Moisés Saab

Aún sin dispersarse el acre humo de la trilita contenida en los más recientes bombardeos verbales entre Washington y Teherán, el presidente estadounidense, Donald Trump, salió a la palestra para afirmar que estaría dispuesto a reunirse con su homólogo iraní, Hassan Rouhani.

Pero con una salvedad: sin condiciones, que es una condicionante en sí, cuenta habida que el mandatario denunció el Acuerdo 5+1, firmado por su antecesor, Barack Obama, para solventar el diferendo nuclear con la República Islámica, tras una negociación que tomó nueve largos años.

En esencia, el pacto entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, a saber Rusia, Estados Unidos, China, Reino Unido y Francia, más Alemania, que no integra ese órgano, estableció el levantamiento de sanciones contra Irán, a cambio de garantías verificables de que ese país no se dotaría del arma atómica.

Los iraníes respondieron en el mismo tono conciliador a través de un portavoz presidencial según el cual ‘podemos negociar sin que haya precondiciones (…) El respeto a Irán, la disminución de las enemistades, la vuelta de Estados Unidos al tratado nuclear, formarán la base de la negociación’.

Sin embargo, y tal vez previendo lo que vendría después, el vicepresidente persa Alí Motahari calificó de humillante la convocatoria estadounidense, dejó en claro que la imposición de sanciones y las amenazas son lo contrario a las negociaciones e instó al mandatario norteamericano a respetar los acuerdos previos.

Por ello es de suponer que no tomó por sorpresa al gobierno iraní que poco después el propio presidente Trump se desdijera, anunciara y pusiera en vigor contra la República Islámica lo que él mismo calificó de ‘las más duras sanciones de que se tenga noticia hasta el presente’.

La postura adoptada por la administración Trump converge en la práctica y en la retórica con la del gobierno de Israel encabezado por Benjamín Netanyahu, opuesto desde siempre al pacto que permitiría a Irán recuperar importantes sumas de dinero, además del retorno de las inversiones foráneas y la normalización de sus lazos internacionales tras años de aislamiento y hostilidad.

Por otra parte, los dichos y hechos de la actual administración estadounidense son otra muestra de la volubilidad de Trump, pues constituyen un remedo de los que lo llevaron a reunirse en Singapur con el líder de Corea Democrática, Kim Jon-un, después de amenazarlo con ‘una tormenta de fuego y furia’, según sus propias palabras.

Un primer impacto negativo de la minicrisis para Washington es la reticencia europea a, primero, abandonar el acuerdo 5+1 y, después, a acatar las restricciones dictadas desde la Casa Blanca, las cuales colisionan con sus intereses comerciales, económicos y políticos.

Además, hay otra situación que lleva a pensar que el jefe del Ejecutivo estadounidense transita por terreno minado ya que su conducta implica una toma de partido explícita en la pugna que opone a cuatro países árabes, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Egipto, con Qatar, que cuenta con el apoyo de Irán.

De haber distendido la relación con Teherán, Estados Unidos se habría visto obligado a asumir una forma de neutralidad que no lo es, en un esfuerzo por quedar bien con Dios y con el diablo, el camino más corto para malquistarse con ambos.

Es de notar que Washington tiene intereses económicos, políticos, militares y relaciones privilegiadas con todos los involucrados en ese conflicto, que se extiende y no lleva indicios de amainar, sino todo lo contrario.

Una de las manzanas de la discordia es la organización por Qatar de la Copa Mundial de Futbol en 2022 sujeta a una andanada de alegaciones de soborno y manejos turbios dentro de la Federación Internacional de Futbol Asociaciones, liderada por el semanario Sunday Times, propiedad del magnate Rupert Murdoch, la cual no ha prosperado por falta de pruebas.

El tema tiene particular notoriedad vistos los resultados para Rusia de la recién finalizada justa del más universal de los deportes, con su estela de publicidad y la posibilidad para la sede de adquirir relieve planetario.

Para Qatar la celebración del torneo es la posibilidad de adquirir visibilidad mundial y se inscribe en la estrategia de convertirse en un eje comercial y económico en el mundo árabe en general y en la península árabe en particular.

El conflicto de Qatar con sus vecinos y Egipto ha puesto freno momentáneo a ese propósito, sin que ello implique que lo haya postergado, sino todo lo contrario, pues ha fortalecido sus relaciones con Irán y Turquía, países con los que está enfrentado el reino de Arabia Saudita.

Bien visto, tal vez sea mejor que Trump haya desistido de reunirse con la dirigencia iraní ya que con su proverbial torpeza diplomática e ignorancia política es posible que agrave aún más una crisis de componentes muy complejos y termine incendiando no solo el golfo Pérsico, sino también el mar Rojo, el de Omán y todos los océanos existentes.

El autor es periodista de la Redacción África y Medio Oriente de Prensa Latina.