Personajes en mi vida

 

Por Agustín Lara*

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]A[/su_dropcap]veces el recuerdo es un lápiz que escribe por sí solo, trazos sin sentido, en la página borrosa del tiempo. Cuando abrimos los ojos para seguir sus giros, la mirada se vuelve llama cuando vemos que dibuja tembloroso, la historia vulgar de nuestras vidas. Vivir de los recuerdos, es vivir melancólicamente, en una especie de muerte resucitada. Es evocar colores ya difusos, olores ya dispersos, senderos que se han vuelto camino vulgar y trillado y músicas definitivamente fundidas en el polvo.

Sobre todo… ¡cuando se recuerda la juventud! La bella época en que la sangre se agolpaba en las sienes y en el corazón, buscando salida en una canción o en un amor. Cuando el tiempo era una fina madeja de oro para entretejer sueños. Cuando la mirada era vivaz, el puño diestro, el paso ágil, el dicterio sagaz y certero, la risa pronta y el sabor de las lágrimas ajeno. ¡Cuánto nos duele atestiguar, ahora, que el tiempo sí es algo que pasa y que nosotros pasamos con él, en marcha lenta o vertiginosa hacia nuestra propia aniquilación!.

Entonces conocí a Elvira Ríos. Eran los “tiempos de oro”, cuando la vida no tenía rumbo… Lo mismo daba esperar la salida del sol, que aguardar a que lloraran las estrellas. Todo era fácil, y bueno, y alegre. La noche de México bostezaba y en su boca se metían las risas de la ciudad, como si fuesen su mejor golosina. Las canciones viajaban del arrabal a los salones aristócratas sin el menor escrúpulo. La radio empezaba a “tomar vuelo”. Era la sensibilidad, otro el clima del espíritu… ¡Eran muy distintos los luceros! “Montparnasse” con su ambiente único, era el cuartel general de los bohemios de entonces…

Una noche escuché que, en una mesa cercana a la mía, alguien cantaba haciendo “en chuga” la imitación de Agustín Lara… Vi que era una muchachita delgada, morena y de triste semblante. La llamé y le dije textualmente: “El día en que usted haga en “serio” lo que ahora está haciendo de puro “relajo” se vuelve ¡rica! Y… ¡no me equivoqué! Ensayamos una y otra vez. El General Calles la escuchó en Cuernavaca –cuando ya estaba muy delicado de salud- y la alentó con sus palabras. Luego del primer triunfo, atrio de oro de los que seguirían, vinieron la radio. El teatro, el cine y, en fin, todo lo que viene cuando hay calidad, esfuerzo y auténtica clase.

Como en el caso de otras gentes, el nombre “comercial” de Elvira Ríos –que es de quien estoy hablando- fue sugerido por mí. Ella se llama en la realidad Elvira Gallegos. Su segundo apellido breve y eufónico fue el que le señaló la fama de que ahora disfruta en todo el mundo. En Hollywood filmó su primera película con Ray Milland y.. ¡bueno!, ¿para qué seguir?

Pero Elvira es demasiado “temperamental”. Cuando estrenó “Noche de Ronda” en el Fábregas, subí a su camerino por ver la ropa que iba a lucir. Allí mismo tuvimos un disgusto terrible. Lloró, pateó, lanzó figuritas de porcelana, se desgarró la toilette, ¡hizo mil y una cosas! Yo, que conocía sus crisis de dolor y que sabía que le eran provechosas me salí diciéndole: “Si no te levantan la cortina tres veces, me quitas el nombre”. Y… ¡me equivoqué! Porque no fueron tres… ¡fueron CINCO…!

*Texto publicado el 28 de marzo de 1956, en la revista Siempre! Número 144.

https://youtu.be/t9U_nv8HcIM