La ya esperada negativa de certificación del acuerdo nuclear con Irán por parte del presidente Donald Trump en octubre, ha recibido fuertes críticas tanto de importantes actores de la comunidad internacional, como desde los diversos círculos políticos iraníes.

Ya era bien conocida la oposición de Trump al Plan de Acción Integral Conjunta (PAIC), desde su etapa de campaña presidencial; pero a pesar de que prometió que la primera medida de su gobierno sería declarar la anulación del mismo, fue capaz de brindar su certificación en dos momentos previos.

El requerimiento de que el presidente certifique el cumplimiento cada 90 días al Congreso, se reguló en el Acta de Revisión del Acuerdo Nuclear de Irán, una ley que data de mayo del 2015.

Ahora el mandatario opta por no brindar su aprobación y pasar el caso al Congreso para que decida si se retoman las sanciones contra Irán y se invalida por lo tanto el acuerdo. Trump evita así cargar con la responsabilidad total personal respecto a la decisión final que se adopte, y no empleó su potestad jurídica como presidente para cancelarlo.

Trump aspira a lograr un consenso en el Congreso con sus argumentos previos y actuales respecto a que Irán está violando el “espíritu” del acuerdo al cometer “múltiples violaciones”; haber excedido los límites de producción de agua pesada (ingrediente para producir plutonio en algunos reactores); no permitir la inspección de sitios militares; obstaculizar que los inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) hagan su trabajo en el terreno al ser “intimidados” por las autoridades iraníes; continuar con su programa de misiles desarrollados por los Guardianes Revolucionarios que deben ser sancionados; amenazar la seguridad de la navegación en el Golfo; y ser el país que más patrocina al terrorismo internacional.

A ello une la falta de garantías para que en el futuro Irán no proceda al desarrollo de un programa nuclear estratégico, luego de que venzan los plazos de las restricciones acordadas. Por todo esto amenazó que, si no consigue modificarlo, Estados Unidos abandonará el pacto.

El PAIC ha garantizado un paulatino levantamiento de sanciones económicas, a cambio de que Irán suspendiera partes de sus actividades nucleares, y mantenga otras dentro de los límites acordados en este acuerdo firmado en el 2015. A pesar de que diversos políticos, académicos y observadores internacionales consideren que el acuerdo no es perfecto, el mismo ha sido un ejemplo en materia de negociación diplomática y manejo de conflictos, y ha logrado mantener una observancia detallada sobre el programa nuclear de Irán, que impediría cualquier desviación hacia un proyecto militar.

Habrá temas que podrán ser retomados y rediscutidos en el futuro, pero en esta coyuntura, tanto las potencias que negociaron el acuerdo (excepto Estados Unidos) como la República Islámica de Irán, están satisfechas con el mismo y defienden su continuidad tal y como fue concebido.

El verbo acusatorio de Trump es contrarrestado por los hechos concretos. El OIEA ha reportado que sus inspectores pueden hacer su trabajo in situ según lo acordado y que Irán está cumpliendo con el acuerdo; incluso en las dos ocasiones en que el inventario de agua pesada sobrepasó el límite permitido de 130 toneladas, Irán procedió inmediatamente a rectificar la situación, enviando algunas partidas a Omán, desde donde serían vendidas a un tercer país.

Por otra parte, el programa de desarrollo de misiles nunca fue parte de la negociación nuclear, así que su continuidad no equivale a ninguna violación del espíritu del PAIC. El programa de misiles iraníes obedece a las lógicas estratégicas de poder y disuasión presentes en toda la zona del Medio Oriente, y si se pretende lograr alguna limitación o reducción al respecto, podría desarrollarse en el futuro otro tipo de negociaciones específicas, que obligatoriamente tendrían que tener un carácter abarcador más regional, y no simplemente bilateral con Teherán.

En igual sentido, las reclamaciones estadounidenses para poder inspeccionar sitios de producciones militares iraníes, serían totalmente violatorias de la seguridad nacional iraní, al verse obligado Irán a exponer planes militares convencionales que son parte básica de su doctrina de defensa nacional. En todo caso, si existiera alguna duda puntual sobre el desarrollo de algún proyecto de naturaleza nuclear, sería responsabilidad del OIEA y de las potencias negociadoras, exigir nuevas respuestas a Irán, y proceder con dureza en caso de violación. Pero no se puede destruir un acuerdo sobre bases de un ejercicio especulativo estadounidense y sin apoyo en informaciones de inteligencia.

Tampoco puede dejarse de lado la importancia que han tenido asesores y fuerzas iraníes en el combate contra agrupaciones extremistas islamistas como el autodenominado Estado Islámico, en los escenarios bélicos de Siria e Iraq, convirtiendo a Teherán en un aliado “de facto” en este enfrentamiento de interés global, más allá de sus lógicos cálculos de interés nacional en partes de la región.

El nuevo ataque de Trump, recibió una fuerte respuesta de parte de los representantes más importantes del poder en Irán. El Líder Supremo Ali Khamenei dijo que no iba a perder tiempo respondiendo las sandeces de Trump, y aseguró que Teherán se mantendría dentro del Acuerdo nuclear multilateral mientras las demás partes firmantes lo respeten, pero advirtió que, si Estados Unidos lo incumple, Irán “destrozará” el pacto. También exhortó a los países europeos a hacer mayores esfuerzos para mantenerlo vigente frente a las amenazas de Washington.

Paralelamente, el presidente Hassan Rohaní, también insistió en que Irán cumpliría con el acuerdo y opinó que los Estados Unidos estaban más aislados que nunca; mientras que el comandante de la Guardia Revolucionaria, general Mohammad Ali Jafari, anunció que el programa de misiles balísticos se ampliará y continuará con más velocidad, en reacción al enfoque hostil del gobierno de Trump.

Desde el punto de vista político, la línea dura de Trump contra Irán es una torpeza. Si se pretende propiciar el debate interno iraní entre las distintas tendencias conservadoras y moderadas, tal dinámica se detiene inmediatamente ante un incremento de la agresividad foránea. Las discusiones internas se posponen en aras de favorecer una línea fuerte de resistencia unida frente al principal antagonista tradicional de la República Islámica de Irán: los Estados Unidos.

El rechazo a la potencia más grande del mundo se sustenta entonces en un sentimiento nacionalista extraordinariamente arraigado, al que se le añade para colmo, un elemento simbólico de enorme carga motivacional y sentimiento de despojo histórico para los iraníes: el hecho de que el presidente Trump haya hecho alusión al golfo Pérsico, como golfo Árabe, con lo cual intentó construir un “gesto” con las monarquías del Golfo y especialmente con Riad. Hay que tomar en cuenta además que la no certificación del PAIC, fue recibida con abierta euforia tanto por Arabia Saudita como por Israel.

Reforzar su relación estratégica con estos dos aliados tradicionales en la zona, puede ser uno de los objetivos centrales del presidente estadounidense hoy; pero entrar en contradicción marcada con las grandes potencias firmantes del PAIC (Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y Alemania) –las que inmediatamente mostraron su desacuerdo con la decisión de Trump- es obviamente contraproducente para la proyección global de los Estados Unidos, y obedece a la visión caótica de corte autárquica y aislacionista, que pretende llevar adelante el mandatario.