Si hay algo que identifica a la nueva generación de jóvenes, nacidos alrededor del año 2000, es el cuestionamiento al sistema económico global, a la falta de ética de la política y los políticos, junto a una defensa enconada del medio ambiente.

En opinión de la socióloga de la Universidad de Montreal, Cécile Van de Velde, estamos asistiendo a un nuevo fenómeno donde son los jóvenes adolescentes y recién diplomados, los que se están movilizando a partir de una agenda propia. Esto se ha visto desde mediados de 2018 tanto en Francia como en diferentes países de Europa, donde sorprende, dice Van de Velde, “la extrema juventud de los participantes”. Y es que el corazón de las manifestaciones está constituido por adolescentes salidos de medios urbanos y sin demasiadas limitaciones económicas.

Van de Velde, especializada en el tema de la ira y la desobediencia civil en la juventud, aseguró en entrevista con el diario Le Monde (www.lemonde.fr/campus/article/2019/04/19) que lo se observa en París también se registra por ejemplo en Montreal, donde los más jóvenes se están movilizando con fuerza, expresando un “sentimiento de urgencia” frente a los temas ecológicos, luego de que años atrás –2012– la ira de los jóvenes diplomados estaba “principalmente estructurada por las temáticas sociales y económicas. Pero hoy, el malestar es más existencial, más global. Se refiere en primer lugar al tema de la marcha del mundo y la humanidad amenazada”.

La experta no lo dice, pero en este mismo registro podemos inscribir las protestas estudiantiles que sacudieron Nicaragua a partir del 18 de abril de 2018, cuando estudiantes universitarios que ya se habían manifestado semanas atrás en defensa de la reserva ecológica Indio Maíz, en el sur del país, afectada por un voraz incendio ante la indiferencia oficial, se sumaron al rechazo de una impopular reforma a la seguridad social, desembocando su lucha en un gigantesco movimiento por la democracia y contra la permanencia del presidente Daniel Ortega en el poder, con saldo a un año de distancia de cientos de muertos y detenidos, así como de millares de exiliados a causa de la represión.

 

Los jóvenes son los que, ahora, encabezan las manifestaciones a favor de la ecología y en contra de los excesos de los políticos.

 

En el caso de Francia, los más jóvenes están dando cuenta de un sentimiento sobre “la finitud del mundo”, siendo testigos de la acumulación o confluencia de crisis económicas y ambientales, lo que supone crecer “bajo una forma de incertidumbre radical”, con una percepción muy crítica sobre la evolución del mundo.

A la vez, las jóvenes generaciones tienen de entrada más confianza en sus capacidades de cambio social que sus mayores, en especial porque no consideran que se deban esperar algo. A diferencia de 1968, afirma la especialista, cuando la transmisión entre generaciones era descendente, de padres a hijos, hoy se da una inversión y “es ésta la que está actuando sobre las cuestiones climáticas y ambientales”.

Van de Velde destaca las fuertes diferencias que existen en Francia entre el movimiento de los “gilets jaunes” y el de los jóvenes ambientalistas, si bien ambos coinciden en su cólera hacia la clase política y el mundo empresarial. Una crítica compartida al sistema, “la una marcada por cuestiones de sobrevivencia individual y de justicia social, y la otra de supervivencia colectiva y de justicia generacional”.

En el movimiento sobre el clima, lo que domina es el tema de la injusticia generacional, lo cual es notorio en numerosas consignas en las que se denuncia “un pasado que gravó el futuro”, así como el rechazo de una herencia “marcada a la vez por la deuda y por la duda”, dice Van de Velde.

La socióloga hace hincapié en que, como en todas las expresiones de ira social y política de hoy, en las protestas de los jóvenes se encuentran “los mismos fermentos”, a saber: “un sentimiento de impotencia, con esa impresión de no tener el suficiente control sobre su destino, ya sea individual o colectivo”. Lo que denuncia, en el fondo, este movimiento, es “el cinismo del mundo de las finanzas y de la política, así como su supuesta complicidad”.

En cuanto a la agenda de reivindicaciones de estos jóvenes de distintas latitudes, lo que se puede observar como bandera en común dice Van de Velde es la férrea defensa de “la conciencia ambiental con una demanda de ética política”, enarbolada de forma casi incorruptible.

En el caso de muchos estudiantes graduados en Canadá o en Europa, Van de Velde destaca que para ellos el dilema pasa hoy por la necesidad de “ajustarse” al mercado laboral, pero sin renunciar a sus valores éticos. “Juegan el juego, pero mantienen una crítica radical del sistema, desde el interior”, dice la socióloga de la Universidad de Montreal, que los llama los “leales críticos”. Y aun cuando estos sean minoritarios, añade, sus recorridos son reveladores de la dinámica actual del cambio social, que pasa cada vez más por los mismos comportamiento sociales. “Más aún que el consumo cotidiano, es la opción de vida la que se vuelve clave como un acto de resistencia política”, concluye.