Una chiapaneca

Zoé Robledo A.

El pasado 8 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, y pudimos ver a muchos varones felicitar a las mujeres por ser su día. En muchos centros de trabajo, escuelas, casas, se les puso en un pedestal y se dijo lo mucho que las admiran.

Hablar de las mujeres hoy es hablar de machismo, de violencia, de desigualdad. El Día Internacional de la Mujer debiera servir para hablar del fracaso de un proyecto de sociedad, y de cómo son las mujeres las que se resisten a ese fracaso.

Quiero contarles de un caso de resistencia muy especial: de doña Olga Sánchez Martínez, a quien sus afortunados amigos le decimos Olguita.

Nació tercera hija de un total de 13 hermanos en una ranchería de Tuxtla Chico, Chiapas. A muy temprana edad, Olga padeció de disentería y llegó a pesar sólo 11 kilos, pero se aferró a la vida y se recuperó. Olguita desde entonces persistió.

Cuando niña, tuvo un accidente. Perdió dos dedos de la mano izquierda trabajando en una tortillería. Objeto de burlas y de descalificaciones, muchos pensaron que esto la volvería inútil para el trabajo y la vida. Y, sin embargo, ella persistió.

Huyó de la pobreza, emigró a la Ciudad de México a los 21 años, y se ganó la vida como trabajadora del hogar, y su cuerpo volvió a fallar. Le diagnosticaron cáncer, pero su deseo de vivir era más grande y fue el motor para seguir adelante. No se dio por vencida, Olguita persistió

Tiempo después regresó a Tapachula y en el Hospital Regional se encontró una realidad espeluznante y triste: decenas de migrantes en la pobreza, abandonados y sin futuro, a los que la Bestia les arrancó una pierna, un brazo, y en ocasiones sus sueños.

Preocupada por estas personas, Olguita comenzó a llevarlos a su casa, para atenderlos, darles un sitio dónde sentirse seguros, donde pudieran dormir y comer algo, y llegó a alojar en su casa hasta 60 personas.

Sus vecinos, sus amistades e incluso su familia no veían del todo bien su tarea: “Déjalos que se mueran, son migrantes,” le decían. Y, sin embargo, ella persistió, no dejó de trabajar por su causa y pudo, con mucho esfuerzo, fundar el albergue “Jesús El Buen Pastor del Pobre y el Migrante” allá, en Tapachula.

Desde su fundación, el albergue de Olguita ha atendido a más de 15,000 personas, la mayoría adolescentes entre 13 y 17 años que han sido amputados por el tren, o torturados o macheteados por agresores.

“No habrá dinero suficiente para atenderlos a todos”, le decían. Y, sin embargo, ella persistió.

El trabajo de Olguita genera incomodidad en algunos. La han acusado de ser traficante de personas, su casa ha sido baleada y la Mara la ha amenazado en diversas ocasiones. Y, sin embargo, ella persiste.

A pesar de los premios nacionales e internacionales que ha recibido, ella sigue vestida de blanco recorriendo hospitales, recogiendo y ayudando a quienes algunos funcionarios consideran basura.

Hoy Olguita tiene dos causas: construir una casa para familias solicitantes de refugio y dotar a las jóvenes migrantes centroamericanas de pastillas anticonceptivas, sí, de pastillas anticonceptivas, para que, ante la certeza de una o varias violaciones, por lo menos no queden embarazadas.

En 2016, el Instituto Nacional de Migración detuvo y deportó a 14,287 mujeres menores a 18 años. Según reportes, el 80 por ciento de las mujeres centroamericanas que cruzan por México son violadas.

Esta es una historia de dolor, pero también de esperanza: ante la miserable violencia machista, ojalá que una fecha como el ocho de marzo sea de inspiración para que haya muchas Olgas más, porque a pesar de todo, y a pesar de todos, Olguita y las mujeres persistirán.

@zoerobledo

Senador de la República por Chiapas

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