Entrevista con Madelaine Caracas | Estudiante nicaragüense

Con apenas 20 años, Madelaine Caracas, estudiante de comunicación en la jesuita Universidad Centroamericana (UCA) de Managua y activista por los derechos de las mujeres y la ecología, acumula sobre sí una cantidad de experiencias que incluyen el haberse refugiado en Costa Rica para huir de la persecución en su país.

Protagonista junto a otros miles de jóvenes sin partido de la rebelión del 18 de abril, que inició con un reclamo ecologista y contra una reforma a la seguridad social y derivó en un movimiento nacional de protesta contra el gobierno de Daniel Ortega, el rostro de Madelaine dio la vuelta al mundo al participar el 16 de mayo en la primera ronda de diálogo entre el gobierno, estudiantes, campesinos, sociedad civil y empresarios con mediación de la iglesia católica.

Ese día, el estudiante Lesther Alemán exigió a Ortega su dimisión y el cese a la represión cuando, de manera improvisada, Madelaine comenzó a leer en voz alta, uno por uno, los nombres de los casi 60 muertos en casi dos meses de protestas. Esto, luego de que Ortega dijera que no había jóvenes desaparecidos, presos ni muertos. Con aplomo, la joven pronunció el nombre, el centro de estudios y la ciudad a la que pertenecía cada uno de los asesinados tras anunciar: “Pidieron lista de estudiantes y aquí los tenemos”. A cada nombre, los demás estudiantes, de pie frente a Ortega, su esposa Rosario Murillo y miembros de su gabinete en el extremo opuesto del salón, exclamaban con el puño en alto “¡Presente! ¡Presente! ¡Presente!”.

“En un momento vi cómo me miraba Rosario Murillo. Entonces me di cuenta de que no estaba ante seres humanos”, dice Madelaine en entrevista desde San José con Siempre! al reflexionar sobre el verdadero origen de la revolución civil pacífica de abril, que estalló “por un acumulado de problemas y tensiones”.

En su calidad de activista feminista y ahora una de las voces del 18-A en el exterior, Madeleine confía en la posibilidad de “construir un nuevo país donde se reconozcan las diferencias, se pueda tener diálogo y los jóvenes seamos incluidos para construir algo mejor”.

“Donde el Estado asesina, secuestra, encarcela arbitrariamente, donde persigue ciudadanos por ser críticos, donde si bailas folclore en una protesta sos un terrorista. Donde han asesinado a más de 400 nicaragüenses. Nada está normal”, se puede leer en su cuenta de Twitter @_flordeunanoche y el hashtag #SOSNicaragua #Nicaragua.

 

 

¿Qué desató las protestas del 18 de abril, vistas por el gobierno de Daniel Ortega como parte de un “golpe de Estado” con Estados Unidos detrás?

Yo creo que lo que sucedió fue el acumulado, ante la falta de participación ciudadana y la arbitrariedad del gobierno de Daniel Ortega desde que regresó al poder en 2007. El descontento social fue escalando en estos once años, junto al cierre de espacios de participación y el quiebre de la institucionalidad, sumado a la falta de oportunidades, en especial para los jóvenes. Todo esto fue el caldo de cultivo de lo que sucedió en abril, que tenía que ocurrir en algún momento.

 

¿Por qué en abril?

Hay que entender que era ya el tercer periodo de Ortega como presidente después de otra relección en noviembre de 2016. Pero en Nicaragua hay una nueva generación de jóvenes de 20 a 25 años que vemos más de lejos la revolución de 1979-1990, aunque crecimos con padres que probablemente eran sandinistas o participaron en la guerra contra la dictadura de Anastasio Somoza. Cuando Ortega vuelve al poder en 2007 éramos niños o adolescentes, yo tenía ocho años. Mis recuerdos del sandinismo y del mismo Ortega pasan más por el pacto que para volver al poder él hizo con el expresidente Arnoldo Miguel, involucrado en escándalos de corrupción, que por la gesta del Frente Sandinista antes de 1979.

 

Se decía de los jóvenes que estaban despolitizados y que eran indiferentes frente a otras expresiones de protesta contra Ortega, los campesinos, los organismos humanitarios…

Sí, lo estábamos en cuanto a la participación en política porque había un rechazo a lo que se ofrecía, pero estábamos involucrados en otras actividades como la defensa del medio ambiente o la cuestión feminista en espacios que corresponden más a la movilización social.

Hay otro factor que son las redes sociales: el que hayamos nacido en la era digital, la generación de los 90 y cómo esto fue alimentando la forma en que conversábamos entre nosotros, cómo nos llegaba la información y cómo la difundíamos.

Al respecto, quiero recalcar el éxito que tuvo la movilización para exigir al gobierno acciones concretas ante el incendio de la reserva ecológica Indio Maíz, al sur del país. Las manifestaciones fueron convocadas a través de las redes sociales bajo la etiqueta #SOSIndioMaíz y después de graves daños ambientales a causa de un incendio que el gobierno dejó crecer, conseguimos que actuara. El 12 de abril la policía nos reprimió como parte de un grupo de universitarios. Pero el éxito que tuvimos con la defensa de Indio Maíz partió del correcto uso de las redes sociales y de internet para difundir plantones, información, animar a otros jóvenes a sumarse y para organizarnos desde esas plataformas y unir la movilización social en el espacio físico con el activismo digital.

 

Recuerdo haber visto la cara de Rosario Murillo en un momento en que levanté la vista y sentí que yo no estaba ante humanos, sino ante seres que han perdido toda la humanidad.

 

Hay que recordar además que a finales de 2017, la esposa de Ortega y vicepresidenta Rosario Murillo quería impulsar una ley para controlar las redes sociales y eso también nos movilizó a muchos que nos empezamos a cuestionar sobre el nivel de falta de libertades a que estábamos llegando.

Todo eso llevó a que en abril se destapara la gran olla. Y lo que terminó de mover a más gente fueron las muertes de decenas de jóvenes en la capital Managua y en otras zonas urbanas, porque los asesinatos por parte del gobierno y del ejército en el campo ya existían. Pero saber que jóvenes estudiantes desarmados estaban siendo asesinados y el hecho de que sus muertes fueran filmadas y difundidas en videos por las redes, cuando incluso muchos vimos en vivo la muerte de Álvaro Conrado, el estudiante de 15 años que llevaba agua a las barricadas y lo mataron el 20 de abril de un tiro en el cuello, esta accesibilidad a los hechos me parece que también llegó a conmover y a movilizar a muchos otros sectores, que de otra forma tal vez nunca hubieran reaccionado.

 

¿Te imaginabas estar en una situación como fue confrontar al presidente en la primera sesión de diálogo donde Lesther, bajo resguardo hoy en Estados Unidos, le exigió a Ortega “rendirse”. ¿Qué sentiste?

Como joven a mis 20 años nunca imaginé estar en una situación parecida donde había tanta presión, en medio de un duelo nacional por los asesinatos y una crisis política y social tan graves. Leer los nombres no fue algo planeado, fue espontáneo y surgió a partir de la indignación y el dolor que sentí ante las respuestas tan cínicas de Ortega de que ningún policía había disparado ni una sola bala. Había mucha tensión además porque en la sede del diálogo, en el Seminario interdiocesano nuestra señora de Fátima, estábamos rodeados por 400 policías con armas de alto calibre y helicópteros sobrevolaban el lugar, con medidas de seguridad absurdas ante estudiantes que estábamos desarmados. Era como el recuerdo de todo lo que habíamos vivido en abril, la represión, la violencia a sabiendas de que estábamos no solo con los responsables de los crímenes cometidos, sino con los responsables de lo que estaba sucediendo en el país. Y creo que esa indignación y ese dolor hicieron que no me equivocara al mencionar los nombres. También los cité porque sentí que teníamos que hacer presentes en la mesa de diálogo a quienes realmente habían dado todo por una solución a la crisis.

Recuerdo haber visto la cara de Rosario Murillo en un momento en que levanté la vista y sentí que yo no estaba ante humanos, sino ante seres que han perdido toda la humanidad dentro de ellos mismos, que no se inmutan ante el dolor. Un cinismo y un ansia de poder que los ciega para sentir cualquier empatía por el dolor de los ciudadanos a quienes, se supone, ellos deben proteger y garantizar su seguridad.

 

¿Cuándo decidiste buscar refugio en Costa Rica?

Yo estaba siendo buscada desde antes del 18 de abril por mi participación en la organización de las protestas de Indio Maíz, sobre todo después de increpar al diputado sandinista Edwin Castro en la UCA. Él era profesor de derecho constitucional y tildó a los jóvenes que protestamos por el incendio de “ambientalistas de computadora”. Yo lo increpé y el video que alguien tomó de la discusión se hizo viral. Empezaron las amenazas y el hostigamiento por parte de policías, no solo en la UCA sino también en mi trabajo. Eso me obligó a salir de mi casa el 14 de abril. Desde ahí no volví. También empezaron a amenazar a mis padres. El diputado Castro le exigió al rector de la UCA, el padre jesuita José Alberto Idiáquez que nos expulsaran a los que lo increpamos, pero el rector dijo que no y además no le renovó el contrato. El padre Idiáquez también fue amenazado de muerte y el gobierno le ha recortado los fondos a la universidad.

 

¿Luego vino el 18 de abril…?

Sí, a partir de ahí y con mi participación en el diálogo nacional el acoso aumentó, me tenía que cambiar cada tres días de casa de seguridad. Los compañeros de la coordinadora universitaria, que yo ayudé a fundar a nombre del movimiento estudiantil, decidieron que algunos estudiantes fueran a Europa a denunciar la situación en lo que se llamó la Caravana informativa de la solidaridad internacional. Decidieron, no solo por el papel de vocería que yo había hecho desde abril sino por mi nivel de exposición, que fuera parte de la misión. Estuve en Dinamarca, Suecia, Francia, Holanda, Alemania y España y cuando me tenía que regresar apresaron al líder campesino Medardo Maidena de la Alianza cívica, otro participante del diálogo, y luego salió el rumor de la orden de captura contra Lesther y contra mí. Lesther debió marchar al exilio tras meses de estar clandestino. Mi familia era asediada en Managua, mi casa fue ensuciada muchas veces con palabras como “golpista”, y ahí fue cuando decidí quedarme en el exilio.

Fui a Europa con otras dos compañeras, Yerling Aguilera y Jessica Cisneros. Ellas tampoco podían regresar y pidieron asilo político en España. Yo decidí que quería estar cerca de Nicaragua y como para entonces la cifra de exiliados en Costa Rica era muy grande, decidí que había un gran trabajo por hacer ahí.

 

¿Te asilaste en Costa Rica?

No. Estoy como turista porque el proceso de refugio no solo es complejo sino que como sigo trabajando en la denuncia internacional, el estatuto de refugiada me impediría moverme. Ya estuve en Perú y también en Washington cuatro o cinco veces.

Estoy esperanzada en que este año haya un cambio, porque también quiero seguir estudiando, no he terminado la carrera. Estoy en el activismo las veinticuatro horas pero también en Costa Rica la situación es peligrosa, he recibido muchas amenazas, hay mucha gente del gobierno aquí y no es seguro para mí tampoco estar acá.

 

 

¿Tu familia te apoya, considerando además tu extrema juventud?

Desde pequeña siempre participé en cosas de arte, la pintura y mis padres me apoyaron mucho. Y luego cuando comencé a involucrarme en otras actividades como Indio Maíz, obviamente tenían un miedo enorme de que me pasara algo, pero creo que no podían hacer nada porque igual siempre iba a ir a las protestas. Esperaban que no pasara algo, confiando en que me habían dado las herramientas para saber cuidarme.

Con lo del diálogo, como la familia de mi papá es sandinista, muchos de ellos le dieron la espalda, pero mi papá siempre me apoyó. Obviamente hay un gran dolor, no veo a mi mamá desde… ¡no me acuerdo ya! La última vez que la vi fue en el aeropuerto, la vi por cinco minutos y solo le pude decir adiós, no la había podido ver antes de irme.

 

¿Qué significa para ti la palabra sandinista?

De niña yo escuchaba los relatos de mi papá de la revolución, de cómo él luchó, de cómo se luchaba por ideales de libertad, de justicia, de igualdad económica y política para todos y todas, pero crecí escuchando también la otra parte de la familia de mi mamá, que siempre fue crítica. Crecer entre esos dos ambientes o esas dos ideologías me hizo tener una perspectiva más amplia. Mi abuela siempre me decía cómo los líderes sandinistas se habían corrompido con el poder, habían robado, usurpado una revolución, se fueron degenerando aunque en su momento tenían ideales para hacer un cambio. Pero en la práctica, después del 79 todo se degeneró.

Creo que el sandinismo ya fue, ahora mismo estamos en una etapa en la cual mi generación tiene una visión más crítica y tenemos muchas más propuestas de cómo hacer política. Por ejemplo, desde mi perspectiva de joven observo que los términos izquierda y derecha están quedando atrás ante las nuevas necesidades del mundo. Creo en lo progresista si se puede decir así y rescato los ideales, pero considero que es tiempo de construir nuevos horizontes y una nueva cultura política en el país.

 

¿Qué Nicaragua te imaginas?

Como mujer joven y como feminista, mi visión de la nueva Nicaragua va a pasar por esos dos ejes. Y si bien puedo hablar de la Nicaragua que deseo, también está la Nicaragua real, esa que tiene aún por delante muchos años de dolor. Hay que reconstruir muchas cosas que tienen que trabajarse para deconstruir y erradicar vicios como el machismo, el autoritarismo, la violencia, el verticalismo y todo esto que suma un montón de problemas que no son solucionables en cinco o siete años, sino que es un proceso para lo que resta de mi generación y para las generaciones que vienen.

Me imagino una Nicaragua donde haya democracia, donde haya una verdadera participación de los diversos sectores, donde podamos ser más críticos y tener una mayor madurez política y un mayor pensamiento crítico y reflexivo sobre la problemática social, sobre las desigualdades, sobre quién detenta el poder económico y que comencemos a pensar en eso. Una Nicaragua donde haya más participación de las mujeres, una participación verdadera que cree incidencia y cree cambios, no una en la cual solo sean cuotas de asientos. Imagino una Nicaragua más unida en todos los aspectos, donde podamos tener diálogo y que los jóvenes seamos incluidos para construir algo mejor. Solo así se va a producir el cambio.

 

La represión a las protestas no solo mostró el verdadero rostro del poder. También salieron por primera vez a las calles fuerzas paramilitares y civiles armadas como parte de una base sandinista dispuesta a cometer actos de barbarie. ¿Cómo convivir en un futuro con esa Nicaragua que también existe?

Este tema es muy importante porque corresponde a qué ha significado abril. Considero que esas fuerza son producto también de los años en los cuales nunca hubo una verdadera justicia transicional, donde la violencia se fue acumulando y se volvió parte de la cultura que se traduce en muchas formas, no solo en los feminicidios, los asesinatos, las peleas en los barrios sino en la violencia desde el Estado. Pienso que la falta de una verdadera transición está en la base del problema, cuando recién ahora, casi 40 años después de la revolución y de la guerra empezamos a hablar de eso. Es algo que va a costar mucho, porque la polarización existe de ambos lados y eso solo genera más odio y más violencia.

De hecho, cuando comenzamos a organizarnos para defender la reserva, vimos que teníamos que cambiar el rumbo del país, que ya no podía haber otra guerra, la resistencia tenía que ser pacífica y eso es lo que intentamos. Pero la respuesta fue brutal.

Sin embargo, quiero mencionar como ejemplo el testimonio que escuché de un padre de uno de los asesinados, que decía que a su hijo no lo iba a resucitar matando a un paramilitar. “Lo que puedo hacer —dijo el señor— para que esto no le vuelva a pasar a ningún otro hijo de ninguna otra persona, es ir cambiando la cultura que pasa por la educación, por la transición, por hacer acuerdos, por una justicia verdadera”.