El siglo XX mundial, fue un siglo de violencia y de odios, de revoluciones y guerras, de inmensos descubrimientos científicos, de Estados totalitarios y de millones de muertos, víctimas de una geopolítica disfrazada de lucha entre capitalismo y socialismo.

En México tuvimos una Revolución muy radical. Desgraciadamente fue una revolución popular derrotada.
La facción triunfante consiguió construir un discurso que se volvió hegemónico, mayoritario e incluso con tintes religiosos.

Esa hegemonía se tradujo en la creación de un Partido de Estado y una sociedad corporativizada e intolerante.

Por décadas no hubo democracia. Las elecciones eran una farsa.

Desde el Estado se dividió al país en “revolucionarios” miembros del Partido de Estado y en el otro lado la “reacción” y la “izquierda con ideas exóticas”.

Los presidentes tuvieron la capacidad de aprovechar esa hegemonía, ese “discurso”, esa “narrativa” (como dicen ahora los “intelectuales”), para  ostentarse como portadores de los intereses de LA NACIÓN (así con mayúsculas) y sometieron tanto a los empresarios  como a los trabajadores.

Algunos “teóricos” le denominaron “Estado Bonapartista”, donde  se produjo una especie de  empate entre la burguesía y el proletariado y surgió un Estado fuerte.

No solamente los trabajadores estaban sometidos a aparatos de control, con el nombre de Sindicatos, bautizados como “charros” o postizos, como los llamó Don Rafael Galván; también los empresarios estaban obligados y a pertenecer a una Cámara industrial, lo siguen estando. El Estado fungía como “arbitro”. Prácticamente  no había huelgas y sigue sin haberlas. Desde el Estado se imponía y se sigue imponiendo un “tope salarial”.

Los sindicatos solo han servido para controlar a los trabajadores y “acarrearlos” para apoyar al “señor  presidente”. Nada de eso ha cambiado con la llamada Cuarta Transformación.

Aprovechando el inmenso descontento acumulado por decenios, contra ese tipo de política, aprovechando también decenas de luchas de diversos movimientos y fuerzas sociales: ferrocarrileros, maestros, electricistas, telefonistas a fines de los sesenta; de un decenio largo de luchas del movimiento estudiantil 1956-1972, incluyendo el del 68 y el del 10 de junio que éste año cumple su 50 aniversario; la insurgencia obrera de finales de los setenta; el movimiento urbano que surgió después del sismo y una diversidad de luchas democráticas de tipo electoral, cultural, de libertad de prensa con la participación de partidos opositores como el PAN de esa etapa y en síntesis un gran movimiento civil, político, cultural, con gran presencia  de mujeres, de campesinos, de indios  e incluso de artistas; su fue formando una ola  que se expresó en muchas luchas, unas triunfantes y otras derrotadas.

Curiosamente en muchas de esas movilizaciones estuvieron presentes  militantes, dirigentes e ideólogos del PRI. Algunos de ellos continúan presentes y muchos son importantes  líderes o ideólogos de Morena. Es un caso casi único que en México, muchos priistas fuesen al mismo tiempo simpatizantes de Fidel Castro y la Revolución Cubana y posteriormente de la Revolución en Nicaragua.

Este dato no es menor y le da una connotación muy especial al gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Considero que la combinación de la hegemonía ideológica, cultural y política de la Revolución Mexicana sumada a la inmensa simpatía por Fidel Castro y la Revolución Cubana, han favorecido la presencia en el gobierno de AMLO de muchos ex militantes de las izquierdas del PRI quienes proceden desde la época del General Cárdenas hasta varios intelectuales que formaron parte de los gobiernos de Luis Echeverría, José López Portillo, incluso Miguel de la Madrid, como Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Víctor Flores Olea (+), Enrique González Pedrero y decenas o cientos de funcionarios de esos gobiernos como Manuel Bartlett, Manuel Camacho, Marcelo Ebrard, Esteban Moctezuma, Javier Jiménez Espriú, Layda Sansores y toda una lista casi del tamaño de un directorio telefónico en  el aparato de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, tanto en su gabinete, sus Diputados, Senadores, Gobernadores y presidentes Municipales, así como en toda la escala de la maquinaria gubernamental desde Directores de Área hasta Secretarios. Lo mismo ocurre en el aparato  judicial en todos sus niveles, desde los juzgados hasta la Suprema Corte. Esa inmensa cantidad de funcionarios son predominantemente priistas.

Prácticamente todos los restos del naufragio de las izquierdas están dentro o apoyan al gobierno de AMLO. Los pocos comunistas que sobreviven de la época de los años sesenta y su XIII Congreso y casi todos los dirigentes de su Comité Central hasta su desaparición en 1981 y de su conversión en PSUM, PMS y luego en PRD y por supuesto decenas de sus militantes, hoy son de Morena o del gobierno de AMLO. También hay maoistas, algunos trotskistas.

No es tan absurdo que consideren que el triunfo de AMLO y Morena, es su propio triunfo. Tienen ante los ex comunistas, partidarios del EZLN, trotskistas, ambientalistas, feministas y de otras corrientes nuevas; que no estamos en el gobierno ni en Morena, la típica actitud intolerante del estalinismo, nos consideran  “derechistas, ultra derechistas e incluso golpistas”, algunos incluso nos llaman traidores.

Están actuando en correspondencia a viejos esquemas o interpretaciones de un marxismo anacrónico del que se consideran herederos genuinos.

Probablemente tienen razón.

Ese “comunismo”, ese marxismo leninismo, sucumbió y se derrumbó hace  un poco más de 30 años.

En casi todo los antiguos países del socialismo realmente existente, los comunistas son considerados, justa o injustamente, responsables de los millones de muertos durante el llamado estalinismo. Tanto en la antigua URSS, los países del centro y Este de Europa, como en Asia, Mongolia, China, la península de Indochina, lo mismo en Cuba y algunos países de África.

Los comunistas de Morena y la Cuarta Transformación defienden en lo esencial ese socialismo realmente existente.

Incluso hasta de forma caricaturesca  ese “pensamiento” o credo se ha expresado en su defensa fanática de la vacuna rusa Sputnik V.

También defienden con toda su fuerza a Cuba, a Venezuela e incluso a Nicaragua y a los llamados gobiernos del Socialismo del Siglo XXI.

Es un tema que no tiene  forma de superarse en un debate con sordos y ciegos. Allá ellos y sus convicciones casi religiosas.

Tienen poderosas razones para considerarse vencedores y defender al gobierno de la Cuarta Transformación.

La derecha más vulgar y el anticomunismo primitivo e incluso violento, atacan al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador y lo acusan de comunista.

Hasta ahora no hay ninguna política económica, social, cultural o de cualquier tipo que éste gobierno practique y pueda considerarse medianamente “progresista”.

Es mezcla siniestra entre un “comunismo” fanático que defiende a cualquier precio al gobierno de AMLO y la respuesta del fanatismo anticomunista están conduciendo al país a un falso dilema: con AMLO o el fascismo.