Grandeza de Juárez
Entre la cuna y la tumba de todo ser humano se encuentra la historia de una vida; empero, han existido hombres que entre sus extremos de existencia personal se ubica, además, un pedazo de grandeza de la historia del mundo.
Benito Juárez es de esos casos. Nació con la primavera de 1806, zapoteco de cuna humilde, presidente de México en tiempos azarosos, y quien con su honradez, talento y grandeza estuvo a la altura de elevadas circunstancias.
Tenazmente inamovible en sus principios, llegó a confrontarse con todos: conservadores, moderados y liberales; recibiendo de ellos todo tipo de ataques; ante eso, su carácter férreo y sus sólidos valores le sirvieron de blindaje.
Parco en palabras, pero hombre de acción, sus meritorios e inteligentes combates tuvieron efectos en todo el mundo.
Juárez y su generación fracturaron la espina dorsal al Estado eclesiástico que, abusivo y podrido, pervivió en los inicios del México independiente. Cimentaron y echaron a andar el actual estado civil laico; así, el grupo liberal encabezado por Juárez, en la Guerra de Tres Años (diciembre 1857 a enero 1861) venció a los conservadores.
Ya en Palacio Nacional, el presidente Juárez tuvo, con sus colaboradores, que convencer a los gobiernos británico y español para que no invadieran México, quienes inicialmente aliados con el emperador francés, Napoleón III, pretendían el pago de deudas usureras.
Francia invadió nuestro país e impuso como emperador a Maximiliano de Habsburgo, como parte de un plan que dividía, con guerra civil, a Estados Unidos, apoyando al sur contra el norte, y así frenar el avance de Estados Unidos sobre toda América, en tanto en Europa se fortalecía el hegemonismo que pretendió su tío Napoleón Bonaparte.
Napoleón III observó la posibilidad de que el norte ganara al sur en Estados Unidos, pero visualizó que quedarían tan debilitados que no podrían hacer nada frente al dominio francés en México.
El emperador Maximiliano con el ejército francés, y las gavillas conservadoras, persiguieron a Juárez por el norte de México, sin poder nunca atraparlo.
Al abandonar el presidente Juárez la Ciudad de México en 1862, por la intervención francesa, inició ese éxodo con su gabinete, más un batallón armado, y a finales de 1866 ya se le habían ido todos, tanto familiares, como colaboradores y soldados.
Solo, amenazado por decreto imperial que lo sentenció a muerte sin necesidad de juicio, sin ningún miembro del gabinete, con su decisión de no salir de México jamás, como un trágico símbolo de la nación en soledad, y llevando bajo su más estricta responsabilidad la personificación de la patria republicana, vivió estoicamente Juárez.
No tenía la ayuda gringa, ni jamás la esperó, según sus propias palabras.
Ese presidente mexicano venció a dos emperadores, al francés y al austriaco. Y siendo una alma bien nacida, con reconocimiento internacional, salvó la república.
