En torno a la maestra Judith Navarro Ríos
Genaro David Góngora Pimentel
San Miguel Topilejo es un bello pueblecito ubicado en la delegación Tlalpan en el Distrito Federal, que a duras penas llega a los treinta mil habitantes, famoso por su comida elaborada con maíz, en el que todavía pueden encontrarse aquellos elotes y tortillas echadas en el comal capaces de hacernos recordar los sabores de nuestra infancia, poseedor de una iglesia del siglo XVI, construida en honor de San Miguel Arcángel y famoso por la feria del elote que se celebra en el mes de septiembre.
En San Miguel Topilejo, en la calle de Cuauhtémoc y avenida Cruz Blanca se encuentra la escuela Maximiliano Molina Fuente, cuya directora, llamada Judith Navarro Ríos, pareciera no hacer honor a ese lugar de tradición milenaria. Cuesta trabajo creer que una maestra que debería estar dedicada con afecto y consideración, dada su profesión, trate a los padres de familia y a los alumnos —indígenas oriundos— como si fueran seres inferiores. ¿Qué puede hacer que un maestro considere que su puesto le permite realizar toda clase de tropelías en contra de aquellos a los que simplemente debería servir con entrega y devoción o al menos con educación y respeto?
La directora Judith Navarro Ríos se rige por una regla muy personal: “entre menos la molesten los latosos padres de familia y sus hijos, mejor para ella”. Sin importar la urgencia que exista, ha instaurado un sistema por el cual un padre no puede, sin previa cita, hablar con ningún maestro y con la directora es menos que imposible, no importa que la madre o el padre trabajen de sol a sol y tengan unos cuantos minutos para tratar el problema que aqueja a sus hijos; no importa dar citas a la una de la tarde y que uno de estos padres pierda el salario de un día de trabajo.
A esta maestra tampoco le interesa solicitar oportunamente la beca que por un poco más de mil pesos otorga la Secretaría de Educación Publica a los más necesitados, y que los niños como consecuencia la pierdan.
Hay en la puerta de la escuela dos corpulentas afanadoras que cumplen la orden de la directora: “Aquí no entra nadie sin cita”. Sería interesante saber si Judith Navarro Ríos, conjuntamente con maestros como Angel Tonalli Rivera Rodríguez Familiar, serían capaces de tratar en la forma descrita a padres de familia y alumnos en colonias como Lomas de Chapultepec, Polanco, Del Valle, Nápoles… donde es claro que esta gente no hubiera durado una semana en su encargo.
En relación con esta maestra baste decir que parece que es enemigo de permitir que niños de ocho años vayan al baño más que a las horas en que ella lo dispone, por lo tanto las criaturas se ven obligadas a pesar de tener sed a no tomar agua o aguantarse las ganas de ir al baño con el consecuente daño a la salud. ¡Qué maestro tan conocedor y tan preparado en los temas de la infancia!
Sería importante que la Secretaría de Educación Pública vigilara más cercanamente el desempeño de estos sujetos que se creen dioses, simplemente porque son impunes, y son impunes porque nadie se atreve a enfrentarlos por aquello del respeto a los maestros, y los desdeñados simplemente bajan la cabeza con resignación. Lo anterior me recuerda uno de los poemas más hermosos escritos en lengua castellana y es Qué lastima, de León Felipe, cuya parte final dice:
¡Qué lástima!
Que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla,
ni una silla vieja de cuero,
ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria que apenas tiene una capa…
venga forzado a cantar, cosas de poca importancia!
Y así estoy yo, escribiendo sobre cosas de poca importancia …
