El próximo día 29, de manera oficial estarán arrancando las campañas proselitistas tanto de los aspirantes a la Presidencia de la República como de aquellos que contenderán por alguno de los 3 mil 399 cargos de elección popular que estarán en disputa en las urnas el domingo 1º de julio. Efectivamente, de acuerdo al Instituto Nacional Electoral (INE), que encabeza Lorenzo Córdova, se trata de la elección más grande en la historia de México, pero… ¡mucho ojo!, no podemos caer ni en clichés ni en lugares comunes asegurando que se trata de los comicios más importantes en la historia de nuestro país, porque al hacerlo estaríamos desestimando, subestimando y menospreciado cualquiera de los procesos anteriores que se han realizado y para el tipo de nación que somos, en estos momentos resulta de mucha valía poner en su justa dimensión todos aquellos esfuerzos que se han llevado a cabo para encaminarnos a una real democracia.

Sin embargo, a juzgar por lo que han hecho durante estos días de la llamada intercampaña los actores políticos llamados a intervenir en la jornada cívica del 1º de julio próximo, comportándose más como chivos sin mecate que como verdaderos portadores de propuestas y esperanzas, lo cierto es que mal haríamos (refiriéndome a aquellos que somos considerados los ciudadanos de a pie) en depositar nuestra confianza en personajes en lugar de actuar aconsejados por su conciencia y su sentido común, lo hacen movidos únicamente por el ego y la ambición personal.

No nos ceguemos. Todos sabemos quiénes son todos y cada uno de aquellos que  ahora, enfundados en sus ropajes más caros y más bonitos y presumiendo la más cautivante de sus sonrisas, desesperados, por todas partes, suplican por el voto del ciudadano. Sí, ese mismo del que se olvidan (me refiero a ciudadano, no a su sufragio) apenas la autoridad electoral decreta el cierre de casillas y del que se vuelven a acordar apenas requieren otra vez de su sufragio para seguir viviendo del Presupuesto por un trienio o un sexenio más, en la más vulgar tradición chapulinera de la que podamos tener memoria.

Siendo sinceros, ¿quién de ustedes desea presenciar debates (oficiales o no oficiales) entre los distintos candidatos a la Presidencia de la República cuando dichos eventos sólo sirven para que unos y otros se lancen insultos, acusaciones, señalamientos de lo que hicieron, de lo que no hicieron, de lo que se robaron, de sus omisiones, de sus transas y corruptelas, de sus abusos, de sus dispendios, del nepotismo que ejercen… y que las ideas, las propuestas, las plataformas y que los qués y los cómos brillen totalmente por su ausencia? Porque, seamos honestos, en estos momentos en todos los war rooms de los distintos políticos (afiliados a algún partido o independientes, da lo mismo su línea o tendencia) a competir por alguno de los 3 mil 400 puestos de elección popular todo mundo se está dedicando a hurgar en lo más profundo de las historias personales de sus adversarios para sacarle todos los trapitos al sol posibles en lugar de dedicar un poco de tiempo para rodearse de gente propositiva y con ganas de gestar propuestas de políticas públicas  y proyectos concretos y tangibles capaces de instalarnos siquiera un escalón más arriba de donde nos encontramos ubicados actualmente.

México se aproxima a un paso vertiginoso y sostenido hacia un proceso político-social que se antoja definitorio para nuestro futuro inmediato y todo parece indicar que ninguno de nuestros políticos se ha percatado de ello. Nadie, absolutamente nadie, ha sabido sacar ventaja real de tantas y tantas “horas cero” que nuestra historia nos ha obsequiado. Todos presumen que ellos son la solución para nuestro futuro y es de esa forma que acaban insultando a nuestra inteligencia, porque todos prometen que, si los elegimos, como por arte de magia, ellos cambiarán todo lo malo que nos ha ocurrido como país, apostándole a esa amnesia que nos caracteriza como pueblo y que a golpes de espejismos logran que nos olvidemos que ellos han sido (por los siglos de los siglos) protagonistas de nuestro presente…

 …y también de nuestro pasado.

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