La melancolía puede ser descrita como la condición anímica laxa con cierta sensación de vacío, y un sopor, entre dolor y abandono, éste último puede suavizar el primero.

Cuatro siglos antes de nuestra era, Hipócrates en Las epidemias habla de la melancolía, provocada por la bilis negra que altera los humores; significa que según la teoría de los humores existe un equilibrio en el cuerpo gracias a cuatro sustancias, una de las cuales es la bilis negra; las otras son la bilis amarilla, la pituita (flema) y la sangre. Y a estos humores se asociaban cuatro temperamentos: melancólico, colérico, flemático y sanguíneo. A su vez cada humor es un trufa de varias cualidades básicas.

La melancolía, en suma, se originaba por la bilis negra; la cual, según Galeno determinaba esa enfermedad que ahora se denomina cáncer: la definía como “la atrofia o infección de la parte media del cerebro”.

Ya en el siglo XVI Andreas Vesalio, luego de investigaciones con cadáveres, descubrió la bilis amarilla (producida por el hígado), aunque observó que la bilis negra no existe más que en la imaginación de Hipócrates y Galeno.

A lo largo de la historia, la melancolía ha sido motivo de reflexión de creadores y pensadores; Robert Burton señala en su Anatomía de la melancolía (1621) que era usual que se definiera como “una especie de debilidad mental y delirio sin fiebre, acompañada de temor y tristeza sin causa aparente” y se añadía “cuando algunas de las principales facultades mentales, como la imaginación o la razón, están alteradas, según les ocurre a todos los que sufren de melancolía”.

El antropólogo, historiador y crítico cultural Roger Bartra retoma su reflexión sobre la melancolía; hace tres lustros en El duelo de los ángeles. Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno (2004) establece la oposición entre la racionalidad y la emotividad; entre el destino y el carácter. Reflexiona en la melancolía a través del pensamiento y la figura de personajes como Walter Benjamin, T. W. Adorno Horkheimer y Gershom Scholem.

En La melancolía moderna (2017) ahonda sobre cómo han traducido diversos artistas, desde el Renacimiento hasta nuestros días, sobre un estado del cuerpo y de la conciencia que hoy suele confundirse con el duelo y la depresión porque en verdad confluyen.

Bartra sitúa esta condición que no también oscila entre el síntoma y la enfermedad; cita al filósofo Byung-Chul Han: “el siglo pasado fue una época inmunológica mediada por una clara división entre el adentro y el afuera, el amigo y enemigo o entre lo propio y lo extraño”; agrega que el comienzo de este siglo es neuronal (no viral ni bacterial) y malestares que imperan son la depresión, el desgaste ocupacional y el déficit de atención.

Bartra señala que respiramos en “una sociedad fragmentada en la que conviven las violencias virales con las neuronales […] Los nuevos tiempos han traído también desesperación y tristeza por el mal funcionamiento de la democracia. Ello ha ocasionado que surjan y se fortalezcan alternativas populistas de derecha y de izquierda”.

El grabado La melancolía (1514) de Durero es acaso la representación icónica más conocida (una persona que apoya el rostro en su mano) de esa sensación y estado que, a decir de Victor Hugo, es la felicidad de estar triste”. Ella, nos dice Bartra, confiere “la fuerza secreta que le da sentido a las obras, ya porque el genio del artista es alentado por el humor negro —como en los ejemplos famosos de Miguel Ángel y Rafael— o porque los objetos representados evocan en el espectador un sentimiento de tristeza por la ausencia o la fugacidad de aquello que aprecian”.

Un gran representante de la figura de la melancolía moderna es Soren Kierkegaard (1813-1855), quien escribió: “¿Cuál es mi enfermedad? Melancolía. ¿Dónde se asienta esta enfermedad? En el poder de la imaginación […] La melancolía ensombrece todo en mi vida, pero es también una inefable bendición”.

Naturaleza, imaginación y melancolía se encuentran en El grito (1893) de Edvard Munch, quien concibió esa obra en una caminata, mientras el cielo se ensangrentaba: “escuché un extraordinario y potente grito pasar a través de la naturaleza”.

Y obras como el ángel (de la historia) —Angelus Novus— de Klee anuncian la desaparición del sujeto. Aldos Huxley señala, tal vez inducido por Les images de Victor Hugo, que la representación más dramática de los estados melancólicos son Le Carceri d’Invenzione (1745-1760) de Giovanni Battista Piranesi; estas han tenido un gran influjo en la literatura, la música, el cine, la arquitectura.

El autor de Un mundo feliz agrega que esas cárceles reflejan la acedia renacentista, del Weltschmerz (la gran distancia entre el mundo deseado y el físico existente).

El aristócrata Alexis de Tocqueville situaba la melancolía en las democracias porque en éstas nunca se alcanzaba la igualdad. Y ya desde el semblante Abraham Lincoln es un modelo de melancolía; sus depresiones y tendencias suicidas fueron reales, aunque asimismo —observa Bartra— “también cultivó un sentimiento melancólico como motor de su actuar político”.

A través de las páginas de La melancolía moderna vamos de la ubicación histórica de obras centradas en un tópico, casi genérico, y los ostensibles o sutiles cambios que algunas obras sufrieron debido a la censura de la Iglesia católica.

El cuervo en Edgar Allan Poe son símbolos, respectivamente, de soledad y melancolía; el poema con el nombre del ave es un preclaro ejemplo de la melancolía en Estados Unidos, que el mismo Poe deja entrever en La filosofía de la composición (1846). Melancolía y pragmatismo son temas que convergen en la cultura estadounidense; así se explica que Graham Greene definiera la melancolía como “la creencia lógica en un futuro sin esperanza”.

Una de las conclusiones implícitas de Bartra proviene de George Steiner, a partir de Schelling, “el velo de melancolía y de inevitable tristeza se adhiere al proceso mismo del pensamiento y de cognición”.

La melancolía moderna destaca, además de su hondura reflexiva, por el estilo decantado de Bartra que vuelve gozosa la lectura de un tema rodeado de densidades anímicas.

Roger Bartra, La melancolía moderna, México, FCE (col. Centzontle), 2017.