Pese a lo que dicen los ecologistas fundamentalistas

René Anaya

Aunque todavía es una de las banderas de los ecologistas fundamentalistas, la lucha contra los productos transgénicos poco a poco ha perdido terreno, gracias sobre todo a que se ha logrado que la mayoría de la población tome conciencia de que estrictamente desde tiempos inmemoriales hemos vivido con ellos.

Los satanizados transgénicos no son un descubrimiento reciente ni acaban de aparecer en el mercado, lo que sí es novedoso es la tecnología que permite desarrollar con más rapidez ciertos cultivos transgénicos “a pedido”, es decir según las necesidades que se detectan.

 

Un proceso milenario

Sin el ánimo de entrar en controversias por detalles técnicos, debe reconocerse que los productos transgénicos están entre nosotros prácticamente desde que se inició la agricultura, primero por una selección natural, posteriormente por otra realizada por el ser humano, con procedimientos muy lentos, basados en el ensayo y error y, recientemente, por la biotecnología y la ingeniería genética.

Los primeros cultivos de cereales y leguminosas probablemente surgieron de la selección de las semillas que parecieron más aptas para aguantar los climas y condiciones de hace miles de años. Así, el maíz surgió de la mutación de formas antiguas de teosinte, ya sea por selección natural o por la participación del hombre.

De la misma forma, todas las razas de perros se derivan del domesticado en el neolítico (hace unos diez mil años) y, de manera reciente, se encuentran las nectarinas, los jitomates mejorados, algunas naranjas y otras variedades de frutos que se consumen frecuentemente.

Por su parte, un experto en desarrollo rural y políticas agrarias, Juan Echánove, ha puntualizado en un artículo publicado en El País el 5 de agosto del año pasado que “toda la soya del mundo es ya de origen transgénico […] La mitad del algodón que se cosecha hoy es de origen transgénico”.

En esas condiciones, no se tienen evidencias de que hayan aumentado los problemas alérgicos, como se afirma que puede ocurrir con los productos transgénicos; tampoco se ha visto que las semillas de los cultivos transgénicos se propaguen a otros campos ─como se dijo en un principio─, porque precisamente esa es una de las principales críticas a esa forma de sembrar, que no se producen semillas capaz de reproducirse, por lo que los agricultores deben comprar anualmente las semillas a las compañías productoras de transgénicos.

En cambio, una de las ventajas que los ecologistas deberían aquilatar y defender es que los cultivos transgénicos reducen el empleo de herbicidas y pesticidas, ya que las plantas modificadas genéticamente son resistentes a bacterias y virus, incluso se han desarrollado otras resistentes a plagas pluricelulares.

 

Una planta antitoxinas

Un nuevo beneficio de los productos transgénicos ha sido obtenido por un grupo de investigadores de la Escuela de Ciencias Vegetales de la Universidad de Arizona, encabezados por la doctora en genética Monica A. Schmidt, quienes publicaron el 10 de marzo pasado su artículo “Aflatoxin-free Transgenic Maize Using Host-induced Gene Silencing” (“Maíz transgénico libre de aflatoxinas mediante silenciamiento génico inducido por el huésped”), en la revista Sciences Advances.

Schmidt y colaboradores modificaron un gene del maíz para bloquear el desarrollo de aflatoxinas en dos hongos que crecen en las mazorcas: el Aspergillus flavus y el Aspergillus parasiticus, que además de dañar las cosechas pueden causar padecimientos hepáticos, como el cáncer de hígado a quienes consumen maíz infectado con estos hongos.

Las aflatoxinas no se encuentran únicamente en las mazorcas, también se desarrollan en el trigo, los cacahuates, las nueces, los pistaches y otros frutos secos, así como en carnes y productos lácteos de animales que las consumen. Los seres humanos pueden adquirirlas cuando toman alimentos contaminados o inhalan el polvo que se genera durante el manejo y procesamiento de cultivos y alimentos contaminados.

Con la finalidad de combatir la contaminación por aflatoxinas, los investigadores insertaron una porción de ácido desoxirribonucleico (ADN) que produce ácido ribonucleico de interferencia (ARNi), el cual cuando el grano está infectado por Aspergillus migra a la célula del hongo, donde bloquea la aparición de la aflatoxina.

Así, “el maíz genera este ARNi de forma constante durante todo el desarrollo del grano”, ha señalado la doctora Schmidt, por lo que el cultivo se encuentra protegido en todas sus etapas de crecimiento y desarrollo, hasta el momento de la cosecha.

La doctora Monica Schmidt, con base en el estudio, ha planteado: “Este maíz modificado genéticamente podría reducir la exposición a la comida contaminada de unos 4 500 millones de personas de los países menos desarrollados”. Por lo tanto, puede considerarse que esta investigación podrá agregar un beneficio más de los calumniados productos transgénicos.

reneanaya2000@gmail.com

f/René Anaya Periodista Científico

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