Santiago González Villajos

Con un cuello a la valona. Así pudo retratarse Miguel de Cervantes, o todavía al menos no hay motivos de peso que demuestren que ese no fue el modo en el que el escritor de Don Quijote, la persona que le pintó o ambos, decidieron hacerlo. A estas conclusiones se ha llegado en un estudio presentado al público el pasado seis de junio en el Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y Ciencias ubicado en la castiza Calle Fuencarral de Madrid.

La imagen del escritor que ha servido como base para afirmar esta teoría se corresponde con un grabado que fue realizado en 1854 con motivo de la publicación de The Wanderings of Persiles and Sigismunda, la versión londinense del que fuera el testamento literario del escritor alcalaíno hace exactamente cuatrocientos años. Esta novela, cuyo prólogo fue firmado por Cervantes en su mismo lecho de muerte con dedicatoria al Conde de Lemos, se clasifica dentro del género bizantino y como el Quijote desarrolla gran parte de su acción mientras sus personajes están en movimiento. Articulada en cuatro libros, los dos primeros son una suerte de Odisea que se desarrolla en ámbito marino, tan familiar para el escritor durante sus años de arcabucero. Los protagonistas de esta historia son Periandro y Auristela, aunque como en la Divina Comedia, lo central son las numerosas personas y experiencias que van encontrado a lo largo del camino. Periandro y Auristela se dirigen en peregrinación a Roma, recorriendo los mares del Norte donde en una isla, de cuyo nombre Cervantes no quiso acordarse, encuentran al manchego exiliado Antonio Villaseñor, a sus hijos Constanza y Antonio, y a su mujer Ricla, la extranjera que con su amor le rescató de la caverna platónica en la que estuvo a punto de sucumbir al final de su exilio. Desde entonces, esta peculiar familia, intercultural y mestiza es parte sustancial de una comitiva a la que se unen otros personajes y suceden acontecimientos de los más inverosímiles y extraordinarios. En los libros tercero y cuarto desembarcan juntos en Lisboa hasta alcanzar Roma siguiendo las costas del Mediterráneo. Para ello atraviesan la Meseta Sur por Guadalupe y Talavera de la Reina hasta llegar al lugar de origen de Antonio, Quintanar de la Orden, el mismo sitio de La Mancha del que Cervantes se acordó al terminar su Don Quijote y al poco de empezarlo. Fue allí donde quiso narrar la reconciliación entre dos formas muy diferentes de ver el Mundo. De una parte la aperturista, simbolizada por Antonio, consecuencia de una trayectoria vital marcada por el contacto intercultural, de haber luchado en las tropas del imperio, multiétnico como cualquier otro, de Carlos V; así como de haberse exiliado y encontrado refugio en los brazos de Ricla.

De otra parte, la inmovilista, la que hoy no dudamos en identificar como “profunda”, la de la suspicacia y la desconfianza. La de la Inquisición. La clasista. La que obligó a exiliarse a Antonio para poder conservar su vida. Allí, en Quintanar de la Orden, Cervantes casó a Constanza Villaseñor con el hijo de la persona que décadas atrás había intentado arrebatarle la vida a su padre. También allí, el pasado 23 de marzo, como ya hiciera el catedrático de historia del arte Fernando Maríasen 2005, se releyeron las teorías publicadas por Lafuente Ferrari en 1948, las mismas que dieron por zanjado que el retrato que preside las reuniones de la RAE, el llamado Pseudojáuregui, es falso. Unas semanas antes, la persona que recuperaba estas teorías, con el rigor que le pueden conferir ocho años de estudios de postgrado en instituciones tan prestigiosas como el University College de Londres, la Universidad de Granada o la Autónoma de Madrid, trató de transmitir el conocimiento científico de la existencia de un retrato con visos de autenticidad, reproducido en 1854 en Londres, a los principales medios de este país. Se le negó, no obstante, la oportunidad de ser escuchado más allá del ámbito regional y se siguió difundiendo la imagen falsa que hace tan sólo once años había denunciado Marías. Por suerte, el año no ha terminado y todavía hay tiempo de recordar al escritor como debió ser durante su complicada vida. Sancho no dudaría en afirmar que rectificar es de sabios.

Volvamos por ello al tema en cuestión. Antes de su redescubrimiento en 2015 la imagen había sido publicada cuatro veces, en 1911, en 1944, en 1946 y en 1948, ésta última no en el libro de Lafuente Ferrari, sino en la monumental biografía de diez tomos realizada por el villaescusero Astrana Marín. A pesar de que Joseph Cundall, el editor del Persiles, se encargo de acompañar la imagen de un pequeño postscript a modo de certificado de autencitidad, ninguno de estas publicaciones fue capaz de desenmarañarlo, dándolo con filisteísmo vago e injustificado directamente por falso cuando el Pseudojáuregui fue dado por bueno en su día por la Academia sencillamente desde la profana intuición que puede derivarse de verlo reproducido en dos fotos. La breve inscripción del postscript que firmaba la traductora de la obra Luisa Dorothea Stanley, indicaba que el retrato había sido llevado por Arthur Aston a Londres pocos años antes de la edición y que había sido fotografiado por la primera persona en publicar un libro de Historia del Arte con reproducciones de obras a partir de este método y al que casualmente se le dedica durante estos días la exposición Copiado por el Sol en el Museo del Prado: el escocés estudioso de arte español Mr William Stirling de Keir. Pero lo más importante de todo es que esta mujer aseguraba que la familia que lo custodiaba en Madrid lo tenía en gran estima y lo consideraba auténtico.

Y esa familia no fue otra que la de los mismos Aston, vinculada a la villa y corte desde que Buckingham y el príncipe Carlos se dirigieran a la misma en 1623 cuando Walter Aston, embajador del rey inglés Jacobo I, trató, como Cervantes en su Persiles, de reconciliar la Europa católica con la protestante. Walter Aston fue introducido en las publicaciones de 1911, 1944 y 1946 al hablar del retrato, contradiciendo aparentemente al Arthur del que nos habló la edición de Cundall. No obstante, resulta que el linaje de los Aston de Forfar, título nobiliario con el que se le recompensó por su empeño conciliador pese a que incluso había llegado a convertirse al catolicismo, se extiguió con la madre de Arthur Clifford, persona que recuperó los documentos de la familia Aston para la ciencia de la Historia publicándolos bajo el nombre de Tixall Letters en 1815. Arthur Clifford falleció quince años después, lo cual hace posible la afirmación del Persiles de Cundall. Por los motivos que fuera, probablemente como manera de denunciar el machismo implícito en la extinción del linaje de los Aston de Forfar, la traductora consideró referirse al historiador con su apellido materno. Todo lo que sigue a esta reveladora circunstancia son técnicas analíticas de vanguardia para la Historia del Arte, tanto en el campo de la forma y el estilo como de la pictoricidad y la iconografía, a partir de un entrelazamiento interdisciplinar con la teoría antropológica, la cultura visual y los estudios post-coloniales. De aquí ha sido posible deducir que la valona que lleva el retrato de Londres no es únicamente propia de la Inglaterra de Jacobo I – otro de los motivos por los que había sido descartada su autenticidad en las publicaciones anteriores – sino que fue una prenda que, sin ser definida en términos étnicos como se hizo en castellano, se utilizó en buena parte de Europa de forma contemporánea a los momentos en que Cervantes dijo que Jáuregui le había retratado en la primera década del siglo XVII. Italia acompañó a Cervantes durante toda su vida, desde antes incluso de marcharse a Roma en 1571, pues las personas que testificaron para demostrar su hidalguía en Madrid fueron comerciantes italianos.

Allí se hizo a sí mismo como hombre durante sus años de soldado y también como literato, tal y como demuestran las numerosísimas referencias en su obra a modos de expresión italianos. Cervantes no se retrató, por tanto, como hidalgo, sino como literato y soldado hecho en Italia en un momento en el que ésta no existía como entidad política y su mitad meridional estaba controlada por la corona catalano-aragonesa. Esto es, con la complejidad que ello conllevaba entonces, Cervantes se retrató como un español, no con la tradicional gola encañonada, sino con un sencillo cuello a la valona. Una italiana diría que está retratado alla Van Dyck. y Van Dyck retrató a muchos italianos. Además, la valona fue típica de banqueros y recaudadores de impuestos, trabajo que ocupó a Cervantes durante muchos años.

Vía El Imparcial

http://www.elimparcial.es/noticia/173255/cultura/hallado-un-posible-retrato-de-cervantes-en-londres.html