Carlos Ramírez

El problema principal al abordar la obra de José Emilio Pacheco radica en identificar el género de su estilo narrativo porque es muchos géneros. Lo más que se acerca a su propuesta es la categoría de “periodismo cultural”, pero ahí queda atrapado en lo cultural como práctica reducida a los intelectuales y desde su origen ciceroniano se refiera a prácticas ajenas a lo cotidiano: cultivar el alma. Pero la cultura es más que una actividad colateral: es la esencia del hombre, el nous griego (Anaxágoras, 500-428 a.C.) como principio fundador de la razón que define la inteligencia.

Por eso aquí se propone una nueva caracterización: periodismo desde lo cultural, no adjetivo sino universo totalizador. La aportación de Pacheco al género periodístico radica en dos propuestas: el estilo o conocimiento del lenguaje como metalenguaje y la facilidad con que maneja los géneros literarios para usarlos en las descripciones del realismo del periodismo. No fue Pacheco un producto tardío del llamado nuevo periodismo estadounidense llegado a México como moda en los años sesenta –Lilian Ross, Truman Capote como periodista y antes de A sangre fría, Gay Talase, Tom Wolfe–, sino quizá –en una lectura interpretada– pudiera decirse que fue una aportación tardía de los tres principales practicantes del nuevo periodismo mexicano, mucho antes que el estadounidense: Martín Luis Guzmán en El águila y la serpiente (1928), Mauricio Magdaleno en Las palabras perdidas (1956 pero recogiendo crónicas de 1929) o el gigante del estilo José Vasconcelos en su magna obra (Ulises Criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938), El proconsulado (1939), mayores a cualquier crónica de Mailer, y los tres como periodistas de hechos históricos.

Los tres libros de Inventario. Antología (coedición de Editorial Era, El Colegio Nacional, Universidad Autónoma de Sinaloa y Literatura de la UNAM, marzo de 2017) suman más de seis mil cuartillas y 329 columnas acomodadas en 1475 páginas. Si el esfuerzo se hizo, los lectores lamentamos la ausencia de un índice de nombres y de hechos para mejor manejo de los textos, aunque este índice podría hacerse a posteriori y colocarlo en páginas internet de las editoriales. Los textos recogidos, señalan los compiladores Héctor Manjarrez, Eduardo Antonio Parra, José Ramón Ruisánchez y Paloma Villegas, suman apenas un tercio de los escritos en Diorama de la Cultura de Excélsior y la revista Proceso, y faltan muchos publicados en otras revistas.

Los dos primeros tomos abarcan una década cada uno, sin duda por la capacidad prolífica de Pacheco: 1973-1983 el I, 1984-1992 el II y veintiún años 1993-2014 el III, cuarenta y un años en total. Pacheco comenzó la columna Inventario en Diorama de la Cultura de Excélsior en 1973, aunque en realidad sus textos, reseñas y registros culturales comenzaron en 1959, tres lustros antes, en la Revista de la Universidad entonces dirigida por Jaime García Terrés; su primer texto apareció en abril de 1959: “Imagen de la poesía mexicana contemporánea de Raúl Leiva”, cuando apenas contaba con veinte años de edad pero ya poseía una cultura sobresaliente y un estilo narrativo fresco. En abril de 1960, justo un año después de haberse iniciado como reseñista de libros de la revista de la UNAM, Pacheco ascendió a columnista cultural con su espacio fijo titulado “Simpatías y diferencias”, el antecedente de Inventario, una especie de cajón de historias literarias documentadas con exhaustiva indagación –más que investigación, porque la cultura se busca, no se documenta– de personajes, obras y tiempos intelectuales.

En la Revista de la Universidad escribió Pacheco de autores y obras, aunque sin esconder su inquietud como intelectual social. Sin embargo, ahí no había mucho espacio para desarrollar sus enfoques críticos de la realidad. El primer texto incluido en la trilogía Inventario es de 1973 y habla del golpe de Estado contra Allende en Chile y el acoso y muerte del poeta Pablo Neruda. Pacheco no eludió la realidad: la violencia contra estudiantes en 1968 y 1971 lo llevó a escribir artículos sobre coyuntura política a lo largo de 1971 en la página editorial de Excélsior. En 1972, en dos textos publicados en el número antológico Los escritores y la política de la revista Plural No. 13, octubre, dirigida por Octavio Paz, Pacheco expuso su posicionamiento ideológico sin dobleces: “casi todos (los escritores) coincidimos en creer que el socialismo es el único camino para resolver la espantosa injusticia que sufren nuestras grandes mayorías y acabar con la corrupción que emponzoña cada milímetro de la existencia nacional”.

Los años 1971-1973 definieron las posturas de los intelectuales –escritores y hombres de ideas– frente a la política del presidente Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación en el 68 de Tlatelolco y ya entonces instalado en Palacio Nacional con todo y su política de apertura a los jóvenes y de alianza con países subdesarrollados y dependientes. En uno de sus dos textos en Plural de 1972, Pacheco se refirió al daño que provocaron entre los intelectuales las declaraciones de Fernando Benítez –“Echeverría o el fascismo”– y Carlos Fuentes –“dejar solo a Echeverría es un crimen histórico de los intelectuales”– como una forma de construcción de una alianza entre políticos e intelectuales.

Para Pacheco, la actitud de Echeverría de buscar a los intelectuales y sumarlos a su proyecto –Fuentes fue embajador de México en Francia– “es la última opción de una clase dominante que no se quiere ver sustituida por los generales que, después de casi treinta años de eclipse, volvieron al primer plano a raíz del crimen histórico de 1968”. Pacheco fue escéptico, escribió que Echeverría “ejerce la autocrítica con palabras antes que con actos” y su crítica-autocrítica “se encamina a que algo cambie para que el resto pueda seguir igual”: la preservación del sistema priísta.

A pesar de la contundencia de sus frases, Pacheco no fue un dogmático y supo mantener aislados –con vasos comunicantes no dependiente– la política y la creación. Este posicionamiento político lo llevó –mi tesis: hubo correlación– a un regreso a la historia: la mejor manera de comprender la realidad del ahora es tener un mejor conocimiento del ayer, sobre todo si se sale de los estrechos márgenes de la ideología histórica gubernamental, el dominante. La gran crisis ideológica mexicana del tiempo histórico de los Inventarios –1973-2014– radica en el dominio absolutista del pensamiento histórico oficial la ideología del régimen priísta– y su capacidad para disminuirle independencia teórica a los análisis políticos. Salvo José Revueltas y Octavio Paz, la crítica a la crisis nacional se agotaba en el cuestionamiento a los modos y no a la esencia del sistema autoritario: la historia del autoritarismo escondida detrás de las “hazañas” del poder.

En este escenario se localizan los textos de Pacheco de reconstrucción histórica fuera de los tópicos oficiales del pensamiento histórico: los personajes  Santa Anna, Díaz, Obregón, Calles, entre otros, y la reescritura de sucesos históricos determinantes en la vida nacional; destaco dos: su crónica narrativa sobre el otro 2 de octubre, el de 1927 en Huitzilac, cuando Obregón mandó matar al general Francisco Serrano para que no compitiera por la presidencia (Inventario I, página 244), y, el segundo, su versión contra factual “Un informe y una fantasía” (Inventario I, página 310) sobre lo que pudo haber pasado en México si Obregón no hubiera sido asesinado en el parque de La Bombilla y hubiera gobernado hasta 1968. La historia, pues, como historia que pudo haber sido detrás de la historia que fue. Martín Luis Guzmán construyó La sombra del Caudillo colocando en 1927 en la sucesión presidencial de 1924 y Pacheco reescribió el suceso en Crónica de Huitzilac.

El tiempo histórico de los Inventarios ayuda a explicar las preocupaciones de Pacheco. El tomo I abarca del golpe de Estado en Chile en 1973 a la crisis del PRI en 1984 con la pérdida del corredor municipal del norte de la república, y los años de la primera fase de la crisis económica. En esta etapa hay varios textos históricos cuya construcción habla del papel del cronista: reconstrucción de historias desde la historia, no a partir del pensamiento histórico oficial; así, los héroes aparecen sencillos. Cada texto revela lecturas de los casos pero de su contexto histórico, coloca a los protagonistas sin las aureolas del poder coercitivo para usarlos como factores de inhibición de la crítica. Sin aspavientos, a partir de una reconstrucción literaria de la realidad, Pacheco se mostró como un historiador a la manera de los clásicos Heródoto, el Tito Livio explicado por Maquiavelo o el Tucídides que convirtió la historia en politología, al fin que los poetas –y Pacheco lo fue– se convirtieron en los historiadores de los sistemas políticos antes que los filósofos entraran en escena. Con rigor metodológico, Pacheco no cayó en las trampas de la militancia intelectual para no condicionar su libertad de escritura con los compromisos sartreanos tardíos en las posiciones de Benítez y Fuentes. Quede como registro que Pacheco tuvo una debilidad intelectual por Fuentes y Monsiváis y sus columnas sobre ellos pecaron de esa amistad por encima de la evaluación histórica.

El tiempo histórico del tomo II abarca el periodo de los cambios 1984-1992: la caída del comunismo, de la crisis económica y social y el largo camino del ajuste inflacionario con retiro del Estado de la economía a los años de preparación de la sucesión presidencial priísta que pavimentó el escenario de la ruptura de 1994 y la consolidación del neoliberalismo, pasando por el inicio del colapso político con el asesinato del columnista Manuel Buendía, de Excélsior, en 1984, de quien Pacheco publicó, días después del 30 de mayo, una columna sobre el legado de estilo periodístico de Buendía (Inventario tomo II, página 49), un columnista que trabajó como nadie el estilo literario de la columna periodística; con distancia cultural –Buendía era un reportero con constantes e intensas lecturas de literatura y Pacheco fue al final de cuentas, un periodista como narrador de la historia del momento–, Buendía desarrolló en la columna el estilo de periodismo narrativo y fue maestro de estilo en periodismo de la UNAM.

Los textos de Pacheco en este ciclo le dieron la vuelta a la coyuntura, lo que sin duda enriqueció más los referidos a la literatura. Son, por cierto, los textos más elaborados, más cuidados en el estilo, más centrados en su temática. Y si bien Pacheco llegó a tener posiciones críticas respecto de Salinas y el salinismo, en sus Inventarios de Proceso se dedicó a (re)crear literatura. En todo caso, debe venir un nuevo enfoque crítico para abordar esos textos: el contexto de segundo pensamiento a la hora de escribir. Por ejemplo, al iniciar el año de las elecciones polémicos de 1988 –ya con Cárdenas fuera del PRI y como candidato del Frente Democrático Nacional–, Pacheco comenzó su texto sobre la novela Noticias del imperio, de Fernando del Paso, con palabras inevitables: “en medio del derrumbe la literatura mexicana sobrevive”. Apenas unas pinceladas para hablar de temas más generales.

Otro guiño: las elecciones presidenciales de 1988 se realizaron el miércoles 6 de julio; en el tomo II de Inventario Antología Pacheco fechó su columna el domingo 11. Ese Inventario se tituló Diez ficciones en derredor de un monumento (Inventario tomo II, página 449) y fue un enfoque tangencial de la verdad –es decir: la política– desde la literatura: el monumento a Álvaro Obregón en La Bombilla, un paseo de Pacheco con el escritor Federico Campbell –quien armaría para Proceso el libro La sombra de Serrano, con la inclusión de un Inventario central: la narración reconstruida con estilo literario que hizo revivir, en la lectura, el hecho sangriento del asesinato del general Francisco J. Serrano, que se enfilaba como precandidato presidencial para las elecciones de 19228 que ya Obregón había apartado, modificación constitucional callista de por medio, para sí mismo; el texto central de Pacheco se tituló Crónica de Huitzilac–. Pacheco y Campbell hicieron una visita a ese monumento hoy desaparecido, donde estuvo por años la mano de Obregón en un bote de formol químico. Este texto de Pacheco del 11 de julio parte, por cierto, de un párrafo en el que describe parecidos históricos –literatura-realidad– con lo que había ocurrido días antes: el albazo salinista para apoderarse de la presidencia, sólo el registro de los hechos del 6 de julio de 1988, una mera descripción que era, por sí mismo, una crítica: la negativa de Manuel Bartlett a cualquier irregularidad y el anuncio del presidente del PRI, Jorge de la Verga Domínguez, de que había sido un “triunfo rotundo, legal e inobjetable” de Salinas, aunque la noche del 6 de julio la Comisión Federal Electoral se negó a dar un resultado final. Y de ahí, punto y aparte de por medio, a Obregón: el segundo pensamiento como explicación del primero.

El hilo conductor que propuso Pacheco entre literatura y realidad fue la obra Vidas Paralelas, del griego Plutarco, jugando con el Elías Calles que fundaría el imperio del PRI sobre el pilar de las cenizas de Obregón. César y Álvaro, dos veneros, dos historias en 1988, un parecido, por cierto, tomado por Francisco I. Madero para construir la primera tesis politológica de la sucesión en la designación de candidatos presidenciales en el porfiriato –Porfirio designando a Díaz y luego Díaz promoviendo a Porfirio– al explicar el presidencialismo absolutista en La sucesión presidencial en 1910, la sucesión como el poder heredado dentro de una familia del poder al estilo de los Césares, y la historia de Obregón como referente al 6 de julio de 1988.

El tomo III de Inventario. Antología abarca el tiempo histórico 1993-2014, los veintiún años del derrumbe: del asesinato del cardenal Posadas en mayo de 1993 al septiembre de 2014 con el secuestro, asesinato y desaparición de restos de 43 normalistas de la Normal de Ayotzinapa (que a Pacheco no le tocó porque murió en enero de ese año), con hechos en medio: el año trágico de 1994, el colapso social de 1995, la derrota del PRI en 1997, el ascenso del PAN a la presidencia de la república en el 2000, la decepción con  Fox y los doce años de la desesperanza amargada, el regreso del PRI, el vacío, el caos, el principio del fin (algún día) del sistema/régimen/Estado priísta. De esos años destacan, entre textos de profundidad literaria, algunos con referencias políticas vía la historia; cito tres: Adiós a Tomochic: entre el paredón y la espada de julio de 1993 (página 54), Poder y delito: Rashomon en Huitzilac de septiembre de 1999 (página 353) y La sombra sin caudillo de noviembre de 2003 (página 432).

El primero, sin saberlo, se adelantó vía el recordatorio histórico al 1994 zapatista, el alzamiento guerrillero de 1994 que protestó contra el arranque formal del tratado de comercio libre con los Estados Unidos y Canadá y como protesta tardía un sexenio a la crisis electoral del 6 de julio de 19888 que prohijó la entronización de Carlos Salinas de Gortari en el poder, porque Tomochic fue la gran represión social de Porfirio Díaz. El segundo hace un juego extraordinario entre versiones de un mismo asesinato: Obregón, Buendía, Posadas, Kennedy, Colosio, Ruiz Massieu y la herida abierta de Huitzilac en la que existen ya cesiones que confirman quienes fueron los asesinos de Francisco J. Serrano pero otras versiones las desmiente, a partir de Rashomon y otros cuentos publicadas por el escritor japonés Ryunosuke Akutagawa en 1927 y que fijó la interpretación de sucesos criminales en los que existen versiones que se contradicen y anulan unas con otras.

En el tercero, La sombra sin caudillo, de noviembre de 2003, Pacheco escribe un primer párrafo enfurecido contra Vicente Fox y su repudio a la cultura usando palabras que revelaban ese enojo: “hoy, como nunca, los noventa y tres años transcurridos desde 1910 parecen el camino más largo y doloroso para la transición del Porfiriato al infraporfiriato. Cuando todo se ha changarrizado y se ha puesto al país entero en venta de garaje, es comprensible que nos volvamos con dolor y sin nostalgia a la generación del Ateneo. Ellos hicieron posible gran parte de esa cultura nacional atropellada por el camioncito de la Coca-Cola”. Y Pacheco toma la dialéctica cultural de la Revolución con el país de Fox para saltar, como hilo conductor, a una versión de La sombra del caudillo como parte del adelanto del centenario de la Revolución. La referencia era, también, un recordatorio: el Caudillo, Obregón, Huitzilac, los asesinatos de Serrano y Arnulfo R. Gómez, el país moderno sobre la sangre de crímenes del poder, y de nuevo Fox, la sombra sin caudillo, el nacimiento con Obregón del sistema/régimen y la consolidación de ese sistema/régimen con el PAN en el poder.

Los Inventarios de Pachecos reflejan preocupaciones, intenciones y obsesiones. Entre todas, una destaca en los tres tomos: Obregón, ocho directas y menciones en otras más. Y enseguida, los personajes de la historia 1833-1940: Santa Anna, Díaz, Obregón, Cárdenas. En los tres tomos –que suman 329 columnas seleccionadas que ya habían sido publicadas todas en Proceso, sin contar con textos similares en la Revista de la Universidad, La Cultura en México, Plural, Vuelta, Nexos y Letras Libres se revela, por lo demás, un historiador narrativo con el conocimiento de los hechos, la interpretación de personajes y situaciones y el estilo de reconstrucción literaria de sucesos logrando el ideal del escritor de temas históricos: la autonomía relativa de los textos respecto a los intereses del autor y la reinterpretación de hechos históricos a partir de mayor investigación y mejor escritura. Así, Pacheco pudo haber sido el generador de una nueva forma de historiar: la historia narrativa reconstruida, muy al estilo de los poetas historiadores y politólogos desde Homero, con la aportación de la técnica literaria para reconstruir los tiempos históricos.

A punto de cumplir sus setenta y cinco años, Pacheco murió como consecuencia de un accidente en su despacho de trabajo, rodeado de libros y revistas por doquier. Heredero del espacio de Alfonso Reyes, la producción masiva de José Emilio Pacheco requiere, como Reyes con sus veintiséis tomos, de una edición de sus obras completas. Los tres tomos de Inventario. Antología son apenas una prueba mínima del trabajo de un escritor. La referencia con Reyes puede no ser gratuita y no un mero recurso literario: Reyes publicó la columna “Simpatías y Diferencias”, cuyos textos están en el tomo IV de sus obras completas; y Pacheco tuvo de abril de 1960 a junio de 1963, en la Revista de la Universidad, la columna con el mismo nombre: “Simpatías y Diferencias”, una miscelánea de temas culturales, literarios e históricos.

Así como Reyes fue único en su género literario –un polígrafo del conocimiento cultural–, así Pacheco fue también único en su género: un polígrafo de la cultura; los dos, ciertamente, parecidos pero con sus diferencias, un poco por la formación de Reyes como escritor erudito y sus formas de circulación de sus saberes –la erudición–, bastante más por la pasión por el conocimiento en Pacheco, poniendo la cultura por delante de la erudición. Los tres tomos de Inventario. Antología son apenas una probada del Pacheco periodista desde lo cultural; lo conocíamos bien por su poesía —Tarde o temprano, obras completas 2009–, dos novelas diferentes —Morirás lejos y Las batallas en el desierto— y tres libros de cuentos —El viento distante, El principio del placer y La sangre de medusa— además de sus miles de artículos reseñas desde 20 años de edad. Ahora se refuerza la aportación de Pacheco a la cultura nacional con su antología de columnas.

Al final de la (re)lectura de los Inventarios de José Emilio Pacheco en Inventario. Antología queda la recuperación crítica, desde lo cultural, del México del último cuarto del siglo XX y casi el primer lustro del siglo XXI, ese México de los recuerdos inolvidables y presentes por la vía de una columna desde lo cultural. Y los tres tomos de los Inventarios ayudan a entender que la cultura está en los textos y los libros y no en los 140 caracteres del Twitter.

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