Por Teodoro Barajas Rodríguez
La memoria histórica conserva, custodia y propaga los hechos que moldearon futuro. Hace tres años, el 15 de septiembre del año 2008, la detonación de granadas rompió el jolgorio, cercenó impunemente el festejo realizado en la Plaza Melchor Ocampo de Morelia, paradójicamente frente a la estatua del filósofo de la Reforma quien dijera “es hablándonos y no matándonos como debemos entendernos”, es decir el exhorto a la civilidad. Los homicidas escurrieron el bulto, los michoacanos conocimos el rostro dantesco del terrorismo.
Nuestra capacidad de asombro daba un vuelco, la indignación mezclada con el horror lanzaba preguntas sin respuesta, el silencio se apoderaba del tiempo mientras el estupor se fortificaba entre las canteras, los caídos fueron sepultados y con ellos la certidumbre en ese lapso sanguinario a la vez que tan ajeno, hasta entonces, a nuestra propia cotidianidad.
Toda la gente que murió, quienes quedaron lisiados y aquellos que han vivido en la orfandad no tuvieron un blindaje ante un ataque de esa magnitud ni tenían culpa alguna de que mentes asesinas perpetraran un acto tan de mala sombra, sin entrañas.
Los desalmados fabricaron una tragedia sin precedentes, primer ataque a civiles en la historia de Michoacán en la época contemporánea y de México, en la plancha de la Plaza Melchor Ocampo se veían los estragos, el símbolo de la sangre bajo el cielo, las miradas. Fue una suerte de muro de lamentaciones.
Probablemente los exabruptos con dedicatoria a los asesinos son kilométricos, pero eso no modificó esa realidad, el trance caótico y crucifixión del sosegado vivir.
Lo vivido ese día del grito de independencia no puede condenarse al olvido, sé que la desmemoria del mexicano resulta proverbial, no sugiero ni prescribo nada masoquista, simplemente algo tan sensible no debe ser eclipsado por la amnesia, Morelia no se postró porque es mayoría la gente buena que siembra futuro.
La situación de violencia no ha frenado, vivimos bajo una guerra con una táctica y estrategia de locura que enluta, mutila y desparrama daños colaterales porque la impunidad es una de muchas cabezas del Leviatán que condensa males en nuestro país, los maximiza para vivir en regiones enteras bajo el dominio del terror.
Morelia, la antigua Valladolid en la que se encendió la tea propagadora de luces que iluminaron el espíritu insurgente para emancipar a la Nueva España de la Corona, la misma tierra en que el Colegio Primitivo de San Nicolás compaginara la ilustración francesa bajo la guía de Miguel Hidalgo así como las ideas fundacionales del generalísimo José María Morelos y Pavón, sí, esta tierra vivió ese día su propio apocalipsis.
También hay quienes tienen un registro e interpretación distante del concebido por muchos, Luisa María Calderón Hinojosa comenzó su campaña electoral por la gubernatura de Michoacán en sitio de los fatídicos granadazos, sí, la hermana del presidente Calderón el que ha diseñado estrategias fallidas para frenar índices delictivos. Algunas voces han cuestionado ese episodio proselitista porque lo ven fruto de un oportunismo atroz por tratarse de dolores ajenos, sobre los que podemos decir que no hay fin que justifique tanta pena, esa, la noche del 15 de septiembre de 2008, fue aciaga, literalmente de sangre, sudor y lágrimas.
