La alarma del despertador ya sonó. La realidad parece indicar al nuevo gobierno que el éxito de su despegue depende, en gran medida, de lo que ocurra en las pistas del aeropuerto de Texcoco.

La contundencia de los radares indica que hay señales de alarma. Que, a raíz de la cancelación del nuevo aeropuerto y la depreciación de los bonos emitidos para pagar a los inversionistas, el país puede entrar en uno de los peores escenarios financieros.

El presidente de la república tendrá que decidir entre insistir en la suspensión del proyecto aeroportuario e iniciar su mandato en medio de una crisis de consecuencias impredecibles o corregir decisiones —como ya lo ha hecho en otros temas— para recuperar la confianza de los mercados.

Tendrá que optar, por primera vez como jefe de Estado, entre quedar bien con el resultado de una consulta hecha ex profeso para agradar a sus seguidores o evitar poner en riesgo la viabilidad económica de la nación.

Hay preguntas que muchos quisiéramos hacerle al presidente de México. Por ejemplo, ¿qué sucedería si dejara de expresarse en blanco y negro y utilizara toda la gama del arcoíris?

¿Qué ocurriría si en lugar de dividir a México en dos, lo unificara? ¿Si en vez de colocar en un lado de la cancha a los neoliberales, conservadores, hipócritas y corruptos, y en el otro al pueblo, a los pobres y desposeídos, hiciera una propuesta para aminorar la brecha entre los que tienen todo y los que nada tienen?

¿Qué pasaría, señor presidente, si en vez de amenazar e intimidar utilizara el poder que hoy tiene para sentar a la mesa a los principales protagonistas de la vida pública y privada para construir un país más justo?

¿Qué efecto tendría en el ambiente nacional dejar de satanizar a unos y de santificar a otros? ¿Se lo ha preguntado?

¿Y qué impacto tendría si, en los foros internacionales en los que ahora va a tener acceso, presentara un modelo económico alternativo con la finalidad de sensibilizar a los grandes centros económicos internacionales para construir una “tercera vía” en beneficio de la paz y estabilidad de las naciones, pero sobre todo de las más pobres?

El 1 de diciembre culpó usted de todo al neoliberalismo. Es cierto, se trata de un modelo que ha fracasado en lo humano y en lo social. Pero la injusta repartición de la riqueza, la falta de crecimiento y el aumento de la pobreza no se van a resolver enfrentando a los mexicanos.

Para decirlo con todas sus letras: el presidente de un país no puede gobernar apostándole al miedo y a la amenaza; a la división, a estimular fobias, odio y resentimiento.

Es hora de reconocer que la consulta para cancelar el aeropuerto fue un error. Que fue hecha para satisfacer un credo ideológico, para dañar a enemigos y adversarios, pero que fue ajena y contraria al interés nacional.

Hay que reconocer, señor presidente, que el pueblo también se equivoca y que muchas veces hay que apartarlo de la ocurrencia para salvarlo del precipicio.