Magdalena Galindo
Manuela Garín, o Mane, como le decimos todos los que tenemos el privilegio de conocerla, es una mujer excepcional. Desde luego, lo primero que salta a la vista es que en cuanto a la salud es una excepción no diría yo en México sino en el mundo, pues aunque hoy uno ya conoce varios casos de personas que llegan a cumplir los 100 años de vida, Mane camina sin ayuda y aun se permite la coquetería de usar un pequeñísimo tacón. Si la condición física es sorprendente, la mental nos asombra más, pues no sólo dispone de lucidez como ya es raro en personas de su edad, sino que su conversación es ágil, tanto al exponer como al comprender a su interlocutor. Pero Mane es excepcional, no sólo por su salud mental y física, sino por su tarea en el campo de las matemáticas, donde fue fundadora de esa carrera tanto en la Universidad de Sonora como en la de Yucatán, y también fue asesora en el diseño de los cursos por la Secretaría de Educación Pública, además de profesora en la Facultad de Ciencias y en la de Ingeniería, labor que fue reconocida por la UNAM al nombrarla Profesora Emérita.
Si éstas son características de excepción, lo que me parece más admirable de Manuela es su compromiso con las causas populares. Militante, durante algunos años, del memorable Partido Comunista Mexicano, en aquellos años difíciles de persecución y sacrificio, continuó durante toda su vida, al lado de su marido, el ingeniero Raúl Álvarez, en lo que llamamos la talacha de la izquierda, las reuniones con los compañeros, la publicación de manifiestos, la búsqueda de los militantes presos. Esas quizá humildes pero infinitas tareas, no exentas de riesgo, que se cumplen sin protagonismos pero con una profunda convicción.
En tiempos recientes, Manuela se reunió frecuentemente con un amigo suyo, Manuel Diego, y para pasar el tiempo comenzó a contarle diversos pasajes de su vida, a él, historiador de profesión, le pareció un material extraordinario y le preguntó si no le molestaba que pusiera una grabadora, a lo que Mane contestó que podía hacerlo. Con el paso de las semanas, Manuel Diego consideró que podía muy bien escribirse un libro de memorias de Manuela y en efecto se publicó con el título de Manuela Garín Saber/Contar bajo la autoría de su tocayo Manuel Diego. Se trata, pues, de unas memorias de Manuela Garín, escritas por Manuel Diego. Aunque no es un caso insólito, pues hay varios ejemplos de este tipo de colaboración, ambos señalan que el verdadero autor de la obra es el otro. No les falta razón, porque es cierto que Diego acierta al darle una estructura cronológica al relato y también dispone de un estilo claro y vivaz que permite una lectura placentera y emocionada; pero también es cierto que es Mane no sólo la protagonista real, sino quien aporta el relato de origen, moldeado por su visión de los acontecimientos, su naturalidad para narrar como asunto cotidiano su participación en hechos de carácter histórico, su sentido del humor, su crítica de la realidad, su compromiso.
El libro, sin proponérselo, participa de esa corriente que ha otorgado un nuevo valor a los testimonios personales y que ha formado lo que se conoce como microhistoria, a partir del planteamiento de que la historia, y por lo tanto la historiografía, no sólo se compone de las grandes acciones de los líderes y gobernantes, sino también está integrada por un complejo entramado compuesto por las vidas de miles y millones de habitantes de un momento histórico y que los testimonios de esas experiencias de vida que se pueden rescatar tienen un gran valor para comprender el devenir de los acontecimientos en un momento histórico. Pero en el caso de las memorias de Manuela Garín no se trata únicamente del valor testimonial, sino que, por azares del destino y por las convicciones de toda su familia, le correspondió participar en hechos que pertenecen a la Historia con mayúsculas. Madre de Raúl Álvarez Garín, el líder del movimiento estudiantil popular de 1968, vivió de cerca aquellos acontecimientos y le tocó negociar con Mario Moya Palencia, Secretario de Gobernación en el sexenio del entonces Presidente Luis Echeverría, la libertad de los estudiantes, presos políticos en Lecumberri. Aunque no hay espacio para relatar los diversos avatares de lo que después se conoció como excarcelación, pues no hubo figuras legales como la amnistía o el desistimiento de las condenas, sino sólo se les otorgó un pase de salida, bajo el compromiso de viajar al exilio, vale la pena citar alguno de los pasajes. Moya Palencia había citado al ingeniero Álvarez, quien no se encontraba en la ciudad y Mane acude en su lugar a la entrevista, Moya les propone la salida de la cárcel si aceptan viajar al extranjero; entre Raúl Álvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla elaboran una lista de alrededor de 15 compañeros bajo el criterio de elegir a los que tuvieran más graves acusaciones (falsas) en sus procesos. Cuando el Secretario de Gobernación conoce la lista, de inmediato se opone a la inclusión de Federico Emery, pero Manuela le responde que esa es la lista propuesta por los muchachos y da por zanjado el asunto. Después de ires y venires entre la Secretaría de Gobernación, la prisión de Lecumberri, la Secretaría de Relaciones Exteriores para gestionar los pasaportes y las embajadas de Chile y finalmente Perú para las visas, llega finalmente el día programado para la salida y con Manuel Diego
como narrador, así se cuenta el relato de Manuela:
Con las visas en su poder, Manuela se presentó en Gobernación, Moya las revisó y cuando vio la de Emery repuso:
-Pero, señora, quedamos en que éste no.
-No señor, no quedamos. Yo le dije que esa era la lista que los muchachos habían hecho y que salían todos o no salía ninguno.
-Pero es que todos ya tienen su pase de salida, menos este Emery
Manuela fue entonces a Lecumberri, a comunicarles a los muchachos la negativa del secretario de Gobernación. Esto ocurría en la mañana del día fijado para su salida, que sería alrededor de las ocho de la noche, y con los boletos de avión ya comprados gracias a la colecta realizada por personas como La Chata Campa y Bety Gispert y con la ayuda de Paz Cervantes, una amiga ligada laboralmente a la industria de la aviación. La respuesta de Raúl y Guevara Niebla, escrita en la hoja de una libreta, fue que ellos no tenían ninguna prisa y que pacientemente esperarían a que el gobierno se decidiera a aceptar la liberación de todos los incluidos en la lista. Pero Moya no quería ceder. De nuevo en Gobernación, Manuela permanecía sentada mientras él entraba y salía de un cuartito anexo a su despacho. “Y lo que nunca hacía, cerraba la puerta para hablar, obviamente con Luis Echeverría. Y volvía a salir”.’
En ese momento la respuesta final es negativa y cuando Manuela ya en la calle y dispuesta a ir a Lecumberri a informarles a su hijo y a los demás muchachos de que no obtendrían su libertad, un empleado la alcanza para que regrese al despacho de Moya, quien le informa que finalmente saldrán todos, incluido Émery, a quien un juez le otorga finalmente el pase de salida y, después de detener el avión, pretextando una descompostura, los estudiantes presos políticos son llevados, cada uno en un auto distinto al aeropuerto. Así obtuvieron su libertad.
Sin duda, esta parte del relato es la más conmovedora y también la más importante, en cuanto revela un fragmento de la historia del movimiento estudiantil que marcó el destino de México. Sin embargo, no es el único valor de estas memorias contadas a dúo. En sus páginas, también se puede reconstruir, de una manera vívida, un retrato de la sociedad mexicana desde una perspectiva cotidiana, que surge como un telón de fondo en el relato que abarca los cien años que ha vivido Manuela Garín, una mujer de verdad excepcional.


