Cómo los conocí

 

Por Agustín Lara*

 

Dicen algunos sesudos materialistas que el medio condiciona la forma de ser de los hombres… y de las mujeres. En ningún caso esa verdad es más diáfana que en el de Veracruz y sus hijos. El ardor de la tierra se comunica a la vid, poniéndole un toque de frenesí y de arrebato. La lujuria de la Naturaleza se vuelve locuacidad desbordada, ansia irrefrenable de amor. Los ojos brillan como brasas perdidas en una cueva. El aliento es de incendio. Y en la carne que se quema como un holocausto surge el perfume inconfundible de la vida plena.

Pero, de cualquier manera, en nuestra alegría tamborera, hay tumbos de dolor, como los que tiene el mar en las costas alejadas y, aunque riamos con cristalina musicalidad,  con desenfadadas cuerdas, nuestra risa también tiene apoyatura en el dolor… Y es que somos lo mejor del paisaje: lo humano. Pero no desentonamos con él. Para nosotros se hicieron el río, la palmera, el rasgueo del arpa, el aire entre los plátanos y el cielo, encendido en azules y en estrellas.

Veracruzana hasta en lo más recóndito de la sangre es “Toña la Negra”. La conocí en Veracruz, allá por el año 28. Cantaba serenatas. Su nombre, tal vez por muy largo—Antonia Peregrino de Cházaro—, se borró de mi memoria hasta, que en 1930, vino a México y debutó conmigo en el Teatro Iris, luciendo, ya su nuevo nombre de “Toña la Negra”. Para ella, especialmente, compuse “Lamento Jarocho” y la canción tuvo, gracias a Dios, un éxito de locura.  Con un grupo de muchachos veracruzanos se formó el “Son del Marabú”, pequeño conjunto musical, un poco arbitrario, ya que contábamos con dos pianos, cuatro guitarras, un ”tres” —que era tocado por el Negrito Quirino—, contrabajo y… ¡todos los ritmos!

El estilo personalísimo de Toña, la fuerza de su expresión y el terciopelo de su garganta privilegiada, la colocaron, desde un principio, en el sitio que todavía ocupa como la más grande cancionera de todos los tiempos. Ella interpreta todos los géneros: pero en el llamado ”tropical” es donde, a mi manera de sentir, refleja mejor su personalidad incomparable.

Su manera de hablar es de sobra conocida y se caracteriza por su “jarochismo” acentuado y su desmedida franqueza. En efecto, mi “comadre” no se tienta el corazón para decirle una fresca “al pinto de la paloma”. De ella podría contar multitud de anécdotas, pero recuerdo una que la define claramente.

Era la temporada de oro del Politeama. “Toledito”, que era el empresario, contrató a Rita Montaner con la orquesta del Maestro Lecuona. Toña estrenaba esa noche, una bata de olanes, la que no le gustó por ningún lado. Su disgusto se colmaba al haberse enterado de que la cubana Montaner iba a ganar más dinero que ella. De pronto estalló. Mandó llamar a Toledo y con su peculiar manera de decir las cosas, le dijo cáustica y apresuradamente: “En primer lugar, me subes el sueldo, aunque sea un peso,  pero yo tengo que ganar más que esa tipa y NO salgo a escena, si no me cambias esa “birria inmunda” que me has mandado confeccionar, porque has de saber que YO soy cancionera, pero no la llorona que tú crees.

Allí se armó la grande, pero se le aumentó el salario y se le cambió la vestimenta. Cuando empezaron a brillar los cocuyos y Toña dijo en su forma única: “Noche tibia y calla de de Veracruz”… ¡la ovación se escuchó en el Polo Norte!

*Texto publicado el 21 de marzo de 1956, #143.