Hace 34 años, el servicio metereológico de Estocolmo (Suecia), registra que la noche del viernes 28 de febrero de 1986, de acuerdo a la época, hacía frío: 3 grados bajo cero. Pero no lo suficiente para impedir que a las 23.21 horas de ese día, al salir del Grand Cinema, en el centro de la capital sueca, después de ver el filme Bröderna Mozart (Los Hermanos Mozart), una aceptable comedia, la pareja formada por el primer ministro Olof Palme y su esposa, Lisbet, empezaran un paseo nocturno caminando por la Avenida Sveavagen. Pocos pasos después, un hombre se les acercó por detrás y, a quemarropa, les disparó. Como de costumbre, el importante político no llevaba guardaespaldas. Olof recibió, por lo menos, un disparo de alto calibre. El político sueco cayó al piso, en la intersección con la calle Tunnelgatan. Agonizante fue trasladado al Hospital Sabbatberg. Treinta minutos después moriría el hombre, y al mismo tiempo nacería un mito, el Kennedy europeo.

A casi tres décadas y media de su inexplicable muerte, Olof Palme (Estocolmo, 1927-1986), continúa siendo un “líder mítico” que marcó una época, un socialdemócrata pragmático que soñó con un mundo más justo, un vanguardista que buscó una “tercera vía” entre socialismo y capitalismo muchos lustros antes que el laborismo británico.  El soñador sueco estuvo en la brega en el escenario mundial muy por arriba del peso de su pequeño país. Su proditorio asesinato provocó una conmoción política en Europa. Al morir, Olof Palme inmediatamente accedió a los niveles de un Gandhi, de un Martín Luther King, de un John Fitzgerald  Kennedy. El acto criminal que le arrebató la vida, desde su ejecución, es una cuestión que ha dividido al espectro político sueco.

Al morir, Palme contaba con 59 años de edad. El asesinato a sangre fría causó todas las repercusiones posibles. Aunque desde el día del crimen se empezaron a señalar muchas deficiencias en la investigación, tampoco podría decirse que todo fue negligencia: más de 10,000 personas se interrogaron, y 134 (sic) “confesaron” el crimen, confesiones contenidas en cientos de miles de folios que ocupan 250 metros de estanterías. En total, la investigación ha consumido poco más de 57 millones de euros. Una investigación tan deficiente que los propios suecos la han denostado como “la peor y más costosa de todos los tiempos”.

 

El análisis de los dos casquillos –que por cierto no encontró la policía, sino un particular–, permitió establecer que el arma utilizada en el asesinato era un revólver Magnum .357 Smith & Wesson, y que el “principal” sospechoso, Stig Engström, tuvo acceso a una pistola del mismo tipo y modelo como con la que Palme fue ejecutado. El caso es que el fiscal encargado del caso desde 2016, Krister Petersson, el miércoles 10 de junio, insistió en varias ocasiones en que después de 34 años, el “arma sigue en paradero desconocido”. En Suecia también se cuecen habas.

Durante las investigaciones del crimen, las autoridades nunca pudieron demostrar que el sospechoso Engström era el propietario del arma, aunque sí era miembro de un club de tiro. Además, los investigadores “comprobaron” que “alguien del vecindario del sospechoso” tenía su casa “llena” de pistolas, y que una de estas coincidía con el calibre utilizado para matar a Palme. Meras suposiciones que finalmente no condujeron a nada.

De una u otra forma, más de un centenar de personas han sido sospechosas del crimen y su investigación ha dado pie a innumerables teorías conspirativas, señalando como culpables tanto a gobiernos extranjeros como a policías ultraderechistas o, en forma simple, al bizarro acto de un solo individuo perturbado, como suele suceder en este tipo de magnicidios.

Remember los asesinatos de los dos hermanos Kennedy, el de Luis Donaldo Colosio Murrieta en Tijuana, al son de La culebra, y hasta el de Francisco Ruíz Massieu. Incluso, el “suicidio” de Mario Ruiz Massieu, hermano del anterior, en New Jersey, EUA, y sus cartas de despedida,  tienen tantas incógnitas que hasta la fecha intrigan. El cadáver de Mario “nadie” lo vio. Pero todos recuerdan lo que escribió en una de sus postreras misivas: “Los demonios andan sueltos, y han triunfado”. Esas son otras historias.

El hecho es que el fiscal jefe del caso Palme, Krister Peterssonj, dijo el miércoles 10 de junio en una conferencia de prensa virtual en Estocolmo, que el caso “fue cerrado” –aunque no aclarado–, debido a que el “principal” sospechoso, Stig Engström, se suicidó hace veinte años. “Stig Engström está muerto y por lo tanto no puedo iniciar un proceso ni entrevistarlo y es por ello que he decidido descontinuar la investigación…Creo que hemos llegado tan lejos como se podía pedir a la investigación”, comentó.

Por su parte, Hans Melander, director de la investigación, afirmó en la misma conferencia que 134 personas han confesado ser autores del crimen –29 de ellas en declaraciones directas a la policía– y que unas 100,000 (sic, aunque creo que este es un error en la transcripción del boletín de AP), han sido interrogadas en el proceso. “Estoy totalmente convencido de que hay otras personas que creen en otras soluciones, pero como Petersson dijo, esta es la conclusión a la que hemos llegado”, enfatizó Melander.

En la misma comparecencia, Melander reveló que el interés por Engström –conocido como “el hombre de Skandia”, por la aseguradora para la que trabajaba–, surgió cuando un nuevo grupo, hace tres años, se hizo cargo de las pesquisas: Encontramos a una persona que no cuadraba en el resto de la fotografía del crimen. Sus informaciones no se correspondían con las del resto de testigos”. Esta pista se reactivó hace dos años gracias a un reportaje –al que luego siguió un libo– del periodista Thomas Pettersson, que entregó la información a la Policía.

A lo largo de los años se apuntó a distintas autoría el crimen por la relevancia internacional de Palme. Entre otros, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)), los servicios secretos sudafricanos, y una conspiración de círculos policiales vinculados a la extrema derecha internacional. EUA, Rusia, España (la dictadura de Francisco Franco Bahamonde, el generalísimo, fueron algunos de los blancos de Palme. Nada menos.

Asimismo, Marten Palme, hijo de Olof y de  Lisbet, en una declaración a la radio sueca, aclaró: “yo también creo que Engström fue el responsable”. Y, Stefan Lofven, actual primer ministro de Suecia, hizo lo propio: “El hecho de que el primer ministro del país fue asesinado es un trauma nacional. Ahora hay la esperanza de que la herida podrá sanar. La fiscalía ha hecho un trabajo exhaustivo y ha llegado al fondo del asunto… Lo mejor, por supuesto, hubiera sido poder sentenciar al culpable”.

El cierre del caso deja muchas preguntas sin respuesta: no sólo las fallas de la gestión policial en la escena del crimen, sino el móvil. Nadie, ni el propio Olof Palme, sabía con antelación que esa noche iba a ir al cine en  compañía de su esposa Lisbet (que por cierto murió en 2018), porque fue una decisión tomada a última hora, al igual que su regreso caminado a casa en una gélida noche de febrero y no tomar un taxi. Además, Engström no pudo preparar el crimen porque era imposible que supiese que se toparía con el primer ministro al salir de su oficina. ¿Por qué portar una pistola que ni siquiera era suya? ¿Hubo cómplices? ¿A qué obedeció el asesinato? Sin duda la investigación ya se cerró, pero las preguntas que flotan sobre el magnicidio desde 34 años siguen en el aire. Al parecer, no obstante, como en la novela policiaca de Edgar Allan Poe, La carta robada, el asesino de Olof Palme siempre estuvo a la vista de todos. Así, la frase clave, “el culpable es Stig Engström” no causó ninguna sorpresa.

Como sea, tras 12,522 días de misterio, el caso del asesinato de Olof Palme ya está cerrado, y el único responsable, “el hombre de Skandia” ya no puede ser juzgado porque desde hace dos décadas está muerto. Nada más, nada menos.

El magnicidio de Olof Palme, un político controvertido, defensor de los Derechos humanos e incómodo para muchos gobiernos a los que criticó abierta y duramente –como al de EUA por la intervención en la guerra de Vietnam; al sudafricano por el régimen del apartheid contra la mayoría negra; y a la dictadura de Francisco Franco contra la que hizo incluso una colecta internacional (era devoto del Quijote de la Mancha, al que lo acercó Felipe González Márquez)–, entre otros, representó un trauma para Suecia y conmocionó a toda la socialdemocracia europea la noche del 28 de febrero (año bisiesto) de 1986. El primer periodo de Palme al frente de Suecia , fue de 1969 a 1976, y el segundo entre 1982 y 1986, interrumpido abruptamente por su asesinato. El primer ministro de Suecia murió antes de entrar en el hospital en la madrugada del 1 de marzo.

Las esperanzas de que el enigma Palme se resolviera el miércoles 10 de junio del “año del coronavirus”, eran fortísimas en el país escandinavo de aproximadamente 10 millones de habitantes, pero desembocó en un “anticlimax”, como lo describe por correo electrónico Ulf Bjereld, reconocido politólogo de la Universidad de Gotemburgo y simpatizante del Partido Socialdemócrata, la formación de Palme. “Las expectativas de que el fiscal iba a presentar pruebas nuevas y sustantivas eran altas. Pero no, no había arma homicida, ni ADN, ni confesión, ni nuevos testimonios cruciales”, resume el profesor Bjereld.

Palme era incómodo, incluso polarizaba en su entorno, dice el politólogo. “Mucha gente lo amaba, pero algunas personas lo odiaban. Era muy inteligente, un excelente retórico y su lenguaje político era muy ideológico”. Por eso, las hipótesis sobre la autoría –material e intelectual– se multiplicaron. El partido kurdo PKK,  el KGB (Comité de Seguridad del Estado de la Unión Soviética), Yugoslavia y hasta la CIA estadounidense.

Un delincuente común, Christer Pettersson, pasó unos meses en la cárcel acusado por el asesinato, pero fue liberado por falta de pruebas. “Las especulaciones continuarán, pero a nivel social creo que habrá una aceptación de que ahora sabemos lo que es posible que sepamos y que tal vez nunca obtengamos la respuesta absoluta sobre la pregunta sobre ¿quién mató a Olof Palme?”, reflexiona el profesor Bjereld. Sic transit gloria mundi! VALE.