Con el dios prehispánico Quetzalcóatl

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

Los mitos son las almas de nuestras acciones y nuestros amores. Paul Valery

La mañana del 27 de noviembre de 1930, la sociedad capitalina se conmocionó al enterarse de que el presidente Pascual Ortiz Rubio, apasionado de la historia patria, había acordado con su secretario de Educación Pública, Carlos Trejo Lerdo de Tejada, fortalecer las tradiciones prehispánicas y, con tal motivo, determinó iniciar una campaña que posicionara en el imaginario infantil a Quetzalcóatl, en lugar de los Reyes Magos y Santa Claus en las fiestas navideñas.

Sustentado en su programa indigenista, El Nopalito —apelativo despectivo con el que el pueblo se refería al ingeniero Ortiz Rubio— instruyó a su antiguo compañero de la aciaga XXVI legislatura disuelta por El Chacal Huerta, para acelerar todas las acciones de la dependencia a su cargo, a efecto de que el 24 de diciembre se efectuara en el Estadio Nacional un imponente evento que entronizara a Quetzalcóatl como el personaje central de las  celebraciones decembrinas.

Esta decisión causó extrañeza, y hasta repulsa en legos y doctos, puesto que en la antigüedad la civilización azteca celebraba el nacimiento de Huitzilopochtli —numen de la guerra— justo en el solsticio de invierno; ritual que conllevaba el reparto de figurillas de barro alusivas a la deidad y el compartir los alimentos entre amigos y familiares, procesos muy similares a los impuestos por la evangelización tras la conquista de Tenochtitlán en 1521.

El sustento esgrimido por el presidente Ortiz Rubio para elegir a Quetzalcóatl, se basó en la inacabada y equívoca discusión en torno a la dualidad de Huitzilopochtli, arguyendo que una de sus facetas se relacionaba con el numen creador y sabio, el dios blanco y barbado, lo que facilitaría la sustitución del San Nicolás, Papá Noel o Santa Claus impuesto por la sociedad porfiriana.

La recién finiquitada Guerra Cristera pesó en el ánimo presidencial a fin de no desaparecer del imaginario infantil a los Magos de Oriente, a quienes, de acuerdo a la descripción del magno evento efectuado aquel 24 de diciembre, don Pascual les otorgó un papel secundario —hoy utilizaríamos el término teloneros— el cual consistió en recibir al pie de la enorme pirámide escenográfica al actor que personificó a Quetzalcóatl.

A fin de “calentar” el ambiente a favor del cambio idiosincrático, la Lotería Nacional organizó el 4 de diciembre el “gran sorteo extraordinario de Quetzalcóatl” con un premio mayor de 600 mil pesos, y algunas empresas se unieron al cambio, como la General Electric, que ofertaba sus productos bajo el eslogan: “De los Magos, de Santa Claus o Quetzalcóatl, no puede haber obsequio como éste: el refrigerador”.

Pese a la parafernalia oficial desplegada para tal fin, la vigencia del precepto del francés Paul Valery se impuso, puesto que los mitos, dice el poeta, son las almas de nuestras acciones y nuestros amores, y no surgen de decretos presidenciales por mucho amor y celo que se les imponga.

suarez del real