Que diosito nos tome confesados

 

Guillermo García Oropeza


Todo mundo sabe cómo comienzan las guerras pero nadie puede saber cómo acaban. Lo que comenzó con un magnicidio en el verano de 1914 terminó con el rediseño de todo el continente europeo y lo que Hitler comenzó con un incidente fabricado en la frontera con Polonia terminó en la matanza más terrible de la Historia y la división de Alemania en dos países. Para no hablar del ataque a Pearl Harbor e Hiroshima. Y lo que pasa con la rivalidad entre  estados sucede también a nivel de la política nacional.

En estos días estamos contemplando, con mucha aprensión por cierto, la declaración de guerra que ha hecho Felipe Calderón al PRI como si no le bastara la guerra que ha llevado con resultados muy discutibles contra el “crimen organizado”, y la otra miniguerra contra el hombre más rico del mundo.

Y es que parece que Calderón ama las guerras quizá porque se sienta infinitamente poderoso y un genio militar animado, dicen las malas lenguas, por su muy notable capacidad para beber buen tequila nacional, ese con denominación de origen, o quizá, así queremos pensarlo que su belicosidad es el resultado de una fría y calculada decisión y no de una debilidad de su temperamento.

Porque, comenzando con su guerra contra el crimen con todo y sus 40 mil muertos, no parecería que su violenta acometida esté teniendo resultados definitivos en una gloriosa victoria y cuando él deje el poder, a menos que pueda perpetuarse en él mediante un golpe extraordinario, el hombre más rico del mundo continuará siéndolo y el PRI y el PRD no se evaporarán de la terca realidad política nacional. Por lo demás, ninguno de sus aparentes delfines, incluyendo su delfina, parecen tener su temperamento militar para continuar las guerras que les pueda heredar. El arresto de Jorge Hank Rhon, que es pura y totalmente político y electorero, resulta un reto que el PRI no puede ignorar si no quiere que le perdamos el respeto así como los innecesarios ataques al tricolor que hizo el presidente en Estados Unidos —¿por qué allá?—, olvidando que ni él ni su antecesor Fox jamás realizaron una seria acción penal contra esas masacres y desapariciones que supuestamente realizaron los presidentes priístas en el pasado y habría que recordarle a Calderón que en el Perú Fujimori sí está en la cárcel purgando sus actos en contra de los derechos humanos.

Los que estamos observando las guerras de Calderón nos preguntamos si tiene la fuerza y voluntad política para coronarlas con la destrucción del enemigo, que es el objetivo de toda guerra o si las va a dejar a medias. Porque nadie, si es inteligente, entra en una pelea si no es para ganarla aunque, en el caso de su guerra contra el PRI, la guerra victoriosa implica el fin de la alternancia y la inauguración de una dictadura de partido panista. ¿Lo permitirá Dios o, más concretamente aún, lo permitirá Washington?

Como ciudadano que nada puede hacer, sino rezar, contemplo muy nervioso la furiosa y obsesiva belicosidad de Calderón que auguran muchos males para este pobre país. Que diosito nos agarre confesados.