Después de meses de espera, la cita con la historia se dio: La banda con el lábaro patrio pasa del pecho presidencial de uno al pecho del relevo, acto juramentado que selló el instante y con él, el destino de toda una nación: López Obrador presidente constitucional, Peña Nieto ciudadano de a pie. Bueno de a camioneta blindada.

La Residencia Oficial de Los Pinos, museo cultural. Para el caso el mismo día en que abrió sus puertas al pueblo de México, la casa embrujada de tantos presidentes fue víctima de la misteriosa desaparición de todas las noche buenas que adornaban sus calles.

Empujones en las calles, ciclistas persiguiendo a la breve caravana del “presidente del pueblo”. Ceremonia oficial de cambio de poderes en el Congreso de la Unión, en la Cámara de Diputados; otra ceremonia más espiritual y simbólica, la que le otorgó al nuevo tlatoani el mando y destino de los pueblos originales de Mesoamérica. El ungido por todos; por unos con el espíritu constitucionalista, por otros con ceremonia chamanesca, copal y bastón simbólico de poder de los pueblos.

En ambas ceremonias, invitados de todos los puntos cardinales. En la oficial hasta un invitado que llegó a hurtadillas a la comida —Nicolás Maduro—, por no ser del todo bienvenido en territorio nacional.

El hombre del momento: Andrés Manuel López Obrador, el de las múltiples facetas. El de la República Amorosa, que abrió los ojos de propios y extranjeros hasta dejarlos como platos soperos, cuando en su primer discurso presidencial le propició un tremendo ataque a la industria energética y a su predecesor, ante el rotundo fracaso que según López Obrador significó la privatización del sector Energético, que con muchos esfuerzos logró atraer bicocas de recursos privados nacionales e internacionales.

Me pregunto cómo será su gobierno: si un ir y venir de máscaras para bailar al ritmo que mejor le convenga, o como declaró Porfirio Muñoz Ledo: “Vi frente a mí a un hombre transfigurado”. Del misticismo para algunos temas, al despotismo totalitario ahí donde se requiera mano dura no conciliatoria.

A diferencia del doble discurso a según cada público cuando resultó ganador de la contienda democrática del pasado 1 de julio, el López Obrador de aquel Hotel Hilton conciliador, político, de mano derecha, y luego el político populista en la Plaza de la Constitución; el de ahora, el sábado 1 de diciembre resultó agresivo, totalitario, con mezcla de populismo demagógico desde el primer instante; sin intenciones conciliatorias, sino con sed de control total del poder que tantos años le costó obtener. Y claro está que me pregunto qué precio tendrá esto último para el país, sus 130 millones de habitantes, para el desarrollo económico y social, y para la democracia representativa a la que ahora se suma el interesante ejercicio de la democracia participativa.

De ahí que en su lógica de mediados del siglo pasado, esas políticas pro-privatizadoras del sector Energético tienen que darse por terminadas, —por lo pronto a decir de Rocío Nahle, flamante secretaria de Energía, esas políticas finiquitadas hasta el año 2021—, eso sí, respetando los contratos y licitaciones ya ganadas por privados, tanto como sus inversiones nacionales y extranjeras.

El punto final sin ton ni son a la reforma energética, tal vez porque él no la formuló, aunado a la cancelación del proyecto del nuevo aeropuerto en Texcoco de la Ciudad de México, no tienen sino un solo sentido: enrarecimiento populista de su mandato desde la primera hora de haber sido investido. Orgullo de esa izquierda informe, deforme, nunca bien definida en nuestro país, aunada a una serie de planes que pueden resultar peligrosos para un país que como México, desde siempre ha tenido que considerar su posición geopolítica tan cercana en todos sentidos, con la nación más poderosa del orbe.

Todo el gobierno anterior fue un fracaso: reformas, alzas en los precios de los energéticos, caída en la producción petrolera, todo en economía mal hecho por la administración que no bien terminada, ya era destrozada.

La nueva moda, no ser neoliberal

Existe una clara obsesión del presidente López Obrador con el término neoliberal. Neoliberal le resulta un término desconocido en sus orígenes. El se refiere al neoliberalismo que surge de dos grandes economistas ya desde la década de los años cincuenta del siglo pasado (Milton Friedman y Federico Hayek), con dos grandes líderes progresistas de la década de los ochenta: Margaret Thatcher en El Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos.

López Obrador odia lo neoliberal porque lo asocia a la caída del poder monolítico de aquel PRI de los bellos cincuenta, sesenta y claro está, de los sexenios de Echeverría y de López Portillo, la docena trágica demagógica. Resulta ser que el populismo y demagogia de aquellos redentores de los vientos revolucionarios se repiten ahora con la presencia de nuevos invitados. Más que Zapata y Villa, el nuevo orden populista habla de Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas.

Hoy se olvida que para reconstruir todo lo que se destruyó hasta 1982, se tuvo que introducir, como en la República de Chile del dictador Pinochet, al neoliberalismo. Allá a Chile fueron a dar Milton Friedman y algunos de sus socios, los Chicago Boys, y lograron el milagro chileno, como se lograron muchos otros milagros, gracias al milagro del neoliberalismo: libertad de mercados hasta llegar a la globalización de los mismos, con todos los países que adoptaron ese nuevo neoliberalismo, mejorando su crecimiento per capita y una notoria disminución de la pobreza extrema.

México tardó más porque somos un país lleno de ladrones más ladrones que los del resto del mundo; pero no debido al neoliberalismo. Sin lo construido de 1983 a 2018 estaríamos sumidos en una pobreza de cuarto mundo. Hoy no salimos de las ganas de ser desarrollados, pero somos parte del tercer mundo, y sí, parte del “primer mundo (poquito menos claro está)”.

Pero permítanme dar por terminada esta breve discusión del neoliberalismo explicando al amable lector que surge el término y las acciones económicas que le acompañan, desde la década de los años treinta, como una alternativa para compensar los brutales efectos mundiales de la depresión, y para evitar como alternativas los extremos que se dejaban ver del fascismo y de las economías centralmente planificadas. En los años 40 se concentran todos los neoliberales en un club, la Sociedad Mont Pélerin en Suiza. De ahí poco a poco surgen las variantes del neoliberalismo que hoy beneficia a millones de seres humanos, y que en México a partir del 1 de diciembre es oficiosamente vilificado. No es la perfección económica, pero no es la hidra que denuncia el nuevo mandatario. En el nuevo caso mexicano del hoy, es un odio especial codificado contra un grupo claramente identificado, y del que en próximas ocasiones platicaremos con ustedes.

López Obrador odia el neoliberalismo porque le significa Salinas de Gortari, sin saber que Salinas de Gortari es un neoliberal con espíritu más socialista que el propio espíritu de López Obrador, pero sin el ímpetu de importar socialismo de Cuba o de Bolivia. A los mexicanos no nos gusta copiar los modelos fracasados. Nunca lo hemos hecho. Por eso siempre nos vamos por la libre.

Un aprendizaje muy costoso para 130 millones

El periodo de aprendizaje será de cuando menos tres años, porque la soberbia, y la demagogia populista, enrarecidas con los consejos de ultra izquierda fracasada, confundirán el camino del país, poniendo en riesgo la estabilidad y senda rumbo al crecimiento con desarrollo que ha tomado más de veinte años labrar.

Por lo pronto, pone en alerta y pone al país en jaque frente a la inversión extranjera, ante la incredulidad de propios y extraños por el esquizofrénico borrón de un aeropuerto nuevo en México que implica una inversión por más de 13 mil millones de dólares, ante un referéndum ilegítimo que así instruyó al nuevo cordero de la nación.

El Banco de México ha enfatizado una y otra vez que estas decisiones a quemarropa aumentan los niveles de inestabilidad financiera; afectarán el estímulo para la inversión extranjera, provocará una debilidad cambiaria del peso mexicano, con el grave impacto inflacionario que conlleva.

2019, el año de los jaloneos

Por eso no podemos esperar mayor crecimiento y sí más inflación con costos sociales, para las familias y para el gobierno. A ver de dónde sacarán todo ese dinero milagroso que tienen contabilizado no sé de qué manera, que van a obtener por la no-corrupción, más los ahorros en gasto corriente, más la venta de equipos sunturarios como los aviones, avionetas, helicópteros, y anexas.

Para muestra un botón: analistas privados redujeron de 2.15% a 1.97% su estimación para el crecimiento del PIB en 2019. La incertidumbre política interna resultó ser el obstáculo más relevante para el crecimiento económico del próximo año.

La incertidumbre política interna obtuvo el 18% de las respuestas, seguida de los problemas de inseguridad pública con 15%; la falta de estado de derecho resultó en tercer lugar con 11% de las respuestas.

La consulta también arroja como otros obstáculos al crecimiento para el próximo año, la plataforma de producción petrolera (6% de las respuestas); la impunidad (4% de las respuestas); la corrupción (4% de las respuestas); la inestabilidad financiera internacional (4% de las respuestas); y la política de gasto público (4% de las respuestas).

Los analistas consultados elevaron a 20.33 pesos el cálculo para el tipo de cambio al cierre de 2019, desde una estimación de 18.90 unidades por dólar del sondeo anterior, según la mediana de las proyecciones.

Según los resultados de la encuesta mensual del banco central entre 31 especialistas y grupos de análisis del sector privado, la incertidumbre sobre las políticas del próximo gobierno continúa siendo el principal obstáculo al crecimiento económico.

Subieron a un 3.90% el pronóstico de inflación de México al cierre del próximo año, de acuerdo con una encuesta del banco central divulgada el lunes 3 de diciembre.

Como escribió con toda claridad el diario The Washington Post: “Me temo que el presidente ve a su victoria aplastante y estas retóricas consultas como cheques en blanco. Sí, López Obrador ganó debido a su tenacidad y su capacidad para canalizar el mal humor de México, pero su victoria también se debió a un repudio sin precedentes del establecimiento. López Obrador debe reconocer el desafío que se le presenta: la demanda de paz, transparencia y responsabilidad de México no es negociable. Pero sus acciones como presidente en espera durante los últimos cinco meses han mostrado más a un líder de mano dura que a uno seguro. En lugar de regocijarse con la magnitud de su victoria y la relevancia de su movimiento, López Obrador debería reflexionar sobre el hecho de que muchos de los que votan por él son mucho más leales a la promesa de cambio que al hombre mismo”.

Claroscuros en el discurso inicial

Lo que ayuda

—No más deuda.

—No más impuestos.

—No reelección.

—Autonomía del Banco de México.

—Mayor inversión.

—Respetar el Estado de derecho.

Lo que no ayuda

—Crítica obsesiva al neoliberalismo.

—Congelamiento de la reforma energética.

—Cancelación del aeropuerto de Texcoco y riesgos implícitos en las propuestas de liquidación de bonos conforme a derecho nacional e internacional. La pérdida potencial de capital para el gobierno federal cercana a los 200 mil millones de pesos, no recuperables, si sumamos los 75 mil mdp en Fibras a los más de 6 mmdd que deberán negociar con inversionistas internacionales. Lo anterior sin incluir la penalización convencional del 50% por el impago o no realización de las obras comprometidas con la emisión inicial. El gobierno está dispuesto a recomprar bonos chatarra con valor cercano a cero, con tal de evitar más controversias con los tenedores legítimos de los mismos.

—Aunado a lo anterior, el daño por la cancelación del NAIM ya está hecho. “Será muy difícil recuperar la confianza de los inversionistas”: Moody’s. Agrega un servidor, el daño está hecho con los inversionistas nacionales e internacionales, y para el gobierno será muy difícil convencerlos para que inviertan en nuevas colocaciones financieras para financiamiento de proyectos productivos, o lo logrará con una muy elevada prima sobre el valor inicial requerido para el financiamiento. ¿Quién le cree a un gobierno que no cumple?

—Decisiones por consultas populares ilegítimas, modificaciones constitucionales para su legitimación y riesgo de uso excesivo de consultas populares.

—Incertidumbre ante el origen de recursos para financiamiento de proyectos anunciados por esta nueva administración.

—Pendientes las acciones para combatir la corrupción.

—Ambiciosa y retrógrada visión del desarrollo energético del país.

A una semana del cambio de poderes, la administración de López Obrador ha perdido gran parte de la credibilidad que le costó reconquistar el gobierno mexicano de 1995 a 2018. Por desgracia, en unos cuantos días se tiró por la borda mucho trabajo para facilitar el desarrollo. Es rescatable, sí. Pero habrá nueva desconfianza, nuevos ojos para México, y sobre todo, un mayor costo financiero para las finanzas del propio gobierno federal.

Economista