Por Víctor García Zapata

 

“Have I doubt when I’m alone

Love is a ring, the telephone

Love is an angel disguised as lust

Here in our bed until the morning comes”.

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]C[/su_dropcap]uando dos procesos creativos se cruzan pueden crear un mundo entero. Lo que sucedió entre Patti Smith y Bruce Springsteen fue todo un acontecimiento que parió una historia tan emotiva como persistente en la creación de su propio culto.

Ambos se conocían en New Jersey pero no era mucho lo que coincidían. Ella fue rescatada por la literatura, deambuló por Strand y otras librerías, se sumergió en la poesía y narrativa francesa, vivió en el Chelsea Hotel rodeada de artistas que intercambian obra por hospedaje; recitando y musicalizando se encontró con el punk: esa tremenda revolución cultural de finales de los 70 que a costa de burlar, desafiar y desestructurarlo todo, creó inimaginables universos para quienes desde las periferias venían por su venganza.

Bruce cuando se miró en el espejo sosteniendo una guitarra, cambió su existencia. Expulsado de la escuela y en la precariedad proletaria de los suburbios atlánticos, no tenía más acceso al mundo que un radio que a veces programaba la invasión inglesa de los 60. En las calles se cruzaba con el soul y el góspel de la mayoría negra de Freehold, y en la playa del aledaño Asbury Park conoció el surf. Tremendo combo que pudo sintetizarse solo hasta que su madre empeñó algunos aretes para comprar la Yamaha de la que hace referencia en la hermosa canción “The wish”.

La reseña de un show de Bruce en el legendario Max Kansas dejó claro que para el glam donde Smith se encontraba con Warhol, Reed y Debbie Harry, The Boss resultaba demasiado urbano. Bruce no quería snobismo, quería simple y sencillamente convertirse en el más grande y para ello hubo que distanciarse de los gigs y las galerías.

El año de 1978 los encontró con la vital necesidad de dar un manotazo sobre la mesa de sus respectivas trayectorias. En el mismo estudio, los Record Plant, y con el mismo ingeniero de audio, Jimmy Iovine, Springsteen y Smith grababan su cuarto y tercer álbum respectivamente. Ella después de un accidente y él después de un parón para disputar el derecho sobre sus canciones. La “madrina del punk” necesitaba un hit, se lo había prometido a su fallecido compañero de vida Robert Mapplethorpe, y Bruce precisaba rencausarse tras la irrupción comercial de su disco anterior.

Para “Darkness on the edge of town” el oriundo de New Jersey experimentó un proceso creativo obsesivo y extenuante que en ningún sentido rescataba el triunfalismo de “Born to run”. Si el disco de 1975 enunciaba el idealismo que llevaría a él y a su banda a tomar la autopista y escapar del pueblo repleto de perdedores, lo de tres años después tendría que ser el encontronazo con la realidad adulta cuyo único escape consistía en lavarse la cara y conducir por carreteras secundarias que de madrugada habrían de regresar sin opción al piso en alquiler. La vida no había sido tan fácil y no valían los engaños. En la oscuridad que bordea la ciudad no cabrían las celebraciones ni las canciones de amor: la idílica “Because the night” fue tan descartada como otras 100 canciones que no encajaban en el concepto del álbum.

De no ser porque el productor James Iovine acertó a ver en aquel desecho el eslabón que a Patti le faltaba para redondear “Eastern”, la pieza hubiera quedado en el olvido a merced de que los piratas la incluyeran en un booklet. Dicen que Smith se resistió. Ni ella ni Lenny Kaye se veían tocando algo del bandolero de New Jersey. Ella misma ha narrado que fue una tarde en la que esperando una llamada de su novio Fred “Sonic” Smith, decidió escuchar el cassette. Le hizo sentido la angustiosa introducción y la paulatina exasperación del tono final. Le incluyó una estrofa relativa a la espera de esa tarde y al día siguiente la grabó. La firmaron en co-autoría. Fue el hit que a ella la hizo despegar hasta el mainstream y desde entonces a la fecha el culto ha crecido a costa de representar momentos climáticos en los conciertos de cada uno, pero hasta hace poco tiempo casi nunca juntos.

El culto a la pieza creció con la versión acústica que los 10,000 Maniacs comercializaron en 1993. Para la compositora estadounidense Natalie Merchant la conjunción de ambos creadores representaba lo que para ella cualquier artista debiera tener: libertad y urgencia creativa. Romanticismo puro. Luego, durante el concierto del 25 aniversario del Salón de la Fama, celebrado en Nueva York en 2009, U2 presentó la canción como “la que a ellos les hubiera gustado haber escrito” e invitó a los autores a tocarla ahí mismo logrando una épica versión.

En 2014, durante un homenaje rendido por la Fundación de los Grammys, Springsteen le entregó la canción a Smith y confesó que la estrofa que Patti incluyó le dio a la canción el dramatismo que él no pudo conseguir. El pasado martes 24 de abril, Patti invitó a Bruce a tocarla durante su show en el legendario Beacon Theatre de la Gran Manzana. La introdujo diciendo que cada que la toca piensa en su ahora fallecido ex esposo, en Iovine que se la enjaretó y en Bruce Springsteen, el compositor que se la compartió. Los videos en Youtube de esa noche constatan la emoción de la gente cuando Bruce apareció en escena. Verlos juntos 40 años después hacen que el culto y el universo se sigan alimentando.