fugado de la remota Kazajstán (Asia central), lo que está penado en un país comunista donde no hay libertad de movimiento, sobre todo en un caso como el de Vadillo que había ofendido a Papá Stalin y al proletariado internacional, de seguro era un espía mexicano. Habían pasado quince años de terror, todavía le faltaban más de cinco de persecución y tortura mental y física infligidas por los burócratas estalinistas.

Cuando pudo escapar del cerco, después de años de penosos trámites hechos por la embajada mexicana en Moscú y la Secretaría de Relaciones Exteriores, sus antiguos correligionarios concluyeron que el imperio de Stalin debió haber tenido razones para condenar a Evelio Vadillo Martínez a los campos de concentración, cancelando su salida del país. Por desgracia, no escribió sus memorias. Murió en un café de la ciudad de México. Un periodista mexicano dijo que pudo haber sido asesinado con cianuro de mercurio porque tenía un color “gris acero”. Me recuerda la muerte de un enemigo de Putin en los últimos años. Los diarios no mencionaron la noticia y escasos amigos suyos asistieron a su sepelio.

Enrique Montes García, Un comunista mexicano en el Gulag. El caso de Evelio Vadillo Martínez, tesis de licenciatura en ciencias de la comunicación, México, UNAM-FCPyS, 2013.