El agotamiento del sistema político mexicano, que no termina de morir, en alguna de sus facetas corporativas ha obligados al régimen a introducir cambios constantemente para alargarle la vida, así como al modelo de desarrollo económico, en especial para contener el creciente descontento de campesinos, trabajadores y clases medias emergentes, golpeados por la crisis económica y la desigualdad social.

En las pasadas elecciones, que legalmente no han concluido, la realidad de la que hablábamos quedó al desnudo para el observador con el desarrollo y los resultados de los comicios en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz.

Las acusaciones de “fraude” son consustanciales a nuestra historia y para las nuevas generaciones forman parte del imaginario colectivo a partir del uso indiscriminado del concepto cuando se pierden elecciones, porque cuando se ganan todo es impoluto. Y como dice el clásico, en México no existen candidatos perdedores.

Lo anterior no implica que pretenda justificar y mucho menos convalidar las reprochable conductas que merecen ser sancionadas y no constituyen de ninguna manera lo que deseamos como norma de conducta democrática. Solo que no debemos perder de vista que para que exista democracia se necesitan demócratas, y estos no se ven por ninguna parte.

Ha sido una constante que al fin de cada elección se realicen reformas tras reformas, y ahora mismo ya se alzan voces para pedir nuevas modificaciones, como si la sola expedición de regulación pudiera solucionar o detener la multiplicidad de conductas irregulares, ilegales e incluso delictivas en que incurren, casi sin excepción, todos los candidatos y partidos.

Testimoniamos también —otra vez— los juicios facilones de los opinólogos y de la mayoría de la comentocracia, quienes en realidad hacen política y que engolando la voz en radio y TV o retorciendo la pluma, mediante el estrangulamiento del sustantivo por el adjetivo, sentencian respecto de lo que sucedió e insisten en adelantar los resultados de 2018.

Lo único cierto es que estamos a un año de esa elección, muchas cosas habrán de acontecer, entre otras, conocer los candidatos que contenderán, porque hasta ahora solo conocemos uno.

Entender o buscar entender la elección que más llamó la atención —la del Estado de México— requiere de un poco más de tiempo, conocer los resultados numéricos finales y a partir de su contextualización y otras consideraciones como: el descontento social, el voto de castigo, el voto útil del panismo tradicional, la división de las mal denominadas “izquierdas”, el uso de fondos y bienes públicos o el dinero ilegal se tendría mayor claridad. Es decir, faltan piezas del rompecabezas.

Y hay otras realidades, que sin duda debemos atender. La compra de votos. El desmesurado dinero de las prerrogativas. Los fondos ilegales que llegan a las campañas. El uso y abuso de las encuestas. El papel de las redes sociales. Sin llegar desde luego a los niveles de los modernos Savonarolas que claman por prohibir el uso electoral de las encuestas y las redes virtuales.