No se sabe cuánto tiempo durará la agonía del neoliberalismo, pero es seguro que está en su fase terminal. El abandono de las políticas neoliberales tiene dos vertientes. Por un lado, están Inglaterra y Estados Unidos, ambos detentadores de la hegemonía mundial. El Reino Unido, para nombrarlo más precisamente, durante el siglo XVII en rivalidad con España, durante el XVIII y parte del XIX en enfrentamiento con Francia y desde mediados del siglo XIX y principios del XX ya sin discusión, hasta que los Estados Unidos le arrebatan la hegemonía y la conservan hasta hoy.  La dificultosa salida de Inglaterra de la Unión Europea, en lo que se conoce como el Brexit, si bien no significa en sí misma el abandono del neoliberalismo, sí representa una ruptura en el proceso de globalización, así como la adopción, aunque sea parcial, de políticas proteccionistas.

En cuanto a Estados Unidos, la irrupción del neofacismo con la llegada de Trump a la Presidencia, ha significado la plena adopción de políticas proteccionistas que no sólo se expresan en aranceles a las importaciones de varios países y diversos productos, sino en una agresiva guerra comercial con China, su más poderoso competidor,  y en una amplia gama de políticas que buscan restablecer la hegemonía económica, política y militar de Estados Unidos. Lo que muestra este panorama es que los dos países que, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, iniciaron la privatización de empresas públicas y demás políticas neoliberales y a través de los organismos financieros internacionales impulsaron el proceso de globalización, ahora dan un vuelco a sus políticas y recurren al proteccionismo. El cambio se explica por el fracaso del neoliberalismo en salvar a la burguesía financiera, que es en términos sociales la hegemónica en el mundo, de las crisis recurrentes que han asolado al mundo durante los últimos cuarenta años y que han significado no sólo inestabilidad financiera, sino cuantiosas pérdidas para no pocas de las gigantescas corporaciones transnacionales. Desde el lado de la burguesía, pues, hay una necesidad de cambio de políticas que sustituyan al neoliberalismo.

En la perspectiva de los trabajadores, la exigencia es todavía más fuerte, porque se trata de un asunto de supervivencia. Como se mira en el caso de Chile, de Ecuador o de Argentina, las políticas neoliberales han determinado una transferencia masiva de riqueza desde los trabajadores hacia los capitalistas, y ese despojo millonario  que se ha traducido en empobrecimiento, desempleo y hambre, han llevado a las masas a una situación desesperada y a los consiguientes estallidos sociales. Las demandas, al margen de las condiciones específicas de cada país, pueden resumirse en una sola consigna: Muera el neoliberalismo.

Por supuesto, la batalla no está ganada, porque, a pesar de las deserciones de Inglaterra y Estados Unidos, todavía persisten fracciones del gran capital financiero que se resisten a abandonar el neoliberalismo y gobiernos que luchan en el campo internacional por sostener las banderas neoliberales. Y ellos tienen a su favor que el proceso de globalización es muy difícilmente reversible. Dicho en otras palabras, el daño ya está hecho y la transformación tiene necesariamente que partir de las condiciones estructurales generadas durante estos cuarenta años de neoliberalismo. No obstante, lo que es un hecho es que esas políticas ya no les sirven a las élites del mundo, ni los trabajadores están dispuestos a soportarlas por más tiempo.