Por Franco Félix*

 

Maldición Naigu

20128

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]s cierto, casi todos los pacientes de Puerta de Hierro llegamos aquí movidos por el deseo. Algunos, los más jodidos de la cabeza, experimentan el placer cavernario de ver culos por la calle y no pueden contenerse. Atacan. Llego a comprenderlo. También he padecido gluteofilia. Ah, es verdad. Incluso las nalgas de las gordas me parecían deliciosas. Iba por la calle con mis gafas y ahí las veía, empinadas, duras, levantadas como una rampa, como una pista de aterrizaje. Amo las grupas, sí, como todos estos enfermos mentales que están aquí adentro. Pero ésa no es mi pulsión. Se me para el pito a la menor provocación, los testículos se ponen duros, mancillados por la presión de la libido, por esa fuerza demoniaca que desea estallar y está contenida por el escroto, aunque no por tropezar con traseros ejemplares. No. A mí me enciende otra cosa:

Una nariz con el dorso convexo. Una nariz ganchuda. Una nariz hecha mierda.

Hiervo. Mis poros se abren. Me ofrezco a la perdición. Me entrego al juego del amor. Cuántas chicas he poseído. O más bien, cuántas narices. Todas con una personalidad distinta. Largas, tiesas, ganchudas, duras, enormes. Pero mis preferidas siempre serán las torcidas. Las que apuntan hacia un lado. Ninguna me ha ofrecido los verdaderos placeres: quiero penetrar las fosas nasales. Mi pene es corto pero grueso. No cabe. Y ninguna de mis amantes ha permitido que lo intente. He visto chicos hippies con expansiones en las orejas. Esto es posible en la nariz, estoy seguro. Tomar las enseñanzas de los hippies. Expandir esas cavidades en el rostro de una mujer, me permitiría cumplir mi mayor sueño: eyacular el seno frontal.

Seguro piensan: “Este chico está confundido. Su obsesión por las narices destapa otra fijación de orden sexual. Su apetito de narices está cubierto por su deseo del falo. Es un maricón”. Pero no serían los primeros en sugerirlo. Ya antes de Freud, los médicos pensaban que las narices eran el espejo de tus órganos reproductivos. Sí. Una nariz amplia y grasosa hablaba muy mal de tu higiene genital. Y bueno, no hay que ser tan severos con los anatomistas del siglo XIX, pues la nariz se inflama cuando viene la excitación. De verdad, muy pocos lo notan. Todos miran su verga enhiesta, se acicalan, la toman y amenazan a su interlocutor sexual. Ah, el viejo truco de apretar el pene para que aumente su grosor y que las venas se marquen. Todos miran su pene, en medio del éxtasis, confiados de su virilidad, ofreciendo la monstruosidad como una moneda de cambio. Yo, por el contrario, voy al espejo y miro mi nariz. Ésta se inflama, crece. El ritmo cardiaco aumenta aceleradamente y la presión arterial se dispara. A veces, cuando esto se sale de control, los vasos sanguíneos más delicados en las fosas nasales estallan. Una fiesta de sangre y semen. Mezclo las sustancias en mis manos y dibujo dos líneas debajo de mis ojos como si fuera un mariscal de campo. Qué feliz soy.

***

Debo empezar por lo obvio. Yo también tengo una nariz hecha mierda. Es como el adefesio de una papa. Aunque, en términos semánticos, debemos analizarlo: la fealdad de la papa es normal en su universo tuberculoso. Por lo que una condición defectuosa en el mundo de las papas tendría beneficios estéticos en nuestra concepción de la belleza. Así que no, no es como el adefesio de una papa. Es más bien como el rey de las papas, el ápice decorativo, barroco, de las papas. El emperador de las papas. En las verdulerías, mi nariz sobresale por su nobleza.

Su Majestad (le puse este mote de cariño) es brutal, asquerosa, repulsiva. Aprendí a aceptarla con el tiempo. Es verdad que ahora alardeo de su fealdad. Pero antes me deprimía. No soportaba la sombra narigona que marchaba a mi lado. Tomé un curso en línea en una página llamada YourNoseDoesNotExist. Había que seguir una serie de pasos:

  1. Cubra su cara con las manos. Vaya al espejo. Destape su nariz y preséntese. “Hola, yo soy (aquí va su nombre) y te veo. ¿Cómo te llamas?” El primer nombre que imagine. Dígalo en voz alta. Sin titubeos.
  2. Responda: “Hola, (aquí el nombre de la nariz). Yo te acepto como un ser vivo más en la Tierra”. Aquí, descubra su rostro. Y continúe: “Ahora que eres igual a mí, te libero, vete, márchate. Ve hacia la nada”.
  3. Salga a la calle, con una sonrisa. Encare a las personas que se encuentre en el camino. Mire sus narices. Verá lo raras que son también.
  4. Si es posible, si su vida lo permite, rompa sus espejos en casa. ¿Qué importa lo que piensen los demás? Su nariz es extraña, como todas. No tiene por qué estarse viendo. Olvídese de ella, su nariz se ha ido para siempre. Ahora sólo hay un terreno baldío en medio de su cara.
  5. Haga ejercicio y olvide su nariz. Su nariz es importante para respirar y todo eso pero no le dé tanta importancia. Vaya al cine y vea a sus actores preferidos: uno que otro tiene una nariz para deprimirse y vea cuán alto ha llegado.
  6. Procure no utilizar su sentido del olfato. Pruebe los frutos y reconozca las flores con la lengua, no se queje de las flatulencias, ni de las propias ni de las ajenas, estornude con la boca, etcétera.
  7. Mantenga una correspondencia con su nariz. Envíele cartas. Aunque ésta no responda, siga escribiendo, todas las veces que pueda. Llegará un día en el que, como con cualquier relación perdida, se dé cuenta de que ella ha desaparecido y que debe continuar su camino.
  8. Salga a la calle otra vez. Mire las narices de la gente con un poco de melancolía pero agradecido de haber vivido gratas experiencias junto a ese noble órgano. En su memoria la alegría del pasado se repetirá. Será feliz.

El manual, como cualquier instructivo de superación personal, se vino abajo en el tercer paso. Sin embargo, gracias a esta tonta iniciativa, conocí a Su Majestad. Aplaudí el esfuerzo de YourNoseDoesNotExist y su idea sobre animar los órganos marginados del cuerpo. El horror que puede provocar un objeto es inversamente proporcional a sus posibilidades de existencia. Los fantasmas existen (como fenómeno psicológico) porque en la habitación oscura hay un cobarde que se persigna. Que teman a mi nariz, me dije, que desvíen sus miradas, ningún súbdito goza los privilegios de sostener la mirada a su rey.

***

Como Naigu, el personaje de Akutagawa, empecinado en hallar un iluminado narigón en el budismo, yo busqué, entre las fotos que arrojó mi búsqueda en Google, a los mejores escritores que ha tenido la literatura universal. Llevaba, al menos, cuatro años escudriñando, analizando las formas, las longitudes, la amplitud de sus narices y creí haber encontrado un patrón: los mejores narradores poseían una nariz desafortunada, como Naigu y como yo. Así que, embriagado de la posibilidad de encontrar algún día mi propia voz narrativa gracias al tubérculo que tengo en medio de mi rostro, decidí continuar mis pesquisas con el apoyo económico de una organización que tiene los mismos anhelos que yo: la ADN, una institución millonaria de alcance global. Fui encontrado por un cazatalentos que me invitó a conocer esta socieda secreta. Comparto mis obsesiones con cientos de miles de compañeros.

Bueno, debo volver sobre mis pasos. Tiendo a perderme con las digresiones. Veamos. Estoy en esta ciudad, es decir, en el manicomio de esta ciudad, efectivamente, por una nariz. No femenina. Sino por una nariz como un pene. Una nariz masculina y divertida. Una nariz literaria. Fui enviado por mis camaradas de la Alianza de la Dignidad Naigu para incorporar a un miembro que mereció la atención de todos los militantes en la Tercera Gran Reunión de Reclutamiento de la ADN, celebrada en Madrid hace unos meses. Cada año, en estas asambleas, debemos proponer tres candidaturas: un trío de personajes con bastante reconocimiento popular para incorporarlos al movimiento de regeneración del orgullo narigón. Uno de mis candidatos fue aceptado por unanimidad. Es mi responsabilidad invitarlo a la adhesión.

Estoy obsesionado con la nariz de un genio loco: Bardel.1 La forma de su nariz me enloquece. Es sublime. Pero detengan ese pensamiento. Deténganlo de una vez. No estoy atormentado por el régimen fálico. Sólo estoy haciendo esto por la organización. Vine hasta acá para convencerlo y ya. No tengo ningún interés sexual o romántico. Esto es serio. El tipo me parece excepcional, su narrativa es comprometida, inteligente y acorde a su tiempo. Pero nada de eso me sorprende tanto como su tabique nasal ligeramente desviado. Forzosamente debe recoger más oxígeno por la fosa izquierda. Sé lo que piensan, que la cocaína elige su agujero favorito. Y es verdad. Me encanta la cocaína y también tengo una fosa nasal preferida: Mary-Kate. La otra tiene por nombre Ashley. Correcto, como las gemelas Olsen. Aspirar siempre por un lado para activar ciertas zonas del cerebro es muy común, es una práctica habitual entre conocedores. La mayoría de los novatos tiene miedo. Buscan la simetría del dolor. Si se meten una línea por la derecha, tienen que meterse otra por la izquierda. Dos, pues dos. Tres, tres. Nosotros no. Bardel y yo no. Tres, seis, por la misma fosa. Mary-Kate es una aspiradora, es gruesa y escamosa, está depilada con el ácido de la coca. Cuido a Ashley por si un día necesito respirar. Nunca se sabe.

***

En la ADN hay distintas categorías. En lo más alto de la pirámide jerárquica se encuentra el Vlad Khalel Nasalis, el guía Naigu y gran fundador de la alianza. Nadie conoce su nombre real, pero todos llevamos un pequeño retrato suyo. Su nariz ganchuda es enorme, toca los bordes de la fotografía. Luego están los representantes del Máximo Consejo Sinus Frontalis, los hombres más sabios que hay sobre la Tierra, quienes dictaminan el curso de la organización. Ellos mismos aprueban o no las iniciativas de los representantes de cada país. Luego, cada nacionalidad tiene su propia estructura. Los Patrocinadores son los más reputados. Se trata de un selecto grupo de grandes empresarios que defienden y promueven los intereses Naigu, operan, dirigen y orientan las partidas de colonización nasal. El sistema es intrincado. No tiene sentido que reparemos en él, ni hagamos un paseo minucioso por la escalada de la federación.

Yo soy un Naigu Sinhueso. No es el último estribo en la ADN. Todavía hay subordinados: los becarios, mejor conocidos como los Meatos. Tengo un par a mi disposición. Los maltrato cada vez que puedo. Es decir, lo hacía. Cuando estaba afuera de este maldito manicomio. Sé que volveré a salir. Su Majestad puede oler la libertad. Huelo una transformación en el futuro próximo.

Mis actividades están diseñadas para engrosar el Gran Mensaje Naigu. Acá están los publicistas, los actores, los artistas, los comunicadores, los escritores, etcétera. Y así nos llaman: Sinhueso. Porque somos el órgano articulador del recado nasal. Nuestro trabajo es seducir a los más grandes exponentes de los medios de la comunicación oral y escrita. Somos bastante buenos, casi nunca fallamos. Pero a veces hay complicaciones. No todos parecen entender el valor de una nariz deforme.

El gran enemigo del Naigu Sinhueso es, en definitiva, el escritor de peso. Hay sujetos que intentan escribir, aunque se les ha negado por naturaleza, incluso cuando no son escuálidos. Dejémoslo claro de una vez: un escritor no puede (no debe) ser gordo por ninguna razón. No hay excusas. Los gordos no deben escribir. Pero lo siguen haciendo. La culpa es de Chesterton, ese maldito marrano. Han acumulado confianza suficiente para publicar sus obscenas vidas en papel. Y lo peor es que llegan a ser reconocidos en la comunidad. Sus narices gordas no deberían ser aceptadas, ni bien vistas, en la ADN. Tendré que informarlo a mi representante al volver a casa. Cuando vengan por fin a buscarme.

Para acercarme a Bardel asistí a algunas presentaciones de libros. Ya tengo varios amigos escritores que se dicen cercanos a él. Hasta el momento nadie me ha invitado a conocerlo. Todos son íntimos camaradas, pero nadie sabe con exactitud en qué dirección se ubica su estudio. Me llevaron, por el contrario, a platicar con el más reconocido crítico literario, Max Lamberti, el especialista en temas bardelianos. Me presenté como escritor y pedí ser escuchado. Tenía un proyecto importante que necesitaba ser valorado por una eminencia literaria. Después de una intensa charla sobre literatura, me pidió que le contara cuáles eran mis intereses en torno a Bardel, para darle paso y dirección a tópicos sobre el autor.

Es un error la honestidad. Le expliqué, de entrada, que había dos tipos de escritores. Los buenos y los malos. Los malos eran guapos, los buenos tenían una nariz desproporcionada. Le conté que necesitaba conocer a Bardel para convencerlo de su complejidad fisiológica. Le expliqué la naturaleza de los Naigu. Recuerdo la conversación con precisión.

*Fragmento del libro Maten a Darwin, de Franco Félix (Caballo de Troya, 2018). Agradecemos a la editorial las facilidades otorgadas para su publicación.