Capitalismo criminal desembozado
Magdalena Galindo
En el curso de la reunión del Círculo de Montevideo, realizada en México por lo cual fungió como anfitrión, el empresario Carlos Slim advirtió que el problema más notable de los muchos que vivimos hoy es la falta de empleo para los jóvenes “que han perdido la esperanza”. En esta parte de sus declaraciones, creo que hay un intento de explicación sensata sobre la indignación que ha movido a los jóvenes no sólo en México sino en el mundo en su conjunto —aunque por supuesto en cada una de las llamadas primaveras que han protagonizado habría que añadir las causas inmediatas, siempre de orden político—, que han despertado la indignación y han llevado a los jóvenes a movilizarse por el cambio. Aparte de esta referencia al desempleo juvenil como el problema más grave de nuestros días, Slim describió un panorama bastante optimista al afiliarse a la tesis de que estamos en la etapa de la economía del conocimiento y sobre todo al considerar que América Latina está inmersa en lo que juzgó como un círculo virtuoso que está rompiendo las barreras del subdesarrollo.
Me parece bastante natural que el hombre más rico del mundo tenga una percepción optimista de la realidad y que elija el planteamiento de la economía del conocimiento para caracterizar la actual etapa; sin embargo, nada más lejos de la realidad que estamos viviendo. Lo que caracteriza nuestro momento histórico es el capitalismo criminal, en el que el área privilegiada para la acumulación de capital es el crimen organizado que, de acuerdo con el informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, que comenté en mi nota anterior publicada en el número 3084 de Siempre!, representa hoy el 1.5 % del producto bruto mundial y el 7 % de todas las exportaciones mundiales. Y no se trata de una rama aislada que actúe sólo en las catacumbas económicas, sino de una vinculada de manera múltiple y estrecha con el sector financiero que, no hay que olvidarlo, es hoy la fracción hegemónica del capital.
Sólo un ejemplo, entre los innumerables que podrían mencionarse, es el caso de Monex en México o el del banco británico HSBC, que frente a las acusaciones de lavado de dinero sólo ha respondido con una disculpa pública y la disposición de 2 mil millones de dólares para pagar multas por las llamadas “irregularidades” que ha cometido. En éste, como en otros bancos y financieras, e incluso en partidos políticos, se trata de un análisis del que tanto gustan los capitalistas y también los políticos, del costo-beneficio. Las multas, en caso de que se descubran los delitos, son menores que los beneficios obtenidos por la conducta “irregular”. En el caso de HSBC se acaba de anunciar que sólo en el primer semestre de este año, su utilidad neta fue de 8 mil 440 millones de dólares.
Para caracterizar esta etapa como capitalismo criminal no hay que recurrir únicamente a la intrincada maraña del lavado de dinero, hay que ver nada más las operaciones habituales de los mercados financieros y los rescates bancarios realizados por los diferentes gobiernos dóciles al capital, desde el mexicano con el Fobaproa, o el estadounidense con la mayor erogación de la historia, de más de 800 mil millones de dólares, o el actual de España. En todos los casos, es la población trabajadora la que acaba pagando el costo de los rescates. Los jóvenes, y no sólo ellos sino los adultos y hasta los de la tercera edad, están indignados no sólo por el desempleo, sino por la presencia y auge de un capitalismo criminal desembozado.


