México es un país de grandes contrastes. Se ubica entre las 20 naciones con más millonarios del mundo, pero ocupa el lugar 15 en las que más personas no pueden alimentarse adecuadamente. La desigualdad es abismal, según el más reciente estudio de la Cepal: el 1% más acaudalado de la población posee la tercera parte de la riqueza nacional.

En esta realidad dolorosa donde 55.3 millones de mexicanos son pobres, el Artículo 123 Constitucional es una verdadera falacia: los salarios mínimos no son suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos. ¿Con 80 pesos diarios se puede hacer cumplir la Carta Magna?

Mientras Carlos Slim es uno de los hombres más ricos del mundo, uno de cada cinco mexicanos padece hambre. Conoce la historia de la señora Susana, quien gana dos salarios mínimos y la vida se le va entre el transporte público, las deudas y la mala alimentación de su familia.

 

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Nuestro estómago es chiquito

Por Paulina Figueroa
Edición y video / José Luis Miranda y Alberto Torres
Fotografia / Mónica Cervantes

 

Desde hace tres años la vida de Susana Pérez Romo como la de sus hijos Mayra y Érick Arciniega Pérez, de 30 y 27 años respectivamente, dio un giro de 180 grados cuando decidieron irse de Nezahualcóyotl al municipio de Santa María Nextlalpan, a un costado de la caseta México-Querétaro. Llegaron a la torre A del fraccionamiento Paseos del Valle, allí se encontraba un pequeño departamento que la señora de 53 años pudo adquirir con los puntos de crédito que le dio Infonavit. La familia Pérez destilaba esperanza.

Tan sólo un día había pasado cuando Susana se enfrentó a la dura realidad: trasladarse de Nextlalpan hacia el Zócalo de la Ciudad de México, en donde por más de 17 años ha trabajado como cajera de una tienda departamental. “¡No sabía cómo salir de ese lugar deshabitado!”. Tan sólo ese día gastó 200 pesos en pasajes. Para partir de la unidad habitacional, Susana debe tomar un camión con destino al Metro Indios Verdes, que tarda una hora en llegar porque debe esperar a que se ocupen todos los asientos o por el tráfico. Cuando arriba al Metro de la Línea 3, se dirige al anden con dirección a Universidad y recorre seis estaciones hasta Hidalgo. El calor y el tumulto, asfixian. Transborda a Taxqueña y transita tres estaciones hasta la parada Zócalo. Camina unos cuantos metros y después de dos horas insufribles llega a su centro de trabajo.

Con el paso de los días comenzó a adaptarse al trayecto, pero no al desgaste físico que le provocaba ir y venir del Estado de México a la CDMX. Susana trabaja 10 horas al día y pasa cuatro horas aproximadamente en su travesía de cruzar toda la ciudad. Su bolsillo ha sido el más afectado. Diariamente gasta 62 pesos de transporte, 930 pesos a la quincena. Es decir, mil 860 al mes. Y es que vivir en la zona conurbada de la capital implica resistencia y valor.

Para poder llegar a la casa de Susana tuve que tomar nota de todas las indicaciones que me daba por teléfono, mencionó algunos lugares cercanos a su domicilio que me podrían ayudar a ubicarme, pero no conocía ninguno. Continué con la idea principal: Uber. Monumento a la Revolución con destino a Nextlalpan. Estaba segura que waze haría su trabajo y me llevaría hasta la casa de Susana a tiempo. Alrededor de una hora y media haríamos de la Cuauhtémoc a ese lugar lejano, según indicaba la aplicación.

Tomé asiento para comenzar el viaje y las preguntas del conductor empezaron a bombardearme: “¿Es por Tecámac? ¿Por las Américas? Indios Verdes está cerrada. ¿Nos vamos por la 608?” ¡Necesitaba un plan B! No lo tenía. Por fortuna el chofer conocía el rumbo. “Tomáremos la avenida 608 y de ahí nos dirigiremos hacia Zumpango. Y luego una caseta”. Después de una hora, comencé a leer las señalizaciones con rumbo a Querétaro, acto seguido el conductor señaló una unidad habitacional a un lado de la carretera por donde íbamos. “¡Ahí!, ese es el lugar a donde ustedes se dirigen”. Bienvenidos a Santa María Nextlalpan, se leía en un cartel deteriorado.

 

La familia Pérez

Érick, quien trabaja como ayudante de electricidad, es el único que aporta dinero para los gastos de la casa. Al igual que su madre, el joven invierte gran parte de su sueldo en trasladarse a su empleo, en Cuajimalpa. La quincena de Susana se va como agua entre sus manos. De los 5 mil 600 pesos que percibe al mes, 2 mil se los quitan para el pago de su vivienda y 70 pesos más son destinados para el seguro de la misma; sólo le quedan 3 mil 530 para sobrevivir. Con el resto debe de pagar un préstamo que pidió para solventar los gastos del departamento, para ello destina alrededor de tres mil pesos, por lo que al mes únicamente dispone de 400 pesos para los pasajes de los mil 860 que son necesarios.

Susana recibe todos los sábados 400 pesos de su hijo, los cuales 300 van para la comida de la semana. El resto es para los pasajes. Hay que trabajar para comer. Un verdadero círculo vicioso: pagar transporte-trabajar-comer. Con el dinero que destina para la comida únicamente le alcanza para comprar 15 productos de los 82 que integran la canasta básica. La despensa de Susana sólo contiene: aceite, dos charolas de carne, café, pan, algunos productos de limpieza personal y para el hogar. “No alcanza para más”. Desde que llegaron a Nextlalpan no han comido carne de res porque el único establecimiento que la vende en la colonia la guarda por mucho tiempo y a Susana no le gusta su sabor.

La familia Pérez es de poco comer, al menos así lo dice Susana, “nuestro estómago es chiquito”. Cenan cualquier alimento, ya sea unos tacos o una torta, algo que sea fácil y económico de preparar.

Vivir en una unidad desértica implica un desabasto de alimentos y los pocos productos básicos que se venden aumentan al doble su precio. Una mayonesa pequeña suele costar siete pesos pero en Nextlalpan vale 14. Cuando Susana quiere hacer una despensa debe acudir a dos sitios distintos por la poca oferta de productos, por lo que gasta el doble en trasporte: si llevara a su hija, para que la ayude, el monedero quedaría vacío.

Susana cuenta con comedor en su trabajo, pero no lo usa porque le descontarían poco más de 800 pesos al mes; si tomara esa opción le quedaría a deber a la empresa. Comprar una comida de 27 pesos se ha convertido en un verdadero lujo para Susana, mejor prefiere llevar algo sencillo que ella misma prepara una noche antes.

Mayra, quien es madre soltera, se encarga de cuidar a su hija Abril, de dos años de edad. El complejo habitacional donde viven está a la deriva y alrededor únicamente se observan grandes campos verdes. No cuenta con servicios esenciales: mercado, hospital y mucho menos una guardería que cuide a la menor y que le permita a Mayra salir a buscar un empleo.

Susana, desde hace 23 años, es madre soltera, Alberto Arciniega Pérez abandonó a su familia, la dejó en la casa de su madre. Alberto y Susana se conocieron cuando trabajaban en una Ostionería en Vallejo. Después de dos años de noviazgo tomaron la decisión de casarse y formar un hogar.

Erick tenía cinco años cuando vio por última vez a su papá, dos décadas después volvió a verlo, con el rostro desgastado. ¿Quién es aquel señor que se dice mi padre?, se preguntaba el más pequeño de la familia Pérez.

Durante 15 años Susana y sus hijos vivieron en la Colonia Constitución de La República en la delegación Gustavo A. Madero. Sin embargo, los constantes abusos financieros de su familia política hicieron que Susana tomara las maletas y saliera huyendo.

En ese momento, Mayra, de 22 años, abandonó sus estudios por la profunda depresión que le provocó la muerte de su abuela, con quien compartió gran parte de su vida. Jamás regresó a las aulas.

Susana, Mayra y Érick habitaron por cinco años un cuarto en la colonia Impulsora, Estado de México. Tenían su propio baño, ya no era necesario compartirlo con tíos, sobrinos y primos. Adiós a las filas. Susana se sintió libre por primera vez en su nuevo hogar. Sin embargo, le inquietaba la idea que el dinero que pagaba de renta se fuera a un vaso sin fondo. Dedicó gran parte de su tiempo en buscar una vivienda digna que pudiera pagar a plazos y así hacerse de un patrimonio. Pero su edad y su bajo sueldo hacían cada vez más lejano ese sueño. Disponía de un crédito de Infonavit por 200 mil pesos para conseguir algo bueno, bonito y barato. Los esfuerzos eran inútiles, todas las propiedades estaban sumamente costosas, no bajaban de un millón de pesos.

Tiempo después surgió una nueva esperanza. Infonavit le “brindó” un subsidio que le ayudó a comprar un departamento. “Sólo alcanzó para vivir acá y hasta arriba, ni siquiera me alcanzó para una casita”.

El inmueble donde actualmente viven los cuatro integrantes de la familia Pérez, cuenta únicamente con dos habitaciones, una mini cocina en la que sólo cabe un frigobar y una diminuta estufa de cuatro parrillas; sala-comedor en donde están colocados dos retratos de la familia, un sillón que se encuentra tapado con un sábana por el notable deterioro y un pequeño comedor de metal también en mal estado. Además, tiene una zotehuela donde sólo hay espacio para el fregadero y una lavadora. El baño no logra cumplir con su función, ya que desde hace tiempo la tubería se encuentra tapada y se ven obligados a calentar agua y bañarse ajicarazos”. El boiler sirve de adorno.

La familia Pérez tiene tan sólo tres años de habitar el departamento de la constructora “Hogares Unión” y todo se encuentra en malas condiciones: en la sala-comedor el agua a hecho de las suyas, las paredes guardan humedad y se han empezado a cuartear. El zoclo se encuentra despegado.

“Luego me pongo a pensar qué pasará en 10 años. Yo creo que usaron un mal material porque se escucha todo, hasta cuando le jalan al baño los vecinos”.

En varias ocasiones Susana ha querido pintar su casa y arreglarla, pero las deudas las tiene hasta el cuello. Su hijo quiso pedir un préstamo, pero Susana prefirió que se comprara ropa, que le hace falta. Ya vendrán días mejores.

Para tener un ingreso extra algunas veces ha tenido que vender productos por catálogo. Hace tiempo tomó esas ganancias, ya que no tenía para comer ni para los pasajes. Hasta ahora no ha podido reponer el dinero. También tuvo que recurrir a pedir un poco de efectivo a otras personas.

 

De los malos recuerdos también se aprende

Susana es originaria de la Ciudad de México, recientemente cumplió 53 años de edad. Su vida no ha sido nada fácil, fue una mujer prácticamente huérfana. A la edad de cinco años Laura Romo Ángeles, su madre, la abandonó y se llevó a su hermano menor. Otro de sus hermanos despareció. Jamás supieron de su paradero.

Mario Pérez Hernández, su padre, comenzó una nueva vida. Únicamente quedaron unidos Susana y Gregorio, dos años menor, quienes se fueron a vivir durante cinco años con su abuela paterna a Veracruz. A la edad de 10 años, Susana tuvo que escapar del estado porque “iban hacer ladrar los perros”, dicho que se utiliza en los pueblos para pedir la mano de las mujeres. Su abuela la mandó de regreso a la Ciudad de México a vivir con unos tíos.

Iba de un lado hacia otro, no le gustaban las imposiciones familiares. En las vacaciones visitaba a su abuela María y otra vez a buscar hogar. Sólo cursó un año de secundaria.

A los 17 fue asistente de fotógrafo en Televisa, trabajó en la producción de los programas nocturnos “Siempre en Domingo” y “El Club del Hogar”. Pero las ideas pueblerinas de su tío, con quien vivía, la hicieron renunciar. ¡Las muchachitas decentes llegan antes de las 10 a su casa!

Tenía 20 años cuando se casó con Alberto, pero poco duró con él por una decepción amorosa. Susana se apoyó en su hermano Gregorio quien “siempre vio por mí y mis hijos”. Actualmente, tiene 51 años y padece diabetes. Su enfermedad se complicó y le amputaron una pierna. Susana está agradecida con él y aunque su situación financiera no le permite ayudarlo como quisiera, todos los meses le da 350 pesos para que compre leche y atún.

Desde hace 30 años, Susana padece Cefalea Crónica, enfermedad que le provoca grandes dolores de cabeza. Ha aprendido a soportar el malestar.

“Mis compañeros de trabajo me preguntan si no tengo problemas porque siempre me ven contenta. Claro que los tengo, pero los trato de dejar afuera, no me traigo mis problemas. Mi hijo me cuenta que se quiere casar a los 30 años y tener hijos. También quiere sacar su casa e independizarse”.

 



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“En materia de la alimentación y de carencia alimentaria tenemos que ir superando esta visión en la cual el gobierno debe de resolver todo. Hay temas en donde la sociedad, empresas y las ONG’s deberían de poner un granito de arena para ayudar a modificar el tema de la carencia alimentaria; por eso reiteramos que la pobreza alimentaria, particularmente, nos convoca a todos, y la tenemos que ir superando a través de que los programas sociales sean más asertivos”, indicó para Siempre!, el subsecretario de Planeación, Evaluación y Desarrollo Regional de la Sedesol, Francisco Javier García Bejos.

 

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La Especialista en Orientación Alimentaria, Julieta Ponce, explicó a Siempre! que existe mayor pobreza alimentaria de la que se conoce y esto no significa que no haya alimentos si no que hay alimentos de la peor calidad en poblaciones más vulnerables.

“En México, a diferencia de otros países, se vive el drama de la paradoja de convivir con la pobreza, desnutrición, obesidad, diabetes y anemia; lo primero que se tiene que hacer es dimensionar el daño que se ha hecho por décadas”.

 

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