Muchas veces escuchamos piezas retóricas en las que se expresa el deseo de contar con un país de leyes que cancele atropellos, violencia e impunidad que suelen cultivarse a diario, se habla de los valores más eminentes aunque al final todo queda en una quimera porque la realidad brutal describe una nación marcada por la barbarie. Los obituarios lo dicen cotidianamente.

No obstante, somos literalmente un país de leyes, las tenemos en la letra, en códigos, reglamentos. Hay leyes para todo en nuestro país, aunque el asunto radica en que no se aplican, por ello la impunidad se acrecienta para cobrar un elevado desencanto que se ha traducido en falta de confianza, además agota la paciencia en amplios sectores de la población mexicana.

Recién se ha conmemorado la promulgación de nuestra Constitución política que se efectuó un 5 de febrero de 1917 en Querétaro, específicamente en el teatro Iturbide ahora llamado De la República, ahí confluyeron diversas visiones para diseñar un país que estaba en un trance revolucionario, se sentaban las bases para la creación de instituciones posrevolucionarias, la base jurídica en una nación prominentemente rural en esos tiempos.

La Carta Magna marcaría un parte aguas, evidentemente ello obedeció al ámbito temporal en condiciones muy diferentes a las que se viven en la actualidad, ya transcurrió más de un siglo y la problemática social adquiere otras dimensiones, el crimen despliega sus banderas, la corrupción gangrenó instituciones, la impunidad adquirió mayor poderío.

Cada año que se evoca la promulgación de nuestra Carta Magna con sus 136 artículos divididos en las partes dogmática y orgánica no faltan las voces que señalan la urgencia por convocar a un nuevo congreso constituyente para contar con un nuevo ordenamiento jurídico acorde a las necesidades del mundo de hoy.

La Constitución política ha sufrido 693 modificaciones desde su creación, la lista de presidentes que promovieron las reformas va desde Álvaro Obregón para llegar a Enrique Peña Nieto, solo se mantienen intactos veintidós artículos de los 136. Las llamadas reformas estructurales pasaron por diversas modificaciones constitucionales.

Cada presidente, al parecer por megalomanía en muchos casos, desea dejar constancia de su ánimo por reinventar México aunque al final parece que todo cambia para seguir igual. El Evangelio laico escrito por hombres libres, como reza el epitafio de los constituyentes de 1917, ha sido modificado indiscriminadamente aunque ello no quiere decir que se hayan registrado cambios de fondo.

Muchos actores políticos son ignorantes de las normas vigentes, incluso en la Cámara de Diputados un alto número de ellos no saben ni cuántos artículos tiene nuestra Carta Magna ni cuál es su parte dogmática y la orgánica, es decir, desconocen el fundamento del orden jurídico que prometieron defender.

Más allá de las discusiones bizantinas acerca de la pertinencia para convocar a un nuevo congreso constituyente, la urgencia inaplazable consiste en aplicar las leyes vigentes, desmontar el estado de privilegios y la connivencia entre algunas autoridades con la delincuencia que han pulverizado el tejido social.