Con la cabeza negra caída hacia adelante
Está la mujer bella, la de mediana edad,
Postrada de rodillas, y un Cristo agonizante
Desde su duro leño la mira con piedad.
En los ojos la carga de una enorme tristeza,
En el seno la carga del hijo por nacer,
Al pie del blanco Cristo que está sangrando reza:
-¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer!
La que comprende, Alfonsina Storni

Desde 1999, el 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Se conmemora en esta fecha, en memoria de las hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, asesinadas en 1960 durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana. Durante este día, los gobiernos, están llamados a llevar a cabo actividades encaminadas a la sensibilización respecto del problema de la violencia contra la mujer, entendiendo violencia contra la mujer como “…todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”. No obstante este compromiso, en México lamentablemente la violencia contra las mujeres no cesa; antes al contrario, parece que cada día aumenta. Con más frecuencia tenemos noticia de incidentes que van desde la humillación callejera hasta la violencia feminicida; y lo que es peor, a esto se suma la represión policial y el desdén de las autoridades de todos los niveles de gobierno. Al grado de que incluso en el marco del 25N, el presidente se limitó a culpar al neoliberalismo por los feminicidios e incluso afirmó negligentemente que son iguales a los asesinatos, esto ante el informe de la Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, donde manifestó que en México 6 de cada 10 mujeres viven un tipo de violencia, 8 de cada 10 sienten miedo a transitar por las calles; 32 niñas de entre 10 y 14 años se vuelven madres por abuso sexual y alrededor de 3,8000 mujeres y niñas cada año son asesinadas en nuestro país; en fin, la indiferencia.

Pero las cifras dicen otra cosa, según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), que es uno de los tres instrumentos de información que genera el INEGI, se estima que entre enero y septiembre de 2020, 9% de los hogares experimentaron alguna situación de “violencia familiar”. Asimismo, al desagregar ese dato por sexo, se observa que en el caso de las mujeres este porcentaje es de 9.2% (3.1 puntos  porcentuales más alto que en el caso de los hombres). De igual modo, tan sólo en lo que va del mes de noviembre hemos tenido noticia de feminicidios de los que han sido víctimas jóvenes y niñas; y de la brutal represión policial en contra de las manifestantes feministas que frente al incremento de la violencia y claman por justicia. Esto demuestra lo que ya hemos dicho antes, en el México actual las mujeres (incluidas desde luego las niñas y adolescentes) nos enfrentamos a dos pandemias: la del COVID-19 y la de la violencia que no cesa.

Hace un par de semanas, con motivo de la manifestación convocada desde las redes sociales por colectivos feministas para exigir ¡justicia para Alexis!, la policía municipal de Cancún, Quintana Roo (frente a la actitud omisa y pasiva de la Guardia Nacional, que permitió que todo esto ocurriera frente a sus narices), reprimió violentamente a las manifestantes lanzando disparos al aire y al suelo, y lo mismo hizo cuando otro colectivo de mujeres se manifestaba frente a la representación de Quintana Roo en la Ciudad de México. De la misma manera el pasado miércoles en el marco de la conmemoración del Día Naranja el despliegue de elementos de las fuerzas de seguridad pública fue absolutamente desproporcionado. A pesar de estas actitudes represoras de las autoridades, que no entienden que sus calles se inundan de mujeres que exigen justicia, mientras ellos las convierten en víctimas de la violencia, las calles (nuestras calles) no van a dejar de ser espacio de protestas feministas. Pues hemos decidido nunca más guardar silencio; pero sobretodo porque la exigencia crece y permanece. Lo hemos visto desde el 8M en que miles de mujeres salimos a las calles (aunque después tuvimos que encerrarnos debido a la pandemia), y lo hemos vuelto a ver en septiembre con la toma de la CNDH y particularmente durante todo el mes de noviembre. Las protestas feministas se han visto en Guadalajara, en Puebla, en Zacatecas, en Cancún y desde luego en la Ciudad de México. Las mujeres hemos salido a gritar y a nombrar a cada víctima como hemos podido, pues la realidad indica que el confinamiento incrementó la violencia y que el hogar no es un lugar seguro para todas. Las cifras no mienten y son tan dramáticas que no es posible entender la indiferencia gubernamental frente a esta grave problemática.

Como siempre ocurre en estos casos, nadie es responsable de nada y todos salen siempre a deslindarse. Así, en el incidente ocurrido en Cancún, el gobernador se apuró a decir que él no había dado la orden de reprimir y/o repeler violentamente a las manifestantes.  La presidenta municipal dijo que tampoco ella lo había ordenado. El jefe del mando único negó haber dado la instrucción. ¿Quién le ordena, entonces, a la policía de Cancún?¿Los delincuentes? ¿Los feminicidas? ¿Quién es responsable?

En México no solo matan a las mujeres en total impunidad, sino que además las reprimen violentamente por ejercer su legítimo derecho a manifestarse. De esta manera tan brutal nos damos cuenta que lo que sucedió en Cancún es tan solo una parte de la desgarradora realidad en nuestro México. Es algo que se ha vuelto nuestra cotidianidad: el feminicidio, la violencia contra las mujeres y la represión policial, con los consecuentes abusos que trae aparejado el uso excesivo de la fuerza; al grado que las autoridades insisten en normalizarlo y/o minimizarlo, mientras que las valientes manifestantes feministas no cejan en hacerlo notar, para evitar su normalización y finalmente caminar en conjunto hacia su erradicación.

En este país donde la violencia feminicida no para, donde la violencia contra las mujeres es una pandemia que parece no tener cura, cobra absoluto sentido el poema  de Alfonsina Storni (La que comprende) que aparece al inicio de estas líneas; y que al final dice “Al pie del blanco Cristo que está sangrando reza: -¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer! Pensar cuantas madres, cuantas abuelas, cuantas mujeres habrán pensado lo mismo: ¡que este hijo mío no nazca mujer! Porque en este país ser mujer es de alto riesgo; porque ser mujer entraña en sí mismo una tragedia. Porque a las mujeres las matan sus parejas, las matan sus padres, sus hermanos, sus padrastros o compañeros de clase. Y lo que es peor, a las mujeres se les mata y los feminicidas pueden andar por las calles en absoluta impunidad. No hay espacio seguro para ser mujer, las casas, las aulas y las calles son igualmente inseguras. Además, no hay edad límite. Igual te matan si eres niña que si eres adolescente, que si eres adulta. Aunque según las cifras del INEGI las jóvenes son las que más riesgo tienen.

Por todo esto, las mujeres hemos decidido (hace tiempo ya), salir a las calles y gritar que ¡estamos hartas! Lo estamos haciendo con fuerza, unidas y movidas por el coraje, por la rabia de darnos cuenta que en este nuestro México las llamadas de auxilio siguen sin ser atendidas (tan solo en septiembre según datos de ONU Mujeres México el 911 recibió 141 llamadas de emergencia por hora en todo el país, relacionadas con hechos de violencia contra las mujeres); igual que las denuncias de desaparición de niñas y jóvenes; y los evidentes signos de violencia y de maltrato, que no son escuchados y que después lamentablemente terminan en el feminicidio de mujeres de todas las edades. Así, las denuncias por “violencia de género distinta a la familiar” han alcanzado máximos históricos: más de tres mil denuncias en solo los primeros 10 meses de este 2020 (lo que representa un incremento de cerca del 25% respecto al mismo periodo en 2019).

Hace un mes aproximadamente, Alexis, como muchas mujeres en este país, no murió, ¡la mataron! Como mataron a Vanessa, a Rubí, a Valeria, a Yesenia, a Abril, a Marisela, a Erika, a Fátima, a Fabiola, a Esther, y a tantas mujeres y niñas que merecen ser nombradas y cuyas madres y familiares siguen esperando que se haga justicia. ¡Basta de indiferencia! Condenemos con energía y furia el uso de la fuerza hacia las mujeres que se manifiestan para exigir justicia. No más represión por exigir un alto a la violencia en contra de nosotras. Y que se oiga claro y fuerte: ya no están solas, ¡fuimos, somos y seremos todas! Si atacan a una, nos atacan a todas. ¡Ni una más!