En los últimos tiempos es común la percepción de que Estados Unidos vive una de sus más profundas polarizaciones de la historia. Las elecciones de 2020 dieron por ganador a quien hizo promesas de reunificar el país. En estos diez meses de la administración Biden, las diferencias sólo se han acrecentado. El último de los golpes vino del fiscal general Merrick Garland ordenando al Departamento de Justicia y al FBI esfuerzos adicionales para “abordar el aumento de la conducta delictiva dirigida contra el personal escolar.” Eso es, los padres de familia, quienes se oponen a la enseñanza de la Teoría Crítica de la Raza o Critical Race Theory (CRT en inglés).
El movimiento de la CRT parecía dar voz a grupos vulnerables. En su lugar adoctrina a la población hacia la hiperpolarización social. De acuerdo con sus proponentes, la CRT busca denunciar la discriminación racial a fin de visibilizar la lógica de dominación-subordinación presente en el mundo. No obstante, como lo propone Andrew Sullivan, el argumento de que Estados Unidos es racista en todo sentido, perpetúa los modelos de desigualdad. Aunque el “wokismo” defiende el despertar político-social de los jóvenes, en realidad ha logrado cancelar la diversidad y cooptar mentes con propósitos políticos y posicionamientos desinformados.
El término woke comenzó a utilizarse a partir del 2010, durante el primer periodo presidencial de Barack Obama, introduciendo conceptos en escuelas públicas que denunciaban el racismo bajo una perspectiva ideológica. En 2020, Trump ordenó a la Oficina de Administración y Presupuesto dejar de financiar la capacitación sobre la CRT para los empleados federales. Sin embargo, iniciando la presidencia de Joe Biden se retomó el discurso de Obama. Y desde entonces, múltiples acciones, como la del fiscal han tenido lugar.
La escritora liberal, Bari Weiss, realizó entrevistas a padres de hijos estudiando en Harvard-Westlake y otras escuelas de élite, quienes están de acuerdo en educar a sus hijos con un pensamiento crítico. Lo que les resulta inadmisible es el adoctrinamiento a niños y jóvenes con ideas sobre que Estados Unidos es malvado, implicando que los blancos son racistas solo por su tono de piel. Nadie está en contra de la diversidad, pero parece que se privilegian criterios ideológicos, como con la nominación de la jefe de la Oficina de Ciencias del Departamento de Energía.
Otras áreas que afectan de manera importante esta división, son la política exterior y las fuerzas armadas. La primera se evidencia en la relación Estados Unidos-China. Como detalla The Wall Street Journal, las políticas hacia el gigante asiático afectan la construcción de una alianza democrática en Asia que contrarreste la agresión china: poner fin a las sanciones por violar el tratado con Gran Bretaña sobre Hong Kong, amenazar con una invasión de Taiwán o encarcelar a los uigures en los “campos de reeducación” de Xinjiang, son solo un ejemplo. Los adversarios de Estados Unidos, China, Rusia e Irán, aprovechan el regreso de los liberales-internacionales. La última vez que estuvieron en el poder, Rusia tomó Crimea, invadió el este de Ucrania y se trasladó a Siria; China se apropió de islas en el Mar de China Meridional y robó propiedad intelectual con impunidad; Irán extendió el terrorismo en Medio Oriente y engañó a John Kerry sobre el acuerdo nuclear.
El Departamento de Defensa también tiene en su agenda adoctrinar al personal militar. La inclusión de textos sobre CRT tendrá un efecto corrosivo, destruyendo décadas de trabajo para fomentar una cultura centrada en el equipo, no en la raza. Al enfatizar y mantener los estereotipos, los defensores de la identidad racial y de género profundizan los prejuicios, destruyendo el tejido del servicio militar que une a una población diversa en un propósito e identidad comunes.
Toda nación tiene un auge y una caída. Ésta se puede evitar con la autocrítica y la toma de medidas adecuadas. Si las debilidades son vistas como positivas, el riesgo es ineludible. En Estados Unidos, la polarización e intolerancia podrían ser las futuras protagonistas de su perecimiento. Cuando no se privilegia el trabajo y el mérito, se transita hacia la decadencia como sociedad. Adoptar posturas radicales, inclinadas hacia cualquier perspectiva, forma parte esencial del problema. Se necesita debate e información. Eso es lo que hacen las democracias.
De las autoras: Jessica De Alba Ulloa es investigadora y Ana Fernanda Guzmán Hernández es estudiante de la licenciatura en Relaciones Internacionales. Facultad de Estudios Globales, Universidad Anáhuac México.

