En las últimas décadas es cada vez más común en los medios científicos y diplomáticos analizar y discutir los riesgos que enfrenta la humanidad. En la mayor parte de estos análisis nos referimos a los peligros que derivan de la destrucción de la naturaleza, en esta discusión es común referirnos a los daños progresivos que está causando el cambio climático. Es claro que estos son algunos de los grandes problemas que debemos resolver; sin embargo, estos peligros no son los únicos, existen otros igualmente graves.

Uno de ellos es el ahora relativamente olvidado tema de la capacidad de destrucción de las armas nucleares. Este tema estuvo en el centro de la discusión política mundial desde la década de los cincuenta hasta la de los ochenta del siglo pasado, pero ha ido perdiendo relevancia en la atención mediática aunque sigue siendo objeto de trabajo para el derecho internacional, en el marco de la ONU y de otros organismos multilaterales. Parece comúnmente compartida la noción de que nadie está tan desquiciado como para usar esas armas de destrucción masiva, precisamente por el inmenso daño que pueden causar a escala planetaria.

Sin embargo, la reciente tensión entre el gobierno de Corea del Norte encabezado por Kim Jong-un y el de Estados Unidos con su inefable presidente Donald Trump, quien día con día nos da una nueva sorpresa, ha traído nuevamente el tema a la atención mundial.

Las armas nucleares ponen a la civilización y el futuro de la vida humana en el planeta en muy grave riesgo. Además, representan el desperdicio de cuantiosos recursos que debían ser canalizados para la satisfacción de necesidades humanas.

Pero por algún grave error de carácter conceptual, las armas nucleares han sido vistas desde la guerra fría con cierto nivel de complacencia por la sociedad internacional, al concebirlas como un recurso de disuasión frente al enemigo real o potencial. Esto es, las sociedades de varias potencias nucleares consideran que si sus países fueran atacados podrían responder con armas de destrucción masiva, lo cual disuadiría a cualquier agresor potencial.

Hay nueve países que tienen las alrededor de 14 mil armas nucleares de diversa magnitud que se han fabricado hasta la fecha: Rusia (7 mil); Estados Unidos (6,800); Francia (300); China (260); Reino Unido (215); Pakistán (130); India (120); Israel (80) y Corea del Norte con diez o veinte cabezas nucleares. De ese arsenal, Rusia y Estados Unidos han retirado un buen número de bombas, por obsolescencia, pero conservan el primero 4,300 y el segundo 4,000. De cualquier forma, se conserva la capacidad tecnológica que permitiría destruir la vida humana cientos o miles de veces.

Con un uso limitado de armas nucleares podría generarse el llamado invierno nuclear que bajaría las temperaturas a su menor nivel en 18 mil años, desencadenando una era de hielo y destruyendo buena parte de la vida del planeta.

El Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968 dividió a los países que habían construido y explotado bombas nucleares de los que no lo habían hecho, hasta antes del 1 de enero de 1967. Solo a cinco Estados se les permite en el Tratado la posesión de armas nucleares: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, la Unión Soviética (sustituida por Rusia) y la República Popular China. Ellos son también los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Tres países desarrollaron armas nucleares y nunca suscribieron el Tratado: Israel, India y Pakistán. Además, Corea del Norte ha desarrollado un pequeño arsenal nuclear.

Los nueve países del club bélico nuclear están en el costoso proceso de modernización de sus arsenales. Estados Unidos planea gastar un trillón de dólares en los próximos treinta años con ese propósito.

El desperdicio de recursos y el costo de oportunidad empleados en el proceso nuclear son asombrosos. La modernización de las armas nucleares las hace cada vez más pequeñas, precisas y eficientes y por lo tanto más susceptibles de ser utilizadas. Jonathan Granoff, del Instituto de Seguridad Global, calcula que si menos del 1 por  ciento del arsenal nuclear existente explotara, toneladas de escombros entrarían en la estratósfera, bajarían la temperatura de la Tierra, destruirían la estabilidad de la capa de ozono, se provocarían numerosos casos de cáncer y otras enfermedades y terminaría la agricultura. En suma, una guerra nuclear entre India y Pakistán podría poner fin a la vida como la conocemos, por no referirnos a una confrontación entre Rusia y Estados Unidos. De cualquier forma, no debe perderse de vista que un conflicto nuclear “limitado”, o convencional pero susceptible de un “accidente” nuclear puede tener graves consecuencias regionales y aun globales.

La amenaza es global y la solución debe serlo también. Hay que cambiar la perspectiva mundial de un esquema de destrucción masiva asegurada, a uno de supervivencia masiva asegurada. Por lo pronto, hay que enfrentar una situación derivada de un conflicto entre dos países como Corea del Norte y Estados Unidos que tienen gobernantes con muy peculiares perfiles de personalidad. Claro, se supone que Estados Unidos es un país con instituciones que moderan y canalizan los impulsos de su presidente.