Al hacer lo que es correcto, los racionales y los libres escapan del imperio del oportunismo

Emmanuel Kant

Este 10 de febrero conmemoraremos los doscientos años del natalicio de Guillermo Prieto, quien es uno de los más importantes prohombres integrantes del liberalismo mexicano del siglo XIX.

Reconozco la capacidad sintética de Vicente Quirarte para definir el objetivo de la vida y obra de Guillermo Prieto, al titular la espléndida antología que el FCE le encomendó en 2009 como La patria como oficio, y es que, en cualquiera de sus múltiples facetas y funciones, Prieto asumió la construcción de la república mexicana como un oficio cotidiano, a veces terso, a veces lúdico y, muchas veces, espinoso y deprimente, pero nunca desalentador.

Del audaz burócrata y esmerado oficinista, del convencido defensor de libertades, del crítico escritor, del poeta y novelista, elijo al cronista, al ser capaz de recuperar el alma, la mirada, la grandeza y la pobreza de nuestra ciudad, pues él consagró lo callejero en musa y ungió las memorias de sus tiempos en un cautivante rencuentro literario con la historia.

Nacido en el número 5 del Portal de Tejada, su niñez transcurre en el Molino del Rey, en donde afirma fue prodigio en saltos, / espanto en machincuepas, / en la pelota un asombro / y en las maromas presea, verso que justamente rescata Paco Ignacio Taibo II en su extraordinaria trilogía La gloria y ensueño que forjó una patria, en la que el Prieto poeta-luchador, el Guillermo ministro-flaneur (vagabundo), el Fidel periodista crítico o el legislador avezado asoma en los diversos momentos que conforman la etapa más vigorosa del liberalismo mexicano.

A esta ciudad de los acrósticos, a esta ciudad cuya anomia es denunciada en sus crónicas y análisis por los herederos de Prieto —como bien lo expresó Fabricio Mejía ante Claudia Sheinbaum en una reunión con intelectuales este 25 de enero— le urge recuperar al Prieto cronista, le urge recuperar esas acuciosas observaciones iniciadas un domingo 5 de enero de 1840 cuando, a sus 22 años de edad, bajo el seudónimo de Don Benedetto,  describió la vida dominical de la capital del país, y al que a partir de su publicación en El Museo Popular del miércoles 15 de enero de ese mismo año cambió radicalmente la percepción urbana de la capital de la república.

A esa Ciudad de México proféticamente Prieto la define como “la hija más gentil y opulenta del Nuevo Mundo, joven caprichosa y desgraciada; inquieta y desidiosa; cortejada por la ambición extranjera y envilecida por la criminalidad apatía de sus hijos”, lo que hoy acredita plenamente el mancerismo gentrificante que la envilece.

En cualquier arista de este extraordinario oficiante de la patria, ratificamos la sagacidad kantiana, pues Fidel (seudónimo con el que firmó sus textos) siempre hizo lo correcto y, por ello, escapó al imperio del oportunismo, sea a través de la literatura o sea en su brillante desempeño político y legislativo.