En el poder y en la enfermedad de David Owen
Genaro David Góngora Pimentel
Los políticos y especialmente los jefes de Estado y de gobiern toman muchas decisiones que tienen consecuencias trascendentes en la vida de la gente que gobiernan e incluso, en los casos más extremos, pueden ser cuestión de vida o muerte.
Muchos conocen el famoso aforismo de Lord Acton “El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”.
La historiadora Barbara Tuchman escribió que somos menos consecuentes de que el poder genera locura, de que el poder de mando impide a menudo pensar, de que la responsabilidad del poder muchas veces se desvanece conforme aumenta su ejercicio. La general responsabilidad del poder es gobernar de la manera más razonable posible en interés del Estado y de los ciudadanos. En ese proceso es una obligación mantenerse bien informado, prestar atención a la información, mantener la mente y el juicio abiertos y resistirse al insidioso encanto de la estupidez. Si la mente está lo bastante abierta como para percibir que una determinación política está perjudicando en vez de servir al propio interés, lo bastante segura de sí misma como para reconocerlo, y lo bastante sabia como para cambiarla, eso es el súmmum del arte de gobernar.
La medida en la que la enfermedad puede afectar a los procesos de gobierno y a la toma de decisiones de los dirigentes, engendrando locura en el sentido de estupidez, obstinación o irreflexión, es un tema que me ha hecho recordar los seis años del gobernante de México.
Los líderes, dice David Owen, no están enfermos y sus facultades cognitivas funcionaban correctamente pero desarrollaron lo que Owen describe como “síndrome de Hybris”. La Hybris es un elemento fundamental de la definición de insensatez que ofrece Tuchman: “Una perversa persistencia en una política demostrablemente inviable o contraproducente”, y prosigue: “La estupidez, la fuente del autoengaño, es un factor que desempeña un papel notablemente grande en el gobierno. Consiste en evaluar una situación en términos de ideas fijas preconcebidas mientras se ignora o rechaza todo signo contrario […] por tanto, la negativa a sacar provecho de la experiencia”.
Una característica de la hybris es la incapacidad para cambiar de dirección porque ello supondría admitir que se ha cometido un error.
Bertrand Russell escribió: “El concepto de verdad como algo que depende de hechos en buena medida fuera del control humano ha sido una de las maneras que ha tenido hasta ahora la filosofía de inculcar el necesario elemento de la humildad. Cuando se elimina este freno del orgullo, se da un paso más hacia un cierto género de locura: la embriaguez del poder”.
De los dirigentes embriagados de orgullo y poder, dicen con frecuencia los legos que están “desquiciados” o “chiflados”, e incluso que se han vuelto “locos”, aunque éstos no son términos que la profesión médica utilizaría para referirse a ellos.
Las sociedades democráticas, en especial las que han evolucionado a partir de las monarquías absolutas, han desarrollado sistemas de controles y equilibrios para tratar de protegerse de esos dirigentes. Pero esos mecanismos no siempre son eficaces. Bajo dirigentes despóticos, donde no hay controles democráticos y son escasos los mecanismos internos, aparte de un golpe de Estado para destituirlos, a menudo es poco lo que se puede hacer. La condena exterior y las sanciones internacionales han resultado hasta ahora de limitado valor, mientras que la fuerza militar exterior ha tenido un éxito cuestionable.
En mi opinión, dice el autor David Owen, es necesario que presente más de tres o cuatro síntomas de la siguiente lista provisional para que pueda considerarse el diagnóstico de síndrome de hybris:
1) Una inclinación narcisista a ver el mundo, primordialmente, como un escenario en el que pueden ejercer su poder y buscar la gloria.
2) Una predisposición a realizar acciones que tengan probabilidades de situarlos en una luz favorable, es decir, de dar una buena imagen de ellos.
3) Una preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación.
4) Una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación.
5) Una identificación de sí mismos con el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos.
6) Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o utilizando el mayestático “nosotros”;
7) Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y la crítica ajenos.
8) Exagerada creencia —rayando en un sentimiento de omnipotencia— en lo que pueden conseguir personalmente.
9) La creencia de ser responsables no ante el tribunal terrenal de sus colegas o de la opinión pública, sino ante un tribunal mucho más alto: la historia o Dios.
10) La creencia inamovible de que en ese tribunal serán justificados.
11) Inquietud, irreflexión e impulsividad.
12) Pérdida de contacto con la realidad, a menudo unida a un progresivo aislamiento.
13) Tendencia a permitir que su “visión amplia”, en especial su convicción de la rectitud moral de una línea de actuación haga innecesario considerar otros aspectos de ésta.
14) Un consiguiente tipo de incompetencia para ejecutar una política que podría denominarse incompetencia propia de la hybris. Es aquí donde se tuercen las cosas, precisamente porque el exceso de confianza ha llevado al líder a no tomarse la molestia de preocuparse por los aspectos prácticos de una directriz política.
Paciente lector, ¿ya observó cómo nosotros, los mexicanos, hemos sufrido esto? ¿Ya calculó cuántos y cuáles síntomas han tenido nuestros presidentes?
