Es interminable la descomposición de la casta gobernante. La guerra interna entre los altos funcionarios de AMLO se manifiesta en la denuncia de Julio Scherer contra Alejandro Gertz conjurado en su contra con Olga Sánchez Cordero. Los tres son importantes personajes del actual gobierno, Scherer ha sido denominado como “hermano” del presidente por el propio Andrés Manuel López Obrador. Las acusaciones que se hacen entre ellos por diferentes delitos, además de la traición “que habita “en ellos, como lo dice Scherer, no es un asunto de “pleitos personales” sino de hechos muy graves relacionados con el uso faccioso de instituciones como la Fiscalía General, la Secretaría de Gobernación y la Asesoría Jurídica del presidente.

AMLO tan aficionado a emitir juicios y adjetivos contra todos sus críticos ha optado por evadir el asunto, pretextando que tiene problemas más importantes que atender.

La cuestión toma proporciones inmensas debido a los señalado por Alexis de Tocqueville “un pueblo que durante siglos ha vivido bajo el régimen de castas y de clases, no puede alcanzar un estado social democrático sino a través de una larga serie de transformaciones más o menos penosas, con ayuda de violentos esfuerzos y después de muchas vicisitudes durante las cuales los bienes, las opiniones y el poder cambian rápidamente de manos”.

Esa es la situación que tenemos en México. Hemos vivido bajo regímenes de casta durante más de un siglo.

No se puede lograr un cambio en ese sistema político de manera abrupta, mucho menos cuando las castas dominantes siguen estando ahí y a veces sin siquiera cambiar de personajes.

Tenemos una situación semejante a la descrita, en otra parte por el mismo Alexis de Tocqueville decía “hacia tanto tiempo que había sido destruida la libertad política en Francia, que casi se habían olvidado por completo sus condiciones y efectos. Es más, los restos informes que aún quedaban de ella y las instituciones que parecían creadas para sustituirla la hacían sospechosa, e inspiraban prejuicios en contra suya”.

En ese contexto se sitúan las palabras de AMLO al pretender dar “línea” a la prensa y los medios. Nos señala el tipo de prensa que desdeña y la que quisiera obediente a sus objetivos disfrazados de Cuarta Transformación.

El presidente evade su responsabilidad ante la crisis que enfrenta una confrontación tan virulenta de sus más cercanos colaboradores. Lejos de actuar contra los posibles delitos cometidos, aprovecha una vez más para acusar a sus críticos.

Actúa en contra lo que recomienda Michel Foucault a los gobernantes “la prudencia y la diligencia”.

La conducta obsesiva por el poder y su ilimitado ejercicio ha llevado al presidente López Obrador a extremos grotescos, como la construcción de una obra faraónica en el antiguo aeropuerto militar de Santa Lucía, donde se utilizaron miles de millones de pesos para construir una obra que tendrá funciones muy limitadas como aeropuerto por la débil presencia de pasajeros y de líneas aéreas.

La debilidad de la sociedad ante el inmenso poderío del Estado, forjo un sistema de control corporativo de gran daño para la libertad y la democracia.

Cada pequeño paso con rumbo democrático ha sido producto de batallas y luchas de muchos movimientos y generaciones.

No se ha conseguido plenamente un cambio sustancial del sistema político, ha habido un cambio gradual, importante como los ocurridos a partir de 1997 que hicieron posible la derrota del PRI en el año 2000 y el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018.

La arrogancia de AMLO le impide reconocer que su victoria fue resultado de esas luchas previas. Todo lo contrario. Tanto el presidente como sus seguidores desconocen esos avances democráticos y consideran que su triunfo fue resultado de la tenacidad de AMLO y la aplastante derrota del PRIAN.

Este criterio está detrás de los arrebatos autoritarios del presidente contra estructuras democráticas como el INE y todos los organismos autónomos. Esa es también la fuente de sus sistemáticas acciones para someter al poder judicial y al legislativo.

No debe extrañarnos la incomodidad que le provoca al presidente la libertad de asociación y opinión, cada vez que los movimientos autónomos se expresan, para el presidente son manifestaciones de “los conservadores”, que tienen como objetivo impedir “las transformaciones” de su gobierno, las cuales, por cierto, no existen. En todo caso los cambios ocurridos durante su gobierno son de signo regresivo. Son parte de un fenómeno de restauración del autoritarismo, acentuado ahora con el inmenso proceso de militarización de la vida pública nacional.

Estamos ante la construcción de un falso dilema: apoyar al gobierno o ser calificados como parte de una conjura conservadora.

La realidad es muy diferente.

Resulta casi imposible encontrar una sola reforma en sentido avanzado y de carácter social, durante estos tres años. Es un gobierno donde sus principales beneficiarios son los grandes capitales. Su política económica es puntualmente neoliberal. Los recortes presupuestarios afectan a cientos de miles de trabajadores al servicio del estado; a los recursos para el sistema de salud; la educación es una zona de desastre; el empleo ha descendido de manera drástica; la capacidad de los salarios ha caído; la inflación es la mayor en varias décadas; no hay una política de inversión para la promoción del desarrollo productivo; en el campo la crisis ha expulsado a cientos de miles hacia las zonas pobres de las ciudades o a los Estados Unidos; la inseguridad ha llegado a límites de grandes zonas del país bajo el control de bandas de delincuentes, vivimos un Estado fallido; los movimientos feministas son perseguidos y el crecimiento de los feminicidios continúa; los luchadores ambientalistas han sufrido la ejecución de muchos de sus activistas; los pueblos originarios sufren el embate represivo y el cerco militar y paramilitar, como ocurre en las zonas del EZLN; el conjunto de los derechos humanos han sufrido serios retrocesos y para el presidente son (los derechos humanos y el feminismo) una invención del neoliberalismo.

La política de un presidencialismo exacerbado llega a extremos grotescos. Incluso los gobernadores priistas se humillan ante la figura presidencial. Cada día el presidente actúa como jefe de una facción. No existe ninguna política para fortalecer los equilibrios de poder sino todo lo contrario. Incluso figuras como la Consulta directa han sido desvirtuadas como ocurre ahora con la llamada Consulta de Revocación que se ha convertido en el escenario de una campaña de adulación al presidente mayor que las de la era del presidencialismo imperial del PRI.

Resistir a los crecientes impulsos autocráticos del presidente Andrés Manuel López Obrador es la tarea política del momento actual, para impedir el establecimiento de una tiranía.