Constitución de la Ciudad de México

En las últimas décadas, el desarrollo de las grandes ciudades ha sido un desafío para los gobiernos. Actualmente la mitad de la población mundial vive en espacios urbanos; sin embargo, se calcula que en el 2025 el 75% de ella vivirá en ciudades.

Ante tal escenario, gobernar ciudades con estas características será un reto mayor, no sólo por lo que significa en términos del número de personas que las habitan, sino por el surgimiento de nuevas necesidades que deberán atenderse. La Ciudad de México es una de ellas y enfrenta problemas estructurales, emergentes y situaciones de riesgo. El elemento fundamental para resolverlos o profundizarlos será su Constitución.

Se ha hablado mucho del constituyente; sin embargo, hay pocos elementos sobre el contenido de la Constitución. A momentos parece una competencia sobre quién es más progresista y se ha dado poca atención sobre cómo diseñarla.

Un equilibrio entre derechos, posibilidades y potencia del Estado no es un concurso de quién es más progresista, o más de avanzada, sino es qué funciona y qué elementos se deben considerar para tener vida armónica en la Ciudad de México.

El planteamiento inicial se da a partir de la pregunta: ¿cuál es la organización y los principios que necesita la Ciudad de México para funcionar en el siglo XXI? Lo que nos lleva a reflexionar sobre ¿qué ciudad proponemos? ¿Cuál es la visión de presente, la raíz que reconocemos como propia y el futuro que queremos construir?

Estos cuestionamientos parecen obvios, pero tienen límites y fronteras precisos; de entrada, el marco constitucional, que es muy puntual y preciso.

Por ello, el reto de la Constitución es reconocer derechos, pero también dar orden y gobernabilidad, que sean las bases para una convivencia armónica en relaciones altamente complejas, como las interacciones entre ciudadanos, ciudadanos y autoridad y entre autoridades, delegacionales de la ciudad y federales.

En el diseño de la Constitución de la Ciudad de México, un factor clave es la funcionalidad política, dado que no puede ser un instrumento de propaganda o cálculo político. La Constitución es el diseño de una entidad para su funcionalidad gubernamental y social. Debe dar marco a la autoridad y sociedad para resolver los problemas actuales y futuros.

La construcción de la Constitución es un proceso histórico, trascendente, pero también obliga cuidado, dado que los errores tendrán grandes consecuencias. Hay tres riesgos que es necesario cuidar en la redacción del documento inicial: el primero se refiere a pegar pedazos de presiones de grupos, sin una integración armónica y con visión de gobierno, ya que haría una entidad disfuncional. Una experiencia fundamental es la de la Constitución de Estados Unidos, básica, funcional, fruto de un debate intenso sobre lo que es importante, bajo la visión integradora de Hamilton.

La segunda tentación es despreciar el estatuto actual de gobierno. Es necesario reconocer que hasta hoy ha sido funcional, por lo que sería un error desecharlo por completo, pero tampoco es un modelo por mantener. El éxito de la Constitución del 17 como modelo de Estado y de pacificación del país fue que partía de un análisis de los problemas nacionales y un planteamiento ambicioso, fue la primera constitución social; terminó con el régimen de Díaz, pero mantuvo lo funcional de la Constitución del 57.

El tercer riesgo son las presiones de grupos con visiones particulares, pero en especial, las presiones de ignorantes e impostores pueden ser muy dañinas ya que basados en la estridencia y por sacar un lucro político inmediato y mezquino pueden hacer un daño titánico y permanente.

Diseñar la Constitución de la Ciudad de México será crear un modelo sobre el funcionamiento del país. Las expectativas ciudadanas son altas, por lo que más allá del debate que se genera sobre este ejercicio debe prevalecer el compromiso de que su contenido responda a las necesidades ciudadanas y no a los intereses de grupos políticos.

@LuisHFernandez

Senador de la República.