Con motivo del 75 aniversario de Naciones Unidas, 132 jefes de Estado grabaron un mensaje de tres minutos. Al comparar las imágenes y el contenido de los discursos nos dimos cuenta del tamaño de presidente que tenemos.

Mientras el Presidente de Francia, Emmanuel Macron, la Canciller de Alemania, Angela Merkel, o el argentino Alberto Fernández hablaban de los desafíos impuestos por la pandemia y la urgencia de construir un nuevo orden multilateral, el presidente de México, le contaba  al mundo la proeza de haber rifado el avión presidencial.

Mientras 131 mandatarios se esforzaban por representar dignamente a sus países, la imagen de López Obrador recordaba al presidente municipal de San Pedro de los Saguaros, Juan Vargas, en la película La Ley de Herodes.

Nunca habíamos visto a un presidente de México reducido a tan poco. No era un jefe de Estado el que se dirigía al mundo. Era la versión más envilecida y paripatética de quien asegura ser representante de la nación.

El cuello de la camisa salido del traje, el cuerpo sumido en la silla presidencial, ese hablar, ese hablar soporífero, los gestos, las muecas y los tics, dejaba ver la versión de una marioneta a quien no le queda bien el traje.

Era el cacique de un pueblo perdido en la cañada relatando a los líderes más poderosos del mundo que en su aldea había un avión presidencial tan grande tan grande que tenía 80 lugares. Incluso hacía pausas —como las que acostumbra  hacer—, tal vez para dar oportunidad a que el rey de Arabia Saudita, el Primer Ministro de Gran Bretaña o el presidente Putin se recuperaran del asombro.

Era ver al  alcalde de Saguaros parado sobre los cadáveres de las víctimas de la pandemia y los cuerpos inertes de millones de desempleados, —que él mismo provocó— jactarse de la “austeridad republicana”.

Era el edil del primitivo Macondo utilizar la máxima tribuna internacional para presumir que se traslada en automóvil y no en helicóptero porque tiene la osadía de ser muy ahorrativo.

Era el intendente de Palacio Nacional sentado en la silla presidencial hablando de rifas porque es incapaz de estructurar otro tipo de discurso.

Al escuchar al munícipe daban ganas de carcajearse —como él lo hace cuando habla de las masacres—, pero obligaba, sobre todo, a llorar. De llorar de vergüenza, de pena, de impotencia.

Ahí estaba el líder de la Cuarta Transformación hablando en el 75 aniversario de la ONU exactamente igual que el protagonista de la Ley de Herodes. No era un jefe de Estado, era el tirano subdesarrollado incapaz de hacer una propuesta política o económica de avanzada.

La voz de México, la que un día conmovió al mundo al proponer el Tratado para la Proscripción de Armas Nucleares en América Latina, la que firmó la Carta de las Naciones Unidas de San Francisco para crear la Corte Internacional de Justicia, la que promovió la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, quedó reducida al grito de un vulgar vendedor de billetes de lotería.

El “alcalde de Saguaros” sólo atinaba a agarrarse la corbata desaliñada y a poner esa mueca amarga y fúnebre que pretende ser una sonrisa. Un escenario internacional que México debió utilizar para proponer un nuevo orden mundial, una nueva gobernanza post-covid, una nueva organización política, económica y social, fue convertido en un ejercicio barato de presunción y egolatría.

Cada día hay un López Obrador más autoritario e intransigente, más vengativo  y arbitrario. Se lo dijo con toda claridad Dante Delgado en una carta reciente: Tu obsesión por la popularidad y la desesperación por la tragedia sanitaria y económica que no has sabido afrontar te está llevando a recurrir a prácticas perversas.

Y ahí está Chihuahua como laboratorio de esa perversidad. En lugar de promover el diálogo para resolver el conflicto del agua decide convertirse en el principal golpeador de los agricultores.

La irracionalidad del presidente comienza a convertirse en una peligrosa locura. Decide dejar a los habitantes de la entidad sin seguridad y a los agricultores sin agua porque no acatan sus decisiones.

México merece tener otro presidente. Hoy tenemos a un suicida que, como toda cabeza de secta, pretende llevar al país a la inmolación. Las garras del dictador van comenzar a destrozar la mesa.