El 25 de julio el doctor Oscar Carranza Castañeda, del Centro de Geociencias de la UNAM, recibió un mensaje de la Society of Vertebrate Paleontology (SVP) en el cual le comunicaban que había ganado el Premio Morris Skinner 2018, lo cual lo sorprendió no sólo porque esto lo convierte en el primer mexicano en recibir esta presea, “sino porque no sabía siquiera que me habían nominado; ignoro quién propuso mi nombre, pero por supuesto que les dije sí”.

En su página oficial, la SVP establece que este galardón es una forma de reconocer a quienes “han hecho aportaciones sobresalientes y constantes a través de la conformación de colecciones de fósiles vertebrados o a quienes alientan, instruyen o encaminan a otros hacia esta meta”, lo cual describe, palabra por palabra, lo que ha venido haciendo Oscar Carranza desde 1973, cuando le llevó al titular del Instituto de Geología (IGL), Diego A. Córdova, una iniciativa que de inmediato recibió luz verde: la de integrar una colección de vertebrados fósiles a fin de llenar el hueco que había en el país en cuanto a mamíferos del Terciario Tardío.

“Hace 45 años, cuando empecé con esto, no había ningún espécimen de las edades en las que me especializo, es decir, de los últimos 10 Ma; hoy en el acervo tenemos casi 20 mil. Desde entonces ninguno de los directores con los que colaborado me ha limitado o impuesto plazos; eso nos ha permitido producir mucha información. Éste es un proyecto muy antiguo que ha generado resultados importantes y datos nuevos y cruciales para entender diversos eventos geológicos y paleontológicos ocurridos en Norteamérica”.

Por su volumen, parte de la Colección de Vertebrados Fósiles se encuentra en Ciudad Universitaria, en las instalaciones del IGL, mientras que la otra está en el Centro de Geociencias (CGEO) del campus Juriquilla de la UNAM. Entre el material a resguardo se cuentan los registros de los primeros inmigrantes sudamericanos en faunas de América del Norte y el conjunto de restos équidos más importante de México, los cuales abarcan edades que van desde el Henfiliano temprano (Mioceno tardío) hasta el Illinoian (Pleistoceno).

Sobre el Premio Morris Skinner 2018, la directora del CGEO, Lucía Capra, escribió: “Oscar ha creado y curado una colección única en varios aspectos, pues ha permitido replantear hipótesis y romper paradigmas sobre migraciones en el continente americano. He ido conociendo al doctor Carranza y sé que sus logros son producto de una pasión inmensa hacia la paleontología, y que sus resultados han sido alcanzados gracias a un trabajo arduo y con poco apoyo. Muchos conocemos la relevancia de sus contribuciones y este reconocimiento internacional refrenda la importancia de su labor, la cual ha sido desarrollada a lo largo de muchos años”.

Y todo empezó en Guanajuato

“Si pudiéramos viajar cinco millones de años al pasado a lo que hoy es el centro de México nos encontraríamos en un paraíso. El lugar no era tan seco como en la actualidad; había agua en abundancia y, por lo mismo, crecían muchas más plantas, las cuales eran capaces de sostener a una masa de animales mucho mayor de lo que hoy podría en condiciones naturales”, explica el académico.

Por ello, cuando le aprobaron la creación de la Colección de Vertebrados Fósiles en 1973, Carranza tomó un autobús rumbo a San Miguel de Allende, Guanajuato, y comenzó a trabajar ahí, “pues no sólo es un área crucial para entender muchos de los eventos acontecidos en México en los últimos 10 Ma, sino que es una de las más importantes en toda Norteamérica por su diversidad fósil”.

Con el correr del tiempo, este proyecto se ha ampliado para abarcar lugares como Tepeji del Río y Zacualtipán, en Hidalgo; Tecolotlán, Jalisco; el estado de Zacatecas, y a últimas fechas, Baja California. “De esta manera hemos consolidado lo que creo es uno de nuestros mayores logros: el dejar de ser receptores de información y contribuir con datos nuevos sobre algunos problemas biológicos, fisiológicos y paleontológicos muy estudiados y no del todo esclarecidos. 

Uno de ellos tiene que ver con cuándo se estableció el llamado “puente panameño” que unió a las dos Américas, la del Norte y la del Sur, las cuales fueron, durante 30 millones de años, dos grandes islas separadas la una de la otra por un ancho mar donde las aguas del Atlántico y el Pacífico confluían y se hacían se hacían una.

“Hasta hace poco se sostenía que dicho enlace se dio hace tres millones de años, conclusión a la que se había llegado después de que paleontólogos estadounidenses hallaran restos de fauna sudamericana en Arizona, Texas y Florida con una antigüedad de 2.7 millones de años. Sin embargo, nosotros encontramos en San Miguel de Allende vestigios de los mismos animales, pero de hace 4.8 Ma”.

A decir de Carranza Castañeda, todo es asunto de sacar cuentas, pues lo capibaras desenterrados en Arizona tienen alrededor de 2. 7 millones de años y los de Guanajuato 3.9, y se observa la misma distancia cronológica entre los gliptodontes descritos aquí y allá. 

“Las faunas sudamericanas en el centro de México tienen al menos un millón de años más que las de EU. Esto nos lleva replantear lo que se sabía y a suponer que este puente panameño no se abrió hace tres millones de años, sino hace cinco, lo cual permitió el paso libre de animales de un lado a otro y detonó el llamado Gran Intercambio Biótico Americano (o GABI, por sus siglas en inglés). Así de importante es el conocimiento que aporta nuestra colección”.

Evidencias que derrumban mitos

Cuando era niño, a Oscar Carranza le dijeron en la escuela que en América no había caballos hasta que los trajeron los españoles en sus barcos, lo cual en su opinión “es una de las mayores mentiras que nos han enseñado a todos desde chiquitos, pues en realidad había équidos en México desde hace unos 30 millones de años”.

Como evidencia de esto el universitario señala que él y sus colaboradores hallaron en Zacatecas el fósil más antiguo (con seis Ma) que se conoce de un Dinohippus, el ancestro del caballo actual (perteneciente al género Equus). Además, también han encontrado molares aislados, fragmentos de cráneo y mandíbulas de estos animales, los cuales datan de hace 4.8 y 4.5 millones de años, es decir, de una edad conocida como Henfiliano, según la escala NALMA (North American Land Mammal Ages). 

A Morris Skinner (1906-1989) —el paleontólogo de Nebraska que da nombre al premio de la Society of Vertebrate Paleontology— también le interesaban los caballos primitivos de Norteamérica e hizo avances en el rubro. Ahora, con su trabajo, Carranza ha colocado nuevas piezas en este rompecabezas que cada vez luce más completo.

“Gran parte de la evolución equina pudo haber ocurrido en el sur del país hace cinco o seis millones de años, pues en todas las secuencias estratigráficas del centro de México parece haber especímenes con caracteres transicionales entre el Dinohippus y la forma más reciente, el Equus. Justo ahora escribo algo al respecto”.

Otra de las hipótesis que han debido replantearse a partir de las observaciones de Oscar Carranza es la de la extinción de ciertos genus, como el Cosoryx y el Plioceros. Se aseguraba que los dos se habían perdido hace tres millones de años, hasta que los hallazgos del universitario refutaron lo que aseveraban los expertos.

“Una cosa es lo que dice la literatura, pero en Juchipila, Zacatecas, encontramos ambos genus y al establecer su antigüedad vimos que ésta era menor a la esperada. ¿Qué ocurrió? Que esos animales no desaparecieron, más bien migraron debido a las condiciones ecológicas y a la competencia con depredadores recién llegados de Eurasia a Norteamérica. Era más fácil y seguro para ellos buscar comida al sur que seguir ahí y lidiar con carnívoros más eficientes”.

Para el doctor Carranza, este es otro ejemplo de cómo la Colección de Vertebrados Fósiles se ha convertido en una fuente de nuevo conocimiento y en una vía para cuestionar paradigmas, pues los especímenes de este acervo son una invitación a reexaminar ciertos conceptos. “Ahora, antes de hablar de extinción, los expertos deben considerar también la posibilidad de un desplazamiento”.

Un premio a 45 años de trabajo

Cuando se inició como paleontólogo, para estudiar un fósil de las edades que a él le interesaban, el profesor Carranza debía viajar a Los Ángeles, California, ya que ahí se encontraba el acervo más grande de especímenes mexicanos, mientras que, paradójicamente, en México no había nada. Así, durante algún tiempo, el hoy responsable del Laboratorio de Paleontología del CGEO se acostumbró a tomar vuelos frecuentes rumbo a Estados Unidos.

“Esto me llevó a crear en 1973 la Colección de Vertebrados Fósiles y a consolidar algo que me hubiera gustado tener a mí, pues con ella ya no es forzoso ir al extranjero. Los animales aquí representados pueden ser estudiados, comparados y determinados según posición estratigráfica o taxonómica, o también por su distribución geográfica”.

Por todo esto, el jurado de la Society of Vertebrate Paleontology lo eligió ganador del Morris Skinner, algo que el académico agradece, aunque —confiesa— nunca buscó. “La verdad estoy en esto porque me gusta. Saber que me darán este galardón me sorprendió, jamás trabajé pensando en algo así. Me vino y lo disfruto, pero al final no es sólo mérito mío, una parte es para el Centro de Geociencias, que ha sostenido este proyecto y le ha dado certeza de continuidad”.

La presea le será entregada en Alburquerque el próximo 20 de octubre, en una cena donde la SVP reconocerá al universitario por haber transformado el escenario para todo aquel que se dedica a la paleontología de vertebrados en  México, lo cual ha hecho a tal grado que Oscar Carranza viajará una vez más a Estados Unidos, tal y como hacía en los años 70, sólo que ahora en condiciones muy distintas pues ya no será obligado porque el material que necesita no está en el país, ahora lo hará para regresar con un premio a casa.