Los negros las víctimas

El brutal asesinato, por policías, del afroestadounidense George Floyd, el 25 de mayo en Minneapolis, ha provocado una reacción mundial de repulsa, en la que se mezcló la protesta pacífica, con la violencia, esta última condenable, aunque haya sido expresión de furia sincera; y con las acciones de quienes pretenden, motu proprio o como mercenarios, ensuciar las causas justas.

Las protestas han tenido lugar en por no menos de 140 ciudades de Estados Unidos, y cuentan con el apoyo de 7 de cada 10 estadounidenses. Se han organizado, asimismo, manifestaciones en múltiples ciudades del mundo, entre otras, Londres, París, Madrid, Barcelona, San Sebastián, Roma, Berlín, Atenas, Ciudad del Cabo, Sidney, y Buenos Aires.

En la Ciudad de México la protesta fue también por el asesinato de Giovanni López, pero sufrió la infiltración de supuestos anarquistas que cometieron actos vandálicos, y ha dado lugar a declaraciones desafortunadas —por decirlo suavemente— en los más altos niveles del gobierno.

El asesinato de George Floyd muestra elocuentemente que la discriminación de la que son víctimas los negros subsiste en Estados Unidos que el racismo del que es víctima esta comunidad subsiste, a pesar de que el país tuvo ya un presidente de color, Barack Obama, inteligente, culto, equilibrado, en contraste brutal con quien lo ha sucedido; y no obstante que en 1964 entró en vigor la llamada Ley de Derechos Civiles —Civil Rights Act of 1964— que prohibía la discriminación racial.

Una discriminación patente en datos que se están difundiendo —se están haciendo virales ante un crimen tan atroz— como los de la ONG Mapping Police Violence en Estados Unidos en 2019 —difundida por la BBC— que muestran cómo, ya sea en números absolutos o en porcentajes, la situación de los afroestadounidenses respecto a muertes bajo custodia policial y prisión y condena es peor, con mucho, que la de los blancos.

Lo mismo sucede al compararse las diferencias, en números y porcentajes, entre negros y blancos golpeados por el coronavirus —enfermos y fallecidos—, la propensión a tener una enfermedad del corazón y la propensión a morir a una edad temprana Muestran las estadísticas, por último, que la comunidad afroestadounidense gana solo el 61% de los blancos, de suerte que los negros tienen dos veces más probabilidad de ser pobres que los blancos.

La historiadora Heather Ann Thompson, de la Universidad de Michigan, departamento Afroamericano (sic), ganadora del Premio Pulitzer en 2017, hace notar las similitudes de lo que pasa hoy en Estados Unidos con lo sucedido en los años 60 del siglo pasado, después de una serie de asesinatos cuyas víctimas fueron negros, como el de Emmett Till, un adolescente de 14 años que fue linchado en Misisipi, en 1955, por haber silbado a una mujer blanca. La que muchos años después, en 2008, confesó haber inventado la acusación y dijo que Till nunca le dirigió una palabra o un gesto provocativo.

Esta historia del racismo y crímenes de los que han sido víctimas los afroestadounidenses en el siglo XX, registra el asesinato de Malcolm X en 1965 y de Martin Luther King, el 4 de abril de 1968; y el asesinato de George Floyd que hoy produce indignación en todo el mundo, hace pensar a muchos que, a pesar de lo que digan las leyes, los negros seguirán siendo objeto, no solo de trato desigual y discriminatorio, sino también víctimas de crímenes atroces, Pues Floyd es solo la última de ellas en los años recientes.

 

Un racismo antiguo contra los negros

Pero esta historia del racismo del que son víctimas los negros, es más antigua. Respecto a América, comienza con la llegada de esclavos desde fines del siglo XV y en los siglos subsiguientes, que traían de África negreros genoveses, portugueses, holandeses, franceses y británicos.

Los negreros europeos contaron a menudo con la complicidad de monarcas africanos, que obtenían ventajas vendiendo esclavos. Un comercio en el que participaron también los musulmanes, en virtud de que el mundo islámico practicaba la esclavitud -a partir del siglo XVIII sus esclavos fueron en su mayoría subsaharianos.

La Nueva España recibió alrededor de 250 mil mujeres, hombres y niños africanos —la Tercera Raíz de México— cuyos descendientes, mestizados, se ubican principalmente en Oaxaca, Guerrero y Veracruz, aunque también hay comunidades de afrodescendientes en Morelos y el Estado de México.

El Continente africano fue asiento de imperios importantes, algunos anteriores a la era cristiana. Respecto a nuestra era, me refiero al Imperio de Mali, que existió de 1235 a 1546, generoso, rico y de enorme influencia cultural en África Occidental, que, sin embargo, una vez desaparecido, parte de su antiguo territorio fue asiento de la trata de esclavos.

La isla —el islote— de Gorée, que hoy pertenece a Senegal, tiene un centro de confinamiento de esclavos, la Casa de los Esclavos, construido en 1776 por los holandeses y que en 1817 pasó a manos francesas, hasta que Senegal se independizó en 1960. De ahí serían embarcados —hombres, mujeres y niños— al Nuevo Mundo, para nunca volver.

Gorée no fue importante en cuanto al volumen de esclavos —alrededor de 60,000— que embarcaron de ahí hacia América, si se toma en cuenta que, según expertos, alrededor de 28 millones de personas fueron víctimas de este tráfico desde África. La Casa de los Esclavos es, sin embargo, importante como símbolo de la infamia.

De otro racismo

La globalización, que envaneció a líderes políticos, economistas y académicos —“el fin de la historia”, diría hace más de veinte años, en optimismo apresurado, Fukuyama— y hoy declaran muerta otros eufóricos líderes políticos, economistas y académicos “nacionalistas”, sigue vigente, hablando de racismo, como lo muestra este recorrido, aunque sea incompleto, por diversas latitudes del mundo.

En Asia, los enfrentamientos que tuvieron lugar hace tres meses en la India, los peores en décadas, entre hindúes y musulmanes son consecuencia de una ley, la de Ciudadanía, considerada inconstitucional y antimusulmana, pues solo concede la nacionalidad a refugiados que no sean musulmanes. Intolerancia, una suerte de racismo por motivos religiosos.

Todavía en Asia, Myanmar–Birmania es escenario de la violencia, también por motivos religiosos, que sufre la comunidad musulmana de los rohingyas, sin derecho a la nacionalidad y que ahora, perseguida por el gobierno, tiene que huir de sus hogares y refugiarse en el vecino Bangladesh —900,000 viven allá en campos de refugiados—. Sin que Aung San Suu Ky, la activista que luchó por la democracia en ese, su país, recibió el Premio Nobel de la Paz y hoy gobierna, aunque condicionada por la presencia de los militares, los auxilie.

Otro caso dramático de racismo: represión por causa de la religión, es la que sufre el pueblo uigur, musulmán, asentado en la provincia de Xianjang, en China, donde al menos un millón de sus habitantes están recluidos en campamentos de “reeducación”, para confesar sus “errores”, el peor de ellos practicar la religión. Al ser liberados se moverán en una provincia rigurosamente vigilada a través de cámaras de vigilancia ubicuas y control policiaco a través del escaneo de teléfonos celulares.

Vuelvo brevemente a hablar de África para referirme a la discriminación y enfrentamientos entre los pueblos y etnias subsaharianos, de lo que es ejemplo dramático el genocidio de Ruanda, en 1994, que enfrentó a hutus y tutsis, con un saldo de 500,000 a 1.000,000 de muertos —si fueron 800,000, significa la desaparición del 11% de la población y el 80% de los tutsis—. Sin contar con el exilio de 2.750,000 ruandeses.

Europa, el continente de los derechos humanos, no escapa, sin embargo a esta pandemia del racismo y la discriminación, y no me refiero a la que el primer ministro holandés, Mark Rutte menciona diciendo que la tradición de Zwarte Piet (Pedro el Negro), un paje que lleva el rostro pintado de negro y un arete de aro, y ayuda a un santo en la época prenavideña, puede dar lugar a que “algunos se sientan dolidos”.

Lo que dice Rutte es una banalidad, por no decir una hipocresía, en lugar de referirse a las reacciones de xenofobia histérica de segmentos de la sociedad de Países Bajos y de no pocos más de la Unión Europea, frente a inmigrantes y refugiados, principalmente los que son musulmanes. Estas reacciones contra inmigrantes, incluyen a los africanos subsaharianos, e incluso a europeos, que tienen, en teoría con todos los derechos por ser nativos de la Unión Europea, y, sin embargo, son víctimas de discriminación y de racismo: me refiero a gitanos rumanos y búlgaros, hostilizados en París, en 2013, por Manuel Valls, entonces ministro francés del Interior.

Me refiero también a las decisiones y políticas de los gobiernos miembros de la Unión Europea, a los que se dio el mote de “frugales”: Países Bajos, Dinamarca, Suecia y Austria, que se oponen a los llamados Eurobonos (o bonos de estabilidad) que, ante el imperativo de relanzar la economía europea frenada por el coronavirus, asignan 500 mil millones de euros en subvenciones a los países que lo requieran.

Una deuda que asumirían todos los países miembros de la Unión y que los países “frugales” se oponen a que Bruselas la contraiga, porque ellos se rehusan a reembolsar. Ello en virtud de que estos bonos beneficiarían a países que, según ellos, han sido “irresponsables” en el manejo de su economía: a las “cigarras del sur”, Italia, España y Portugal.

Los países “frugales”, cuyo clan encabeza Sebastian Kurz, un joven petimetre que es canciller (primer ministro) de Austria, y tiene el tupé de enfrentarse en el tema a Macron y a Ángela Merkel, están discriminando, es decir, actuando de manera racista, a la Europa latina,

Respecto a la Europa latina Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert Schuman, ha precisado que Italia, no es una “cigarra del sur” sino la tercera economía del continente. Mientras que los Países Bajos, excelentes comerciantes, han sido deshonestos, practicando el dumping fiscal.

Giuliani hizo notar, asimismo, que el mercado único no existiría sin los consumidores del Sur; y que Austria y Suecia, sin los beneficios de la integración europea, sufrirían un retraso de diez años.

 

El color de otro racismo

Hay otro racismo, infame, que nos toca de cerca, como víctimas, pero también como responsables: en Estados Unidos nuestros compatriotas son las víctimas. En México también lo son nuestros compatriotas cuyo color de la piel y rasgos no se ajustan al estereotipo “latino”, con el que muchos se sienten identificados.

En México son, igualmente, víctimas los centroamericanos que la pobreza y la violencia lanza de sus países a la búsqueda de la “tierra prometida”, que es Estados Unidos y para ello tienen que cruzar nuestra patria. Son víctimas, en fin, de racismo en Latinoamérica los aindiados, indios puros y los negros que tienen que emigrar a otro país “hermano”, o en el mismo país: en Argentina, por ejemplo, los bolivianos o los propios argentinos autóctonos, de Tucumán, Catamarca, Salta y Jujuy, reciben en Buenos Aires nombres despectivos, como “cabecitas negras”.

Respecto al racismo anti mexicano en Estados Unidos, sin remontarnos a los tiempos de las trece colonias inglesas de norteamérica y al fracaso de la evangelización y asimilación puritana de los indios, el siglo XIX es abundante en ejemplos del desprecio y del odio sentido por los estadounidenses hacia los mexicanos. Odio y desprecio que, dicen los profesore Juan Gómez-Quiñones, de la UCLA, y David R. Maciel, de la Universidad de Nuevo México, se agudizó con la rebelión de Texas y la batalla del Álamo. En consecuencia, los casi 120 mil mexicanos que quedaron en los territorios de los que fuimos despojados en la guerra de 1847, fueron víctimas de la xenofobia, sin que faltaran los asesinatos y linchamientos —1850 y 1920—, así como las deportaciones de inmigrantes.

Trasladados a días más cercanos, recuérdese que el 3 de agosto de 2019, 22 mexicanos, residentes en Estados Unidos y en México, fueron asesinados a balazos, y 24 fueron heridos, por el estadounidense Patrick Wood Crusius, en un ataque de inspiración terrorista. Y fue, en efecto, considerado terrorismo, por el gobierno de México, la Unión Europea y el secretario general de la ONU, en tanto que el papa Francisco condenó los ataques contra personas indefensas.

El autor del acto confesó que su objetivo era matar mexicanos, en respuesta a lo que llamó una “invasión hispana de Texas”. Su acción y las de otros supremacistas blancos contra nuestros compatriotas, es explicable en la atmósfera de odio, desprecio y temor a hispanos que se respira en amplios segmentos de la sociedad estadounidense.

Odio, desprecio y temor difundido por personajes influyentes en la sociedad, el mundo académico y el gobierno, como William Colby, director de la CIA en los 70, Samuel Huntington, académico destacado y profesor emérito de la universidad de Harvard, y S Jared Taylor, editor-fundador de ls revista Renacimiento Americano, cuyo lema es: “Los americanos pueden volver a nacer como blancos”.

Muestra de lo que piensan de nuestros compatriotas estos personajes son la afirmación de Colby —hijo, por cierto de un defensor de los derechos civiles de los negros— de que la mayor amenaza para Estados Unidos son los mexicanos, que “para finales de siglo (el siglo XX) serán 120 millones… no habrá balas —dice— para detenerlos. Huntington sostiene que Estados Unidos debe mantenerse fiel a sus orígenes anglogermanos, que la multiculturalidad impacta negativamente al país, y que los mexicanos son irremediablemente diferentes a los “norteamericanos” (sic) y, en consecuencia, potencialmente subversivos, una amenaza.

Respecto a Jared Taylor, hay que ver en You Tube la entrevista que le hizo Jorge Ramos para el documental “Sembrando Odio”, emitido a fines de 2016, en la que sostiene que Estados Unidos debe ser un país basado en el modelo europeo en el que los blancos sean definitivamente mayoría, “para siempre”; y a pregunta del entrevistador, de si no quiere vivir al lado de mexicanos, respondió con desprecio que en su barrio europeo “no hay vecinos con pollos en el patio trasero que cacarean a las tres de la mañana”.

El que un número importante de personajes como estos, refuerce el desprecio, el miedo y los odios a México de millones de supremacistas blancos, hace ver que Trump es un convencido altavoz de esa gente, su núcleo duro de votantes, cuando dice: que México manda a sus peores ciudadanos a Estados Unidos, criminales, narcotraficantes y violadores, y cuando ofrece, con bombo y platillos, construir el muro “que mantendrá a los mexicanos fuera”.

La tensión racial en 2016 contribuyó al triunfo del republicano en la elección presidencial. Hoy su torpe reacción ante el asesinato de Floy, sus reflejos de dictador de república bananera pretendiendo usar al ejército y la guardia nacional para reprimir las manifestaciones de protesta por el asesinato; y, por otro lado, su torpeza para enfrentar la pandemia del coronavirus pueden costarle la reelección. Ojalá.