Por Víctor Rico Galán*

 

Dentro de unos días, hará doce años que una iracunda muchedumbre destruyó los arcos triunfales que el entonces presidente Miguel Alemán había hecho levantar para llegar bajo ellos a rendir su quinto informe. Hace seis años, el presidente Ruiz Cortines  veía terminar su sexenio calmo, de culto a los héroes y  a las instituciones, en medio de amplísimas manifestaciones de descontento y de una general insurrección obrera contra líderes “charros” y congelación de salarios. Hoy, no pasa nada.

¿Quiere esto decir que no hay descontento? Lo hay, claro está: nunca se había hablado tanto y tan alto de las necesidades populares insatisfechas, de las frustraciones y fracasos —al menos parciales— de la Revolución Mexicana. No pasa día sin que la prensa informe que uno u otro dirigente, uno u otro funcionario,  denuncian la miseria de los campesinos, la corrupción de los sindicatos, la venalidad administrativa… Se habla, y se habla fuerte, de los males del país. 

La diferencia con los dos sexenios anteriores no estriba en que este sea un pueblo feliz, mientras que antes sufría y protestaba por sus sufrimientos. La diferencia está en que hace seis años, como hace doce, la protesta se manifestaba en forma de insurrección popular, de acción espontánea de las masas; hoy, en cambio, esa protesta ha sido hábilmente canalizada por el gobierno. Son precisamente sus funcionarios, y son los dirigentes de sus organizaciones de sostén los que expresan a grito abierto el descontento popular y las urgentes necesidades de nuestras oprimidas.

Cuando el doctor Gustavo Baz dijo en un discurso que al regresar después de cincuenta años a su estado natal para gobernarlo, se encontró con que los campesinos no habían mejorado en sus condiciones de vida, estaba haciendo una crítica tan dura al sistema que nos rige, que ninguno de sus censores “oficiales”, ninguno de esos que el PRI llama “izquierdistas iracundos”, había hecho antes de manera tan tajante. Y, sin embargo, el doctor Baz hablaba en una junta que inauguró el presidente López Mateos en persona.

Los discursos y declaraciones del licenciado Javier Rojo Gómez, secretario general de la Confederación Nacional Campesina, son de una violencia verbal que desde hace más de veinte años estaba proscrita de la prosa oficial. Pese a que el secretario general de CNC es nombrado por el gobierno, y a él se debe, el licenciado Rojo Gómez no ha retrocedido siquiera ante las críticas abiertas a funcionarios de ese mismo gobierno, y sus ataques a las autoridades del Departamento de Asuntos Agrarios son practicante cotidianos.

Por otra parte, con su famosa “programación”, el PRI está haciendo un impresionante catálogo de quejas y necesidades populares, lo cual implica estimular al pueblo para que plantee sus problemas, con la promesa de que se van a resolver el próximo sexenio. Pero no es eso todo. Un cuerpo de técnicos, que dirige el licenciado Octaviano Campos Salas, realizó una serie de estudios para el programa. En este país todo se filtra, y eso ha permitido saber que las críticas al sistema que en ese cuerpo técnico se hacen, superan con mucho a las de la “izquierda iracunda” que, paradójicamente, molesta tanto al PRI.

El doctor Baz y el licenciado Rojo Gómez son viejos  miembros de la “familia revolucionaria”, dotados de una vasta experiencia, conocedores de las exigencias de disciplina política que el pertenecer a ella les impone. Más aún: ambos han dado pruebas de ser disciplinados hasta el limite. En cuanto a los técnicos seleccionados por el PRI para estudiar el programa, es obvio que de ninguna manera actuarían en contra de las instrucciones del gobierno.

De todo lo cual resulta que es el propio gobierno el que canaliza el descontento popular y dirige las críticas al sistema. Es probable que esto garantice la paz interna, hasta que se consume el cambio del poder, e incluso un poco más adelante. Pero, ¿qué pasará después? El país se encontrará ante un cuadro político insólito: será el propio gobierno el que haya señalado las más grandes deficiencias del sistema, las terribles necesidades populares, estimulando en el pueblo esperanzas de solución y decisiones de lucha por sus derechos. Y todo esto, cuando los miembros del gabinete avocados a suceder al presidente López Mateos carecen de las condiciones para resolver esos problemas y satisfacer esas esperanzas populares.

El gobierno le ha cortado un saco al “tapado” que no le viene a ninguno de los presuntos candidatos. No se puede anunciar un Presidente vestido de manta y tocado con un sombrero de petate, para salir luego con un candidato cubierto de alpaca inglesa y con cabellera cuidadosamente peinada, que sepa de los problemas del campo lo que le haya oído a su jardinero. Claro que será muy fácil para el que resulte postulado por el PRI hacerse solidario de un agrarismo retórico y postizo. Lo difícil será cumplir las promesas hechas a un pueblo al que se le ha dicho, además, que debe luchar por sus derechos. ¿Y a quién se le podrá echar la culpa de que el sentimiento de frustración y de engaño genere la violencia?

*Texto publicado el 21 de agosto de 1963, número 530.