López Obrador se ha convertido en un ladrón de la patria.

Ladrón no es solamente el que roba el dinero del pueblo para comprar casas con alberca, joyas o automóviles. Ladrón no es únicamente el que inventa “estafas maestra” o “Fobaproas” para desviar recursos. Ladrón, también, es el que hurta el Estado de derecho y se embolsa la Constitución.

La Austeridad republicana, la política de ahorro y ahora también la iniciativa para que el Presidente pueda tener el control total sobre el presupuesto en casos de emergencia económica, no son más que un asalto a las arcas de la nación y un “cuartelazo” del Ejecutivo a la división de poderes.

Con la reforma al Artículo 21 de la Ley Federal de Presupuesto, AMLO se brincó cínica y desesperadamente las trancas constitucionales por una razón política muy importante: le preocupa que el colapso de la economía pueda provocar la derrota de Morena en las elecciones de  2021.

Y lo que es peor: que el desempleo masivo y el deterioro del poder adquisitivo que están por llegar, determinen la caída temprana de su régimen.

A través de ese inconsciente que se le desborda como el río Grijalva, lo reconoció: “Quienes se oponen a hacer cambios al Presupuesto de Egresos es porque están cerca las elecciones”.

Sabe, porque a eso se ha dedicado toda su vida, que las crisis económicas son las que detonan el debilitamiento de los regímenes autocráticos y que ahora tiene que recurrir a lo que sea, y pasar por lo que sea, para mantenerse en el poder.

López Obrador necesita tener facultades para meter libremente las manos a las arcas de la nación, legitimarse a través de la cooptación y la compra de votos. Busca construir una economía subterránea para mantener de su lado a quienes siempre han votado por él. Le urge, por medio del dinero, debilitar a sus adversarios y fortalecer a sus aliados.

¡Cuidado señores gobernadores! Apúrense a exigir la revisión del Pacto Fiscal y fortalecer el frente que han formado para frenar el autoritarismo presidencial, porque sus estados van a ser las primeras víctimas de los manotazos que va a comenzar a dar una fiera herida por el fracaso.

Ya espanta la avidez del presidente por arrebatar y obtener fondos de donde sea. Al mismo tiempo que cancela fideicomisos para quedarse con los fondos que hay en ellos, quita aguinaldos, reduce salarios, elimina subsecretarías y sienta a los funcionarios del Banco de México para ver si le pueden adelantar la compensación por la depreciación del peso.

Aunque el “cilindro mañanero” siempre repite que los valores son más importantes que lo material, lo cierto es que ningún otro jefe de Estado había dado tanta importancia –casi obsesiva– al dinero, como él. El político de la “honestidad valiente” siempre ha estado preocupado, desde que era activista,  por tener lleno el colchón.

Desde que llegó al poder inventó subastas, rifas, tandas y todo tipo de artimañas para desviar recursos. En nombre de la lucha contra la corrupción ha prohibido a las dependencias hacer uso del presupuesto, las ha obligado a regresar el dinero y colocarlo, a través de Hacienda, en una bolsa secreta, que no es auditable por el Congreso.

López Obrador le ha robado al país lo mucho o lo poco que tenía. Ha maniobrado durante los quince meses que lleva en el cargo para secuestrar recursos, destrozar la economía, violentar la división de poderes, acabar con el pacto federal, la democracia y la unidad del país. Se trata, pues, de un ladrón de la patria.