El pasado 23 de marzo en curso se cumplieron 28 años del irracional asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta que cimbró a México. Fue segada la vida de una persona limpia que recorría el país con la candidatura del PRI a la presidencia de la República, en un ambiente inexplicablemente frío y hasta retador en la cobertura de los medios de comunicación, pues la calidad de los actos, el discurso y la propuesta no era reflejada en la información cotidiana y en muchos análisis generadores de opinión pública.

Como antecedente en el mediano plazo se ubicaba la ruina de las finanzas públicas derivada de las gestiones de Luis Echeverría Álvarez y de José López Portillo; más cerca, la gestión de Miguel de la Madrid Hurtado y el ajuste necesario a la hacienda federal para hacer frente a un déficit fiscal desbocado (16 por ciento del PIB) en 1982, así como su impopularidad derivada de la ausencia de trabajo político ante el pueblo y la percepción de insensibilidad ante la tragedia del sismo del 19 de septiembre de 1985.

La poca política para atender la cuestión social en plena crisis y la encrucijada de la definición entre lo tradicional y la modernidad, junto con la incapacidad para sumar las voces críticas al interior del PRI, desembocaron en la llamada Corriente Democrática y su desprendimiento del partido en el poder.

El desgaste político y económico del gobierno y la aparición de opciones atractivas para la ciudadanía se expresó en los comicios del miércoles 6 de julio de 1988. Entre que el sistema se calló y se cayó, la disputa por el resultado y la legitimación de origen de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, marcó el inicio del período de su gestión (1988-1994).

Ante ese déficit del arribo al cargo, la legitimación del desempeño cobró la mayor y primera relevancia. Ese es parte del escenario en el cual Colosio Murrieta coordina la campaña presidencial de Salinas de Gortari en 1988, y se prepara para el trayecto político: la actuación como diputado federal, la candidatura al Senado por su natal Sonora y la presidencia del PRI ante el reto de reinventar la organización política en un entorno distinto: convivencia democrática en la pluralidad; competencia electoral a cargo de una nueva institución: el Instituto Federal Electoral; sujeción de las elecciones a la ley en manos del Tribunal Federal Electoral; adecuación de la estructura de base para los nuevos tiempos -surgimiento del Movimiento Territorial-; y actualización del discurso y la propuesta políticas al escenario de un país orgulloso de su nacionalismo en un entorno de internacionalización de la economía, así como con la urgencia de abrirse a la modernidad política, económica, social y cultural.

La legitimidad del desempeño se acreditó con el buen éxito del PRI y las candidaturas registradas para la renovación de la Cámara de Diputados en 1991 y las seis elecciones locales de ese año (Campeche, Colima, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí y Sonora). El preámbulo a estos resultados fueron los comicios locales de Baja California en 1989, cuando el PRI perdió por primera vez ante el PAN en la votación para Ejecutivo local. En pleno proceso de renovación de las instituciones electorales federales, la prueba del respeto a la voluntad popular y el avance a que los comicios transitaran a ser regidos por los principios de la libertad del elector, la imparcialidad de la autoridad y la equidad en la competencia.

Colosio Murrieta, como activo político del régimen, fue nombrado por el presidente Salinas de Gortari para asumir la recién creada Secretaría de Desarrollo Social, responsable -entre otras materias- de las políticas en contra de la desigualdad social y la pobreza. Arribó al nuevo brazo operativo para atender la cuestión social y ámbito del Programa Nacional de Solidaridad, cuyo cogollo consistió en incorporar a las personas al trabajo comunitario y productivo elevando sus capacidades, para superar la mera asignación de subsidios o transferencias de subsistencia.

Algunos podrían apreciar la construcción de una candidatura viable a la presidencia de la República: conocimiento y vinculación con la base militante; exposición mediática y en tierra ante la sociedad con simpatía partidaria y sin ella; discurso con los cánones de la forma y el fondo; responsabilidad administrativa superior a cargo del diseño y ejecución del programa social más extendido, la política de desarrollo social, la atención del medio ambiente y el patrimonio inmobiliario de la Federación. Resalta el aprovechamiento de las oportunidades de actuar y la entrega de resultados positivos. Y Colosio poseía lo que natura da y nadie puede prestar: carisma.

Con la marcha incesante del calendario político y -por razones obvias- antes de la visita programada nuestro país de Al Gore, vicepresidente de los Estados Unidos de América, en las postrimerías de noviembre de 1993 el PRI se pronunció por postular a Colosio Murrieta para la presidencia de la República.

Aparecieron entonces los contornos del escenario obscuro: la inconformidad del otrora Secretario General del PRI en la campaña de Salinas de Gortari y Jefe del Departamento del Distrito Federal por la determinación en favor de Colosio; la renuncia al cargo y la aceptación de la titularidad de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El 1 de enero de 1994 el levantamiento del EZLN, la controversia al interior del gobierno sobre cómo actuar y el nombramiento del inconforme como negociador con los zapatistas, pero sin carácter de titular de dependencia o remuneración alguna.

El veneno estaba administrado: la atención en Chiapas y no en las campañas, la especie de que quien no fue postulado y reubicado, ahora cumplía los requisitos constitucionales para ser candidato y la perversión de que la campaña colosista no despertaba entusiasmo. ¿De verdad? El juego del uso de los medios de comunicación para generar un mensaje y promover una conversación se apreciaban por quienes podían constatar lo que sucedía en la gira y el trabajo de campaña y la información y los comentarios sobre esos actos.

Había una confrontación sorda; una descalificación subrepticia, y un clima de tensión que generaba confusión. Hombre de trabajo y pensamiento político y hombre de carácter, Colosio Murrieta establece la ceremonia del 65 aniversario de la fundación del Partido Nacional Revolucionario como plataforma para relanzar la campaña; se pasaba del período de hacerla con la base militante y las dirigencias del partido, a realizarla para la sociedad y en contraste con otras propuestas.

El inconforme mereció la frase -tras ser reconvenido a no generar división y reunirse con el candidato fortalecido- de “no tener remedio”, que muchos entendimos como incapaz de aceptar la realidad política y de cambiar su conducta.

La tragedia que agravió a todo México y ensombreció a nuestra sociedad se gestó en un entorno de reto y confrontación sorda al interior de la clase dirigente de la época; un clima de disputa díscola y de descalificación mezquina; un escenario de mira corta que invitó a la violencia. La descomposición en que se cayó fue el caldo de cultivo.

Para la juventud de aquel tiempo ver en la televisión el asesinato de quien habría sido presidente la República, significa distancia, desafección y hasta desprecio por la política. Así no se construye ciudadanía. Quizás podamos extraer una lección de esos episodios negros para el tiempo de hoy: el clima que promueve la confrontación y el entorno que da cuenta de la descomposición de la clase gobernante, suelen llamar a la violencia. Recordemos a Luis Donaldo Colosio Murrieta construyendo un clima de convivencia entre lo diverso y un entorno donde la ambición de poder encuentre su valladar.