Más allá del éxito del Pacto por México
El que se mete a la política es como el gato
que se mete a la chimenea: o sale quemado o sale tiznado.
Filósofo de Güémez
José Fonseca
Se han cumplido seis meses de gestión del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.
Hace dieciocho años, en 1995, en medio de la turbulencia de la crisis del error de diciembre, el gobierno de Ernesto Zedillo aplicaba duras recetas a la economía y muchos se quejaban por la dureza de las medidas.
Acudió a Los Pinos un grupo de obispos para pedirle a Zedillo que aflojara un poco las medidas. Les respondió: “Comprendo sus preocupaciones, pues reflejan la inquietud de su feligresía, pero ustedes lidian con la espiritualidad y veces con los problemas no sólo morales de ellos, pero desde el escritorio presidencial sólo se lidia con realidades”.
Sin duda que las realidades de un país de 114 millones de habitantes, con toda su carga de complejos problemas, nuevos y viejos, se constituyen en exigentes demandas de soluciones que, con todo y democracia plural, siempre se llevan al despacho presidencial.
Es cierto, el equipo de gobierno del presidente Peña Nieto trae la experiencia de gobernar el Estado de México, el más poblado de la república. Sin embargo, aquélla fue una suerte de propedéutico, porque el manejo del gobierno de todo México es algo que se aprende sobre la marcha: haciendo, que es gerundio.
Más allá del éxito del Pacto por México, están las realidades de una sociedad que económica, social y políticamente está inserta en el mundo globalizado, expuesta a los efectos benéficos de sus relaciones con otras naciones, pero también a los efectos adversos de los problemas externos.
Ningún nuevo gobierno puede poner en marcha todos sus proyectos, ni siquiera puede ejercer de inmediato el gasto público. Primero porque antes tiene que averiguar cuál es el estado real de la situación financiera en que le dejaron la república. Segundo, porque en aras de la transparencia cada día es más difícil poner en marcha los proyectos.
Si eso era válido cuando el extitular de la Secretaría de la Función Pública, el expanista Francisco Barrio, contaba a quien esto escribe sobre la maraña de trámites para poder gastar. “Son tantas las trabas, que proyectos que podrían iniciarse en sesenta días se llevan más de seis meses, por los trámites creados para mantener el control del gasto”, dijo.
Ahora, cuando tantos organismos de la sociedad civil escudriñan los proyectos y muchas veces, como simple caja de resonancia de quienes no fueron favorecidos con los contratos, se dedican a satanizar las licitaciones, las dificultades son mayores.
Ésa es otra de las realidades, una que se niegan a reconocer todos, los actores políticos, los empresariales y eso que llaman la sociedad civil.
En esas condiciones, al gobierno del presidente Peña Nieto sólo le quedará empezar a ejercer el gasto público a partir de julio o quizá de agosto. No antes.
Si en el México del siglo pasado era difícil el arranque de un sexenio, ahora con tantos supervisores, algunos simples cuentachiles y especialistas del chisme, ahora ha sido más difícil.
Pero, como dijo Zedillo, en el escritorio de Los Pinos o de Palacio Nacional no hay tiempo para filosofar, sólo queda tiempo para lidiar con la realidad. Y ésta suele ser implacable.
